POESÍA

Louise Glück, la puerta hacia lo escondido

El dolor, la desilusión, el trauma y el desamor son los motores de la Nobel de Literatura. Su obra tiene mucho de inclasificable, y atrae tanto a apasionados lectores de poesía como a neófitos

Louise Glück fotografiada en su casa de Cambridge, Massachusetts, después de conocer el fallo de la Academia sueca

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En una ocasión, John Berger escribió: «Tanto para los cazadores como para las presas, esconderse bien es una condición indispensable para sobrevivir . La vida depende de saber ponerse a resguardo. Todas las cosas se esconden. Lo que ha desaparecido se ha escondido. Una ausencia -como la de los que han fallecido- se siente como una pérdida, pero no como un abandono». Por tanto, existe, por un lado, la vida, y después, esa realidad que se bate en retirada para sobrevivir, que deja trazas, huellas, destellos, solo visibles por algunos, y que son el camino de vuelta hacia ella.

La realidad escondida y al resguardo es justamente la materia que entreteje la obra de la poeta Louise Glück (Nueva York, 1943), galardonada el 17 de octubre con el Premio Nobel de Literatura 2020 , que la Academia Sueca le concedió «por su inconfundible voz poética que, con una belleza austera, hace universal la existencia individual».

Profesora de inglés en la universidad de Yale y galardonada con varios reconocimientos de prestigio, entre ellos el Pulitzer por El iris salvaje (1992), el National Book Award por Faithful and Virtuous Night (2014), ha publicado 12 libros de poemas, la mitad de los cuales han sido editados en España por Pre-Textos: El iris salvaje , Ararat , Las siete edades , Averno , Vita nova , Praderas y Una vida de pueblo .

Escribir desde el «yo»

Leí a Louise Glück por primera vez hace años, en un poema llamado «Primer recuerdo» , incluido en su libro Ararat, una elegía que escribió a la muerte de su padre, y dice así: «Hace tiempo, fui herida. He vivido/ para vengarme/ contra mi padre, no/ por lo que él era, / sino por lo que yo era: desde el comienzo del tiempo, / en la infancia, yo pensaba/ que dolor significaba/ no ser amada. / Significaba que yo amaba». Aquellos últimos versos me inquietaron: con aquella deslumbrante sencillez daba la vuelta a lo que yo pensaba de la naturaleza de las relaciones familiares. Así es la poesía de Glück, tres palabras bastan para el knockout .

Glück entrelaza su propia biografía con la observación del mundo , habla desde su experiencia con un yo poderoso y valiente. Es este yo, tan individual y misteriosamente universal, mediante el que aborda temas tan complejos como la familia, el deterioro de las relaciones con aquellos a los que amamos, el paso del tiempo, la vejez, la ausencia o la muerte. Lo hace armada de un lenguaje directo y austero, sin oscurantismos innecesarios , valiéndose de una escritura frontal, nada alambicada que logra interpelar directamente al lector, y esta circunstancia, creo, es lo que convierte a muchos de sus poemas en demoledores. Cito de El iris salvaje : «Al final del sufrimiento /me esperaba una puerta», y más adelante, «Simplemente supimos que no es propio de la naturaleza humana amar sólo aquello que nos devuelve amor».

No tuvo una infancia feliz: acoso escolar, presencia opresiva de su madre, trastornos alimenticios...

En su obra, el diálogo con la naturaleza es otra constante . En el poema «Nostos» -una expresión que en griego puede traducirse como «regreso al hogar», incluido en el libro Praderas- parte de ese recuerdo casi bucólico que nace al evocar un manzano de su jardín de infancia, cuarenta años atrás. Y concluye así: «Miramos el mundo una sola vez, en la niñez. / Lo demás es memoria».

Su propia infancia, ese territorio desde el que miró el mundo por primera vez, estuvo marcada por algo que definiría su vida, la mitología clásica . En vez de cuentos, sus padres le leían esas historias de héroes y mitos que tenían para ella más realidad e interés que sus propios vecinos en su casa de Long Island. La niña que era Louise Glück creció embebida de esos relatos que resonaron en ella especialmente, como el de Perséfone, sobre el que estaría escribiendo de forma intermitente a lo largo de 50 años. De hecho, sobre Perséfone escribió en Averno . En Praderas sobre Ulises , Penélope, Telémaco y Circe. Su obra, como la de otra grandísima poeta, Anne Carson , recoge la herencia grecolatina y entreteje estos arquetipos y figuras, que son como una especie de máscaras que embellecen su yo cambiante, con versos contemporáneos más íntimos sobre relaciones y familia.

Psicoanálisis

Louise Glück no tuvo una infancia feliz , tampoco lo fue su adolescencia. Al acoso escolar se le añadía la presencia opresiva y asfixiante de su madre y los trastornos alimenticios que sufrió, que la llevaron a estar siete años en tratamiento psiquiátrico. Si el mundo clásico le ofreció las imágenes universales para saberse contar, fue el psicoanálisis el que le mostró el camino para pensar el yo, para entender aquellas nociones que habían sido un shock para ella, como la mortalidad, que descubrió de niña.

Louise Glück no siempre quiso ser poeta. Durante una época de su vida pensó en ser actriz . Su falta de talento, o al menos eso es lo que dice, la hizo centrarse en la escritura y envió a una editorial su primer libro a la precoz edad de 13 años. Se lo devolvieron, pero persistió y durante años, pensó que para escribir debía encerrarse en su atalaya, retirarse del mundo. Debutó en 1968 con un poemario llamado Firstborn y después de ese libro pasó un tiempo sin escribir. Fue aquella una época en la que Glück llevaba la vida que pensaba que los escritores debían llevar: una existencia centrada en el rechazo al mundo , consagrando ostentosamente todas tus energías al arte, a la creación. Después de dos años de sequía llegó a la conclusión de que no iba a ser escritora, de manera que aceptó un trabajo de profesora en Vermont , y en el momento en que comenzó a enseñar, en el momento en que tuvo obligaciones en ese mundo del que renegaba, volvió a escribir de nuevo. Fue como si la vida le hubiera regalado una lección. Desde entonces, no ha dejado de dar clases.

Su escritura se perfila a veces como venganza contra lo injusto, contra lo que no tiene nombre o lo que no se entiende. El dolor, la desilusión, el trauma, el desamor son los motores subyacentes de una obra en apariencia accesible que hace gala de un gran sentido de la ironía. Pero, en definitiva, la poesía de Glück tiene algo, o mucho, de inclasificable: puede parecer concebida para gente que solo lee poesía y, a su vez, para gente que nunca ha leído poesía.

Como dijo Michael Schmidt , su editor de Carcanet, lo que ocurre con ella es que está estética e imaginativamente en desacuerdo con una época . Su voz no está al servicio de ninguna causa, sino que es un ser humano comprometido con el idioma y con el mundo. No nos intenta persuadir de nada, sino que nos ayuda a profundizar en este mundo en el que vivimos y sus versos, claros y transparentes, apuntan a la fragilidad esencial del ser humano.

Su obra es, para mí, una puerta, es el compromiso con esa búsqueda de lo invisible. De lo que otorga sentido, de esas trazas de realidad de las que hablaba John Berger , esas huellas escondidas, a cuyo encuentro se encaminan sus versos.

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