Andrés Ibáñez - Comunicados de la tortuga celeste

Llorar porque otro llora

«The Leftovers» es el último y a la vez terrible y brillante ejemplo del mundo oscuro y devastador que retrata gran parte de la televisión actual

Andrés Ibáñez
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La sociedad civilizada es un sueño del que tenemos que despertar. Nadie te va a ayudar. No pidas ayuda y no intentes ayudar a nadie (puede ser muy peligroso). La tortura es algo horrible, pero a menudo resulta necesaria e incluso inevitable. Hazte con un arma y aprende a usarla. Olvídate de los prejuicios sentimentales, del «amor a la humanidad» y de la Convenciónd de Ginebra. Las instituciones están corruptas y no se puede confiar ni en la política, ni en la ley, ni en la policía, ni en la educación, ni en la medicina. Esta es la visión del mundo que, de forma casi unánime, intentan transmitirnos las series de televisión. En algunos casos uno percibe el eco de una crítica al sistema.

Una gran crítica al sistema es « Breaking Bad», por ejemplo, donde el horrible periplo de sus dos protagonista y su hundimiento en los infiernos se produce por una circunstancia corriente en la vida americana: el personaje principal, profesor de secundaria, tiene cáncer, pero con su sueldo no puede pagarse el carísimo tratamiento hospitalario.

Pero lo que veo en la mayoría de las series americanas, y también en unas cuantas inglesas que siguen los pasos de su principal fuente de inspiración, es todo lo contrario. No se trata de denunciar la práctica de la tortura, por ejemplo, sino de intentar convencernos de que la tortura es inevitable y, hasta cierto punto, natural, una parte del intercambio humano. Toda la serie británica « Utopía», por ejemplo, es una defensa de la necesidad de la tortura. Todos torturan allí: los malvados lo hacen, por supuesto, disfrutando y riéndose, como siempre, pero también los personajes positivos, los políticos, las personas mayores, las mujeres, los niños, los propios torturados. Todos torturan y todos saben que en algún momento les torturarán o tendrán que torturar a alguien. Creo que esto se inició en la serie «Lost» (2004), donde la tortura era también universal y donde uno de los personajes más atractivos y positivos era precisamente un torturador profesional. Ahora la tortura lo llena todo.

Un mundo fragmentado

Si las series antiguas describían sociedades o grupos humanos posibles a pesar de sus diferencias («Friends», «Seinfeld», «Cheers», «Frasier», «Los Soprano», «Doctor en Alaska»), las posteriores al 2001 describen un mundo fragmentado, una sociedad donde, como en el poema de Auden, «que a una muchacha la violen o unos niños acuchillen a un compañero, son axiomas», y «donde nadie ha oído nunca hablar de un mundo donde se mantengan las promesas o uno llore porque otro llora». Pero esto no parece horrorizar a sus creadores, tal como horrorizaba a Auden. El mensaje parece ser el contrario: no mantengas las promesas, porque nadie mantendrá las suyas, y no se te ocurra llorar si otro llora, porque el otro tampoco se preocupará por ti.

Todas estas series describen el fin y el fracaso de la civilización. En « The Walking Dead» los pocos seres humanos que sobreviven tienen que estar en un perpetuo estado de alerta para protegerse de los zombies caníbales, que son la mayoría de la humanidad. En otros casos se describen sociedades precivilizadas y bárbaras, como en «Juego de Tronos», «Vikingos» o la fascinante «True Blood», donde las instituciones humanas se ven dominadas por la jerarquía medieval de la implacable sociedad de los vampiros, que se burla de la sentimentalidad humana y se rige por cadenas y castigos. Fracaso y fin de la cilivización contada en diferentes claves, con diferentes envolturas, en Shameless, The Wire, «House of Cards», «Weeds», «Better Call Saul», «Peaky Blinders», «Flash Forward», «Bates Motel», «La cúpula», «Dexter», «True Detective», «Boardwalk Empire»...

En « The Leftovers» todos los temas de la nueva filosofía post 2001 reaparecen una vez más con gran brillantez, porque todo en esta serie es brillante, empezando con la música, obra del compositor contemporáneo Max Richter. Por no hablar del elenco de actores o del magnífico guión, siempre impredecible.

Las series producidas después del 11-S parecen contar el fracaso y el fin de la civilización en diferentes claves

«The Leftovers» narra la misteriosa desaparición de unos 140 millones de personas en todo el mundo. Todos desaparecen al mismo tiempo y nadie vuelve a saber de ellos. Este hecho incomprensible (¿metáfora de los tres mil que desaparecieron de pronto el 11 de septiembre de 2001?) tiene en la sociedad consecuencias incalculables. Todos los vínculos sociales, afectivos o incluso lógicos se rompen. Aparecen cultos absurdos y sin propósito aparente: vestir de blanco, fumar sin parar, no hablar. Alrededor del pueblo de Miracle se crea uno de esos submundos salvajes que la ciencia ficción distópica de los 90 solía situar en un futuro lejano. No hay ley en este mundo de extraños hippies violentos que se dedican a explotarse y a esclavizarse unos a otros. Pero dentro de Miracle tampoco hay ley alguna porque no existe ninguna noción de ética, de intención o incluso de sentido. Si tienes una pulsera, puedes entrar, pero si la pierdes te quedas fuera, aunque los guardianes de la entrada te conozcan. El hecho es que aquí nadie conoce a nadie, a nadie le importa nadie. En una secuencia clave, un hombre dispara a otro porque cree que es culpable de algo y luego se olvida incluso de que le ha dejado moribundo. El herido, ante la indiferencia absoluta de la policía, consigue llegar a un hospital, pero lo encuentra completamente desierto y tiene que curarse él solo.

Pero ¿es que realmente nuestra civilización está tan mal? Desde luego que no. ¿Es una imagen moral, una fotografía de nuestra alma enferma lo que pretenden reflejar estas series? ¿O es todo lo contrario, una gigantesca maniobra para convencernos de que estamos en la Edad de las Cavernas y que la barbarie es inevitable? ¿Y a quién puede interesarle convencernos de tal cosa? ¿Y para qué?

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