LIBROS

Juan Ramón y Zenobia, cartas de amor y una decepción

La historia de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí no por conocida deja de tener interés. De ahí que se hayan publicado la totalidad de sus cartas, hasta las más íntimas

Fotografía de Zenobia y JRJ que el poeta envió y dedicó a su sobrina, del mismo nombre
Andrés Ibáñez

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Juan Ramón Jiménez es autor de una obra inmensa e inabarcable. «El malvado capicúa» (así le llamaban por su iniciales, JRJ, su lengua viperina y su afición al color malva) se pasó la vida proyectando libros y reescribiendo los ya escritos , de modo que sus obras, aun las más conocidas y de apariencia más definitiva, no son más que embelesos o fantasías que flotan en el aire de un proyecto inmenso cuyas líneas de fuga desaparecen en el vacío. Juan Ramón proyectaba libros, les ponía título, definía sus partes y subpartes (con sistemas de numeración llenos de paréntesis, índices y numeraciones secundarias a menudo enloquecedores) y luego esos sueños le acompañaban a lo largo de los años. Algunos llegaban a completarse, otros aparecen sólo como fantasmas en las antologías que él mismo hacía de su obra, otros se mezclan unos con otros o se multiplican por gemación.

Hace algunos años, Espasa publicó dos tomos gigantescos de cerca de tres mil páginas cada uno, con ediciones críticas de su obra poética y prosística. Las 2.800 páginas de libros en prosa son especialmente fascinantes. Se trata, sobre todo, de libros reconstruidos que Juan Ramón proyectó, tituló y organizó pero a los que nunca dio una versión definitiva. Libros como «Un león andaluz», «Madrid posible e imposible», «Viajes y sueños», «Crímenes naturales» o «Vida y muerte de Mamá Pura», además de innumerables libros de poemas en prosa, de retratos y de recuerdos que nadie ha leído jamás simplemente porque nunca han sido publicados.

Libros fantasma

El libro que ahora nos ocupa, «Monumento de amor. Epistolario y lira», es uno de esos libros fantasma. Lo encontrábamos en las antologías un poco antes de los «Sonetos espirituales», y nos preguntábamos a qué correspondía ese prometido «epistolario». Hemos de aclarar que este «Monumento de amor», en magnífica edición de María Jesús Domínguez Sío, no es un intento de reconstruir ese libro hipotético, que siempre apareció fechado 1913-1916, es decir, el período que va desde el momento en que Juan Ramón y Zenobia se conocen hasta su matrimonio, sino que reúne la totalidad de la correspondencia entre ambos entre 1916 y 1956, en total 727 cartas, de las cuales las primeras 412 (¡758 páginas!) ocupan el período que va de 1913 a 1916. El volumen incluye también, como era de esperar, el libro de poesía titulado «Lira».

Ella le acusa una y otra vez de ofenderla, de ser un maleducado, de ser un bruto, de insultarla, y él le pide mil veces perdón

Un acontecimiento, sin duda. Una proeza de desciframiento a pesar de la bellísima letra de Juan Ramón, con esas líneas largas que flotan por encima de las palabras y de la no menos bella y afilada de Zenobia, que a veces escribe cruzando líneas horizontales y verticales para aprovechar mejor el papel. Un lujo, una maravilla más dentro del proyecto de la Residencia de Estudiantes de publicar epistolarios de la Edad de Plata y aledaños, entre ellos los dos tomos del epistolario de Juan Ramón Jiménez y otros tantos de Zenobia Camprubí, el primero de cartas a Juan Guerrero Ruiz y el segundo de cartas intercambiadas con Graciela Palau de Nemes.

Perrito apaleado

Pero pareciera que estamos posponiendo demasiado el comentario del libro en sí. Y la verdad es que uno se pregunta si Juan Ramón hubiera deseado de verdad dar a conocer estas cartas , sobre todo los cientos y cientos de cartas de la época del noviazgo, en las que Zenobia le fustiga sin misericordia y él se lamenta y gime como un perrito apaleado. Nos da la sensación, al leer estas páginas, de estar metiendo la nariz en un asunto profundamente íntimo, vagamente ridículo. Ella le acusa una y otra vez de ofenderla, de ser un maleducado, de ser un bruto, de insultarla, y él le pide mil veces perdón, se arroja a sus pies, gime, llora. Varias veces le dice ella que no le escriba más, que no quiere saber nada de él, y él una y otra vez le asegura que es «bueno» y le pide a ella que sea «buena» también, y uno se pregunta si será simplemente el cambio de los usos lingüísticos y de los códigos comunicativos lo que hace que estas cartas parezcan tan cursis, tan gazmoñas.

Él la ama, pero ella no le ama, y él le pide (¡cuántas veces ha pasado lo mismo en la historia del mundo!) que al menos sean amigos , no, hermanos, hermanitos puros y santos, y ella le dice que es un manirroto, que no tiene un trabajo de verdad, que es un desastre, que no sabe administrarse, y él intenta complacer a su novia puritana y de familia bien (Zenobia era hija de un importante ingeniero catalán y de una puertorriqueña de formación norteamericana y elevada posición económica) asegurándole que trabaja mucho, que trabaja de verdad , y haciéndole listas de todo lo que le pagan por sus traducciones y publicaciones.

Matrimonio

Hay detalles interesantes, como cuando Juan Ramón Jiménez propone a Zenobia un matrimonio no al estilo americano, donde los esposos van cada uno por su lado, ni tampoco uno al estilo español, donde la mujer está siempre sujeta al marido, sino algo intermedio, un matrimonio «en el que mujer y marido participen juntos de las ventajas y desventajas de la vida» . Pero lo cierto es que el conjunto decepciona un poco y que esperábamos algo más de uno de los grandes poetas del siglo XX y de una de las mujeres más activas y originales de su tiempo. Será inútil buscar en estas cartas un reflejo de la época en que se escribieron, ni mucho menos vislumbres, en la parte de Juan Ramón Jiménez, sobre la vida, la poesía, la literatura o la creación. Uno piensa que es una maravilla contar con este epistolario completo, pero que para el lector general una buena y breve antología sería más que suficiente.

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