LIBROS

Los Goncourt y el precio de la gloria literaria

Sin tiempo para digerir la muerte de su hermano, Edmond retomó su diario para narrar el Sitio y la Comuna de París

Jaime G. Mora

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Cómodamente asentados por el dinero que obtenían de sus rentas; aristócratas, o más bien reaccionarios que odiaban a la clase obrera y a todo lo que oliera a democracia, los hermanos Goncourt gozaban de un punto de soberbia que les llevaba a decir que los únicos que cultivaban la «pura literatura» eran el trío formado por ellos y Flaubert . Desde luego que a ellos cabe atribuirles, y no solo a Zola , el impulso inicial en la transición hacia el realismo naturalista, y más aún, a ellos se les debe el premio que desde hace más de un siglo alumbra los mejores descubrimientos de la literatura francesa. Pero fue en sus diarios donde dejaron su legado más sólido.

Lo escribían al caer la noche:se sentaban a su mesa de trabajo y, como si fueran uno, plasmaban por escrito las miserias del mundo de lasletras del París del XIX. Jules y Edmond se veían como «inteligencias gemelas» que vivían en una armonía total; a menudo se anticipaban a lo que estaban pensando o terminaban una frase iniciada por el otro. Juntos firmaron, entre 1851 y 1870, unas irreverentes memorias literarias que conforman el primer volumen de su «Diario» (Renacimiento, 2017). Aunque hay en estas páginas lamentos porque ni el público ni la crítica reconocen su originalidad y expresan su incomodidad ante las dificultades de vivir «en una época en construcción», a los Goncourt no les interesaba tanto exponer sus angustias como «ser verdaderos con el prójimo, con la vida», y no les importaba ser indiscretos o mezquinos.

A la publicación del primer tomo le sucedió una fenomenal polémica, con protestas airadas de algunos autores aludidos y amenazas judiciales. Les acusaron de reproducir lo que algunos literatos comentaban despreocupadamente en las cenas, de hacer juicios descorteses o de ridiculizar a sus contemporáneos. Solo quedaba Edmond para defenderse, pues los diarios no comenzaron a ver la luz hasta 1887 y su hermano había muerto en 1870, pero él ya había adquirido el hábito de la escritura diaria y lo mantuvo hasta el final de sus días. Cerró la primera entrega con la descripción de la agonía de Jules, víctima de una sífilis, y apenas había digerido el duelo cuando la asonada del Sitio y la Comuna de París le devolvió, ahora sin la complicidad de su hermano, a las páginas de su diario.

Renacimiento , en una edición de José Havel , y Pepitas de calabaza , en este caso con una traducción de Julio Monteverde , recuperan en el «Diario» de 1870-1871 la crónica que el mayor de los Goncourt hizo de la guerra con Prusia, del Sitio de París y de la proclamación de la Comuna. El relato de Edmond tiene el sesgo de quien escribe desde postulados elitistas y notoriamente despreciativos. «La sacrosanta democracia puede fabricar un catecismo aún más rico en cuentos chinos que el antiguo –apunta–: esta gente está lista para tragárselo devotamente». Pero la mirada que había ensayado durante tantos años como diarista le hace describir, como nadie hizo desde dentro, el «silencio aterrador» de la ciudad ante los bombardeos, cómo las conversaciones derivaron en exclusiva a lo que se podía comer, o las paradojas que se encontró, por ejemplo, al apreciar que las visitas a las áreas atacadas habían sustituido al teatro.

«París está bajo la más temible de las aprensiones –señaló–, la aprensión a lo desconocido». Hay en este diario una lucidez que justifica su condición de clásico.

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