Alfonso Armada - Lluvia racheada

Fuego en el mar, «en sentido estricto»

La película que Gianfranco Rosi ha rodado en la isla de Lampedusa nos lleva a cuestionarnos muchas cosas sobre nosotros mismos, del mismo modo que lo logra la lectura de George Steiner

Alfonso Armada
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Si al menos fuéramos capaces de huir del espejo negro de la realidad virtual que se va comiendo nuestra vida. Con zarcillos de datos que se van diseminando por los hemisferios del cerebro, como en el segundo episodio de la tercera temporada de « Black Mirror». Tal vez entonces podríamos salir de este círculo vicioso, lleno de furia, ruido y diversión atroz que nada significa. Salvo que no vemos ninguna salida, al menos en la política, la literatura, el arte. ¿El pensamiento?

Entre citas no voy a intentar apagar un fuego, sino todo lo contrario. ¿Qué es « Fuego en el mar»? Una de las formas de recobrar la cordura, o de no acabar de perderla, es demoliendo lugares comunes, tópicos con los que dejamos de pensar. Lo sugería George Steiner en « Errata

»: «¿Qué significa “en sentido estricto”?». Tratamos de hacernos entender. Pocas veces lo logramos. En sentido estricto, «Fuego en el mar» es una película de Gianfranco Rosi rodada en la isla italiana de Lampedusa. Quería filmar un cortometraje. Durante mucho tiempo, dice Rosi, Lampedusa había sido «una maraña de voces e imágenes generadas por anuncios de televisión y titulares impactantes sobre muertes, emergencias, invasiones y protestas populistas. Pero una vez en la isla descubrí una realidad que no se parecía en nada a la que transmitían los medios de comunicación y la narrativa política. Me di cuenta de que sería imposible comprimir un universo tan complejo en unos pocos minutos».

Lejos de la vida

Steiner se hace una pregunta que no ha dejado de resonar después de Auschwitz y el Gulag, pero también de Sarajevo, de Ruanda y, ahora mismo, de Siria. ¿Y los que desde el agua («fuocoammare», fuego en el mar, «mar de árdora»), con nuestra máscara pegada a sus rostros, reflejándonos como un espejo, nos dicen que tal vez ya seamos nosotros, o que algún día podremos serlo?

Se pregunta Steiner: «¿Es posible (formulo esta hipótesis después de sesenta años de magisterio y de amor por las letras) que, tal vez, las humanidades puedan volverle a uno inhumano? ¿Que, lejos de hacernos mejores (por decirlo con total ingenuidad), lejos de aguzar nuestra sensibilidad moral, la atenúen? Nos alejan de la vida, nos dan tal intensidad con la ficción que a su lado la realidad pierde color. Y si eso es verdad, entonces ya no sé qué hacer. [...] Tiene que haber un método, tiene que haber personas capaces de conseguir algo así. Pero prácticamente no he conocido a ninguna». (« Un largo sábado. Conversaciones con Laure Adler»).

Los periodistas somos tan implacables con jueces, maestros, artistas, políticos... ¿Y nosotros? ¿Somos de verdad admirables?

Apunto dos: Simone Weil y Albert Camus. Y desde la página 2 de un suplemento cultural traslado la pregunta al periodismo, en sentido estricto. El periodismo que acaso no está sabiendo dar cuenta exacta, profunda, de lo que está ocurriendo. Aunque para nuestro consuelo, nuestra buena conciencia, y poder seguir durmiendo a pierna suelta, nos gusta pensar que sí. Mientras nuestro mundo (el de la idea de Europa, y el de los periódicos como contrapoder y búsqueda de la verdad) se desvanece. Naufraga en el mar de la actualidad. Antes de entrar a ver «Fuego en el mar» en Madrid el espectador pasa por delante del Edificio España, frente al monumento al Quijote: cerrado, oscuro, muerto a la espera de los chinos o de nosotros mismos. Casi todos los huecos, que nos habían pasado inadvertidos, están aprovechados por gente que duerme a la intemperie.

En sentido estricto, ¿de qué hablamos cuando hablamos de periodismo, cuando hablamos de la realidad? ¿Qué es lo que, ingenuamente, uno esperaba de los poetas, los pintores, los músicos, los actores? ¿Los periodistas? A fuerza de cultivar las ideas elevadas por la estética y la ética (igual que los que trabajan en una ONG), uno creía que serían más sensibles, más amables que la mayoría. Y no es así: a menudo hay un abismo entre lo que predican y lo que hacen. Vanidad, egoísmo, celos, envidias, apuñalamientos de ferocidad asombrosa. Por la fama, el dinero, el reconocimiento... ¿No dejan en entredicho esos comportamientos buena parte de lo que han dejado por escrito, en sus lienzos, en sus películas? ¿Sería otra variante del gran teatro del mundo? Máscaras que nos permiten jugar a las apariencias, en el que por amor al comercio y pasar el tiempo que se nos ha concedido nos mentimos a sabiendas, nos premiamos, nos sonreímos, nos burlamos, nos pasamos la mano por el lomo. Gatazos de una magnífica y consciente perversión. Por ejemplo, los que hacemos los periódicos: tan implacables, tan exigentes con jueces, maestros, deportistas, médicos, artistas, políticos... ¿Y nosotros? ¿Somos de verdad admirables? ¿Qué autoridad moral tenemos, quién nos la ha otorgado, para tratar de forma tan severa a todos los demás?

Una «vita nuova»

El director de «Fuocoammare» decidió irse a vivir a Lampedusa para poder entender mejor. Es decir, escuchar mejor. Ver mejor. Así descubrió la vida junto a las vidas de los salvados del mar. Como la de Samuele, a quien acompañamos de noche, con una linterna. Descubre en la floresta a un pájaro con el que habla su propio lenguaje. Como un San Francisco inconsciente.

Insiste Steiner: «Leer a Platón, a Pascal, a Tolstói “a la manera clásica” es intentar una vida nueva y diferente. Es, como postula Dante, de un modo explícito, entrar en una “vita nuova”». Entre citas. Leídas sin mover los labios. Copiadas a lápiz. «El apego es forjador de ilusiones, y sea quien sea el que pretenda lo real debe ser un despegado», escribe Simone Weil en «La gravedad y la gracia». ¿Es lo que pretendemos? Albert Camus dice que un hombre rebelde es un hombre que dice no. Pero añade que «negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese no?».

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