EL CASO MATZNEFF

El exorcismo de la sórdida frivolidad pedófila

Gabriel Matzneff es un mal escritor y un mal tipo. Eso hace de él un perfecto chivo expiatorio. Se le puede borrar a bajo coste. Estas son las claves del escándalo que ha estallado en Francia

Una imagen de Gabriel Matzneff de 1990 AFP
Gabriel Albiac

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Antes de que nadie hubiera podido leerlo, sobre el soporte sólo de las notas promocionales entregadas a la prensa por sus editores, Le consentement (el consentimiento) de Vanessa Springora se anunciaba como un exorcismo en Francia. Y vaticinaba un best seller. Ambas predicciones se han cumplido. Era su tiempo justo.

Un exorcismo. Necesario. Y bien escrito. El exorcismo tardío de aquellas fantasías delirantes que hicieron pesadilla de los sueños que cerraron los años sesenta. Un exorcismo de la más sórdida de ellas: la frivolidad pedófila , cuya sospecha ya rozó, hace unos años, a alguno de los textos juveniles de Daniel Cohn-Bendit . Pero esta vez va en serio. Porque recae, no sobre un exceso en la boutade retórica de mejor o peor gusto. Sino sobre la gravedad de un hecho delictivo.

Vanessa Springora, autora de «Le consentement»

En Le consentement , Vanessa Springora, hoy directora editorial de cuarenta y siete años, narra su propia historia: la de una cría de trece, seducida por un hombre de más de cincuenta, que es aquí designado como G.M. y en el que a nadie en Francia se le oculta la identidad de un escritor de la más extrema derecha, amigo y defensor de Jean-Marie Le Pen. Gabriel Matzneff gozó de considerable éxito popular en los años ochenta, cuando los hechos delictivos que él mismo narra en sus libros se produjeron. Y fundó su éxito literario sobre una sola clave: el viejo truco de épater les bourgeois , esos burgueses que adoran siempre ser epatados, fundiendo en su escritura un relato autobiográfico que, en cualquier ciudadano no cubierto por el privilegio de la escritura, llevaría de cabeza al juzgado de guardia: no por lo escrito, por lo hecho. A los ochenta y tres años, Gabriel Matzneff es hoy, en las letras francesas, un juguete roto que ningún papel relevante juega y que sobrevive gracias a las ayudas de la asistencia pública. Demasiado tarde para pedirle unas cuentas que todo el mundo prefirió silenciar en su día.

Momento de gloria

Matzneff tuvo su momento de gloria, hace más de treinta años. Y esa gloria estuvo ligada a una metódica voluntad de vender libros, a costa de escandalizar a quien estuviera dispuesto a deleitarse en el escándalo. No hay, en él, ni grandeza de estilo ni de historia. No hay más que la triste exhibición de un connaisseur del sexo con niños , con «menores de 16», matiza él. ¿Se puede hacer con la pedofilia literatura? Sí. Se ha hecho. En el siglo XIX como en el XX. Pero Matzneff no es Gide. Ni Nabokov. Ni Byron. Apenas si un artesano de best sellers para gentes ansiosas de ruborizarse. Triunfó en una época que estaba ansiosa por zampárselo todo. Una época que tragaba hasta el soberano disparate de dar como transgresor a un hombre paradigmáticamente reaccionario. Ahora, la historia le devuelve la deuda. Y un best seller destruye al hombre que hizo de sus vergüenzas best seller .

Complicidad

Springora habla de un «consentimiento». Más que ambiguo: el de una criatura de trece años que se lanza a ser la amante de un hombre célebre más viejo que su padre . Y de otros «consentimientos» mucho menos ambiguos: el de su familia, su culta madre sobre todo, fascinada por emparentar con un literato al que juzga insigne. Y del más injustificable «consentimiento» colectivo: el que hace que las denuncias, que las hubo, se ahogaran en un cajón de la comisaría . Y del más ambiguo y laberíntico: que el mundo intelectual francés, sin casi excepciones, acogiera los libros de apología pedófila de Matzneff con una complacencia rayana en lo cómplice.

La visión, que estos días prolifera en las webs francesas, de un Gabriel Matzneff que exhibe sus venales correrías en burdeles de menores asiáticos en el más respetado de los programas literarios de la televisión pública, Apostrophes , avergüenzan hoy a todos. Y las bromas picaronas de su entrevistador, el entonces omnipotente gurú literarioBernard Pivot , abochornan. Y, sin embargo, nadie entonces dijo nada. Ahora sí. Pero es que ahora resulta de lo más barato. En aquel tiempo, los editores se felicitaban del maná en ventas que los libros pedófilos del popular Matzneff les aportaba. Hoy, cuando Matzneff ya no vende, retirar sus obras sale gratis.

Son cuatro ya los editores que lo han hecho. El canónico Gallimard entre ellos. No es probable que Gallimard extienda su criterio a los inmensos Jean Genet o André Gide , clásicos de su catálogo, que venden -y venderán- siempre. El enigma no es por qué Gallimard retira en 2020 los libros de un escritor tan manifiestamente mediocre como Matzneff de su prestigioso catálogo; el enigma es por qué los incluyó en él hace treinta años.

Gabriel Matzneff es un mal escritor y un mal tipo. Como tantos otros. Quizá sólo un poquitín más exhibicionista que la media. Eso hace de él el perfecto chivo expiatorio. Ejemplar y a bajo coste. Se le puede borrar. Sin perjuicio para el negocio.

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