30 AÑOS DE LA CAÍDA DEL MURO

Escritores que surgieron del frío

John Le Carré, Graham Greene, Doris Lessing o John Banville crearon obras imprescindibles sobre el Telón de Acero

Graham Greene
Mercedes Monmany

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Un día, poco después de la Caída del Muro de Berlín , como contaría el historiador y gran europeísta Timothy Garton Ash en su fantástico libro Historia del presente , este británico gran conocedor de la Europa del Este llamó por teléfono a un mítico personaje de aquel mundo recientemente finiquitado. Se trataba del veterano opositor polaco a la dictadura comunista, Jacek Kuron , que ahora, recién iniciada la democracia, se había convertido en flamante ministro de Trabajo y Asuntos Sociales. La conversación penetró de repente en las profundidades del mundo kafkiano del que todos parecían haber salido. Cuando Garton Ash preguntó por «el ministro Kuron» una voz le respondió educadamente: «Lo siento, esta es la oficina de censor». Resultaba que a Kuron y al «antiguo mundo» solo les separaba un dígito del mismo número de teléfono, de ahí la confusión. Ante la sorpresa, Ash preguntó atónito: «¿No había sido abolida la censura?». Y, sin inmutarse, la voz al otro lado del teléfono le respondió: «Así es, pero nuestros contratos no acaban hasta finales de junio, por lo tanto aquí seguimos».

Un mundo al desguace

¿Qué se podía hacer de ahora en adelante -se preguntaba Garton Ash- con todo ese universo político y social recién desmantelado, en estado de desguace técnico, compuesto por antiguos censores, guardias fronterizos , apparatchiks , miembros de la policía secreta, multitud de altos cargos y miles y miles de farragosos e inútiles expedientes? Un universo sostenido en el exterior, como el mismo escritor británico se quejaba amargamente en su novela El expediente , de 1997, por las descripciones de la Alemania del Este «facilitadas en Occidente por las gentes del 68». Siendo estudiante,Garton Ash vivió en Berlín en 1978, mientras preparaba su tesis sobre historia moderna. Mucho más tarde, con la llegada de la libertad, tendría acceso a un voluminoso expediente elaborado, sin él saberlo entonces, por algunos de aquellos cien mil informadores que pasaban sin cesar datos para la Stasi . Unos informadores que se servían tenebrosamente «de antiguas tradiciones y hábitos de obediencia alemanes». Para hablar más claramente: de los hábitos heredados del nazismo.

Había caído no solo el Muro, como apuntaba Garton Ash, sino un «modo de vida» sustentado por un plúmbeo sistema de delaciones, vigilancias masivas y exhaustivas a todas horas y un control ideológico de obsesión paranoica que invadía todos los registros de la vida privada y pública. Un sistema que Orwell había descrito perfectamente en su novela distópica 1984 , aparecida en 1949, recién instituido como tal el Telón de Acero, dando luz a la primera obra maestra literaria de la Guerra Fría. Un enfrentamiento geopolítico, económico, social, militar, nuclear, informativo y científico, abierto en canal entre las dos grandes zonas de influencia lideradas por EE.UU. y la URSS que dominaría por completo, con mayores o menores repuntes en su neurosis, la segunda mitad del siglo XX, nada más finalizar la Segunda Guerra Mundial . Si bien Orwell calificaba su inquietante ficción como «una sátira», muy pronto también aclararía que «podía ocurrir algo parecido». Su experiencia en la Guerra Civil española , conociendo de cerca las checas estalinistas, no le dejaba lugar a dudas. Y anunciaba lo que Garton Ash y muchos otros espíritus libres de Occidente, no infectados por la propaganda izquierdista, advertirían: «Las ideas totalitarias han echado raíces en los cerebros de los intelectuales en todas las partes del mundo».

La Guerra Fría, como fase histórica predominante una vez acabadas las «guerras convencionales» y destructoras que asolaron Europa durante el siglo XX, significaría la edad de oro de las novelas de espionaje. Novelas que en ocasiones (más allá de simplificaciones como la serie de James Bond o best sellers de Tom Clancy ) alcanzarían el estatus de obras de arte del género. Un género que en sus dosieres y secretos, en sus deslealtades y traiciones, o en sus paranoias y búsquedas ofuscadas de «enemigos latentes» en el interior de cada nación, ofrecería, basculando entre distintas agencias, ya fueran la CIA, la KGB o el M16, un suculento juego a las ficciones novelescas.

Círculo de Cambridge

Por un lado, estaría la célebre época de la Caza de Brujas , durante el macartismo, pero también, en el Imperio Británico, las actividades pro-soviéticas protagonizadas por el llamado Círculo de Cambridge. Es decir, la famosa red de 5 espías ( Kim Philby , Guy Burgess , Donald Maclean , Anthony Blunt y uno último, tardíamente descubierto, John Cairncross ) reclutados primero por el NKVD y luego por el KGB en los años treinta del pasado siglo. Captados en el corazón mismo de los más reputados colleges, donde abundaban jóvenes antifascistas británicos cuyo aprendizaje no pocas veces se había iniciado combatiendo en las Brigadas Internacionales en España.

Tras la finalización de la contienda, no tardaron en despuntar dos grandes maestros británicos (ambos ex agentes del M16), John Le Carré y Graham Greene , con obras ya legendarias, en el caso del primero, pertenecientes a su ciclo de novelas protagonizadas por Smiley (con la magistral El Topo ), pero también con su primer gran éxito: El espía que surgió del frío , de 1963. En el caso de Greene, estarían, entre otros, grandes clásicos de la Guerra Fría como El factor humano , El tercer hombre , El americano tranquilo o Nuestro hombre en La Habana (escritas entre 1950 y finales de los 70). Greene le daría un tono de espléndida altura literaria y existencialista a temas como la lealtad a la patria, los dilemas morales y la conciencia individual , presente o no en el caso de agentes dobles soviéticos sobre los que se inspiraría. Uno de ellos sería el legendario Kim Philby (del que Stalin llegó a sospechar que era agente triple).

Otras obras espléndidas ambientadas en la Guerra Fría serían La ciudad de las cuatro puertas (1969) de Doris Lessing ; Me casé con un comunista (1998) de Philip Roth ; El hombre inquieto (2009) de Henning Mankell , y, sobre todo, dos novelas imprescindibles para todos los aficionados, tanto al género de espías como no: El intocable (1997) del irlandés John Banville (inspirada directamente en Anthony Blunt , el famoso espía soviético, consejero de arte de la Reina de Inglaterra, que Margaret Thatcher decidió denunciar en sede parlamentaria en 1979, finalizando así una época de tratos bajo cuerda), y otra más, igualmente soberbia: El inocente (1990), de Ian McEwan, ambientada en el Berlín de 1955, donde un laberinto de espías compartía escena con una insólita y apasionada historia de amor.

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