MÚSICA

Cuando Wagner aún no era Wagner

Llega al Teatro Real «La prohibición de amar», segunda ópera de Wagner y su título menos conocido

Madrid Actualizado: Guardar
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«Hay allí bastantes cagadas». Así de crudo e inmisericorde se mostraría años más tarde el propio Wagner con respecto a « La prohibición de amar», su segunda ópera y la primera en subir a un escenario. Lo hizo el 29 de marzo de 1836, en Magdeburgo y en unas circunstancias rocambolescas. Aquel día se rozó el esperpento cuando uno de los tenores olvidó su papel durante la representación y fue improvisando sobre la marcha. Peor suerte todavía le tocó a la segunda función, suspendida pocos minutos antes de empezar por una pelea entre otro de los tenores y el celoso marido de la intérprete principal. La ópera fue cancelada y Wagner no tuvo más adelante el menor interés en rescatarla.

Es fácil entender la incomodidad del padre de la «obra de arte total» ante esta prueba de juventud tan impregnada de aquellos sabores italianos (Rossini, Bellini) y franceses (Auber, Meyerbeer) contra los que cargaría posteriormente en términos muy duros.

La carrera operística de Wagner había empezado cuesta arriba. Fue, no obstante, un revés saludable porque le ayudó a tomar conciencia del camino a seguir y a desprenderse de modas que tan sólo entorpecían su auténtica voz. El libreto, del propio compositor, es una adaptación de la comedia « Medida por medida» de Shakespeare. El encuentro de Wagner con la obra del dramaturgo inglés no produce las mismas chispas que en Verdi. Si el italiano buscaba en Shakespeare un ritmo dramático sobre el que modelar la palabra escénica, el alemán este ritmo no lo necesitaba. Ya tenía uno propio e inconfundible, aunque todavía en ciernes.

Ocasiones especiales

«La prohibición de amar» es una ópera desatendida por los propios wagnerianos, quienes la miran con cierto bochorno al igual que su autor. Incluso « Las hadas», la primera ópera del compositor alemán, ha gozado en las últimas décadas de mayor consideración por su sintonía con las atmósferas mágicas del primer romanticismo alemán y sus deudas con la música de Beethoven y Weber. Los principales avalistas de «La prohibición» han sido hasta ahora las efemérides, y con esto queda dicho todo. La reposición más destacada en tiempos modernos es la dirigida por Wolfgang Sawallisch en 1983, coincidiendo con el centenario de la muerte del músico. El estreno español, en el Festival de Peralada, se celebró en 2013, bicentenario de su nacimiento. Las funciones del Teatro Real coinciden con otra celebración: los cuatrocientos años de la muerte de Shakespeare.

Tal vez el mayor obstáculo para quien escucha «La prohibición de amar» radique en enfrentarse a un Wagner que suena a muchas cosas menos a Wagner. Por supuesto no faltan premoniciones del futuro: hay temas que anuncian «Tannhäuser»; están presentes los motivos del amor sensual y el amor redentor, el conflicto entre luz y tinieblas, que son elementos recurrentes en la obra de Wagner. También es patente una capacidad para conducir el discurso dramático muy superior a la media de la época.

Con «La prohibición de amar» firma Wagner su título más mediterráneo por ambientación, temperamento y escritura. Lejos de las brumas nórdicas que en los años siguientes envolverán su universo dramático, se respira aquí una sensualidad que encontrará una plasmación mucho más original y madura en el Venusberg («Tannhäuser») y en el jardín de Klingsor («Parsifal»). Con todo, la mejor manera para disfrutar de «La prohibición de amar» quizá sea la de olvidarse que su autor es Wagner.

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