El escritor argentino Martín Caparrós
El escritor argentino Martín Caparrós - EFE
LIBROS

La crónica «sudaca»

Martín Caparrós reivindica la mirada de los reporteros de la escuela de periodismo iberoamericana

El estilo latinoamericano se aleja de la escritura anglosajona que encarna Jon Lee Anderson

Madrid Actualizado: Guardar
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El viejo sueño de Martín Caparrós era publicar en «The New Yorker».

El escritor argentino, patriarca del nuevo periodismo iberoamericano, aprovechó un viaje a México para desplazarse a la ciudad de Juchitán y contar la vida de los muxes, como se conoce allí a travestis y transexuales.

«El tema parecía cumplir ciertos requisitos: la originalidad, la cuestión de género tan cara a la progresía americana, la mezcla de exotismo y cercanía», dice Caparrós en «Lacrónica» (Círculo de Tiza). Firmar en «The New Yorker» es publicar en la revista de referencia en todo el mundo del periodismo de gran formato.

Caparrós preparó la historia con la idea de ofrecérsela al semanario, la tradujo y consiguió que la recibieran. «Al cabo de un par de meses un editor me escribió que mi texto era “demasiado literario”: yo nunca habría imaginado que ese podía ser un motivo de rechazo en el "New Yorker"».

Años más tarde, en 2003, «Muxes de Juchitán» fue publicada en «una rara revista», «Surcos». «Lacrónica, entonces, seguía siendo un poco paria. Pero ya, vaya a saber por qué, empezaba a ponerse famosa», concluye.

La no ficción, de moda

En los años treinta, cuando ya llevaba unos años publicando reportajes largos (o crónicas, como se les llama en América Latina) la revista neoyorquina fijó su estilo en una guía de 31 puntos. Nada de encadenar tres adjetivos en los nombres, como hace Caparrós al escribir «sus hijos valientes, trabajadores, bravos». Nada de empezar las frases con «y» o «pero», porque las conjunciones no se deben usar para conseguir un efecto literario. Algunos ejemplos en «Muxes de Juchitán»: «Y la desdentada empieza… / Y después la señora. / Y se les nota… / Pero seguía… / Pero, sobre todo…».

Se pusiera de moda en los 2000 o hace décadas, 2015 fue sin duda el año de la no ficción. El Nobel a Svetlana Alexiévich, el primero que se concede a un escritor por su trabajo periodístico, elevó la no ficción a la altura de las mejores novelas. La crónica cada vez tiene más protagonismo en los catálogos de las editoriales consagradas y nacen otras -Dioptrías, Círculo de Tiza o Libros del K.O.- que solo publican este género.

El libro de Caparrós, «referente» e «inspiración» de la reportera argentina Leila Guerriero, fue uno de los títulos más destacados del último cuarto del año pasado. En «Lacrónica» el reportero recoge los mejores reportajes que ha publicado en sus 30 años de profesión. Es su «autobiografía profesional». Entre texto y texto, reflexiona sobre el periodismo.

Dice que un cronista es quien «literaturiza el periodismo»; una crónica, «eso que nuestros periódicos hacen cada vez menos». Defiende que el reportero debe combinar la mirada con la escritura, lo que él llama «la actitud del cazador»: estar atento a cada detalle porque todo puede ser materia de una historia. La crónica, «lo que otros llaman “nuevo periodismo”», debe ir contra el público, contar lo que muchos no quieren saber.

Los viajes de Meneses

Las reflexiones de Caparrós bien podrían ser el manifiesto de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Fundada por Gabriel García Márquez, esta institución ha ayudado al auge de la no ficción, género cultivado de forma militante por reporteros latinoamericanos: Alberto Salcedo Ramos, Alma Guillermoprieto, Diego Fonseca… «La crónica es un género sudaca», reivindica Caparrós.

Caparrós también defiende el uso de la primera persona, siempre que el cronista no hable «más de sí que del mundo», pero dedica las primeras 15 páginas de «Belgrado. La guerra moderna» a contar las dificultades que tuvo para conseguir un visado en su primera vez en la guerra. Cuando aborda la cuestión de la fidelidad a los hechos, dice que en determinados casos no es relevante ser veraz al distinguir si llueve o hace sol, o si el té lo lleva una señora vestida de verde o un muchacho vestido de azul. Más adelante relata la historia de una mujer víctima de la explotación sexual y escribe: «Afuera nieva. Lo bueno de la nieve es que vaga en el aire: allí donde la lluvia cae, la nieve flota, hace como si no tuviera un fin, como si no quisiera nada». Es inevitable sospechar si en realidad hacía sol.

Juan Pablo Meneses forma parte de esta corriente de reporteros latinoamericanos. Creador de la Escuela de Periodismo Portátil, este periodista chileno viaja en «Una vuelta al Tercer Mundo» (Debate) por Dakar, Etiopía, Brasil, Bolivia, Pakistán y Ucrania para descubrir qué se esconde en las zonas que menos atención reciben.

Una idea estupenda con una ejecución fallida. A veces la escritura es ampulosa y afectada. Su intento por trascender el periodismo clásico le lleva a experimentos como escribir 41 veces seguidas la palabra «crisis», 28 veces «comer» sin espacios entre medias o dejar pulsada la tecla «a» hasta dejar un mazacote de 256 aes.

En sus reflexiones sobre «lacrónica», Caparrós se olvida de los editores, una figura que no solo orienta y corrige al autor, sino que advierte a tiempo de que ideas aparentemente geniales en realidad no lo son. En «Una vuelta al Tercer Mundo» se echa en falta una buena edición.

Escuela anglosajona

El estilo efectista de Caparrós y Meneses contrasta con el de Jon Lee Anderson en «Crónicas de un país que ya no existe». Sexto Piso traduce las crónicas que el reportero estadounidense, también maestro de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, escribió para «The New Yorker» desde Libia durante la caída del dictador Gadafi.

Con la sobriedad propia del periodismo anglosajón, no hay palabrería ni la primera persona del reportero se apropia de las crónicas. El estilo de «The New Yorker» no es literario: la información y la claridad priman sobre todo lo demás. El volumen es un documento de gran valor para entender cómo Libia se libró de Gadafi para quedar a merced de «la tiranía de una inestabilidad generalizada y peligrosa». Sexto Piso acierta al insistir con un autor cuyas crónicas africanas ya tradujo en «La herencia colonial y otras maldiciones».

La lectura conjunta de Caparrós, Meneses y Anderson hace bueno el temor del periodista Miguel Ángel Bastenier: «Cuando me dicen que han hecho periodismo literario tengo la sensación de que me quieren estafar».

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