«Gentes ornamentales en las calles de Berlín, 1», publicado en «Blanco y Negro» el 24 de septiembre de 1933
«Gentes ornamentales en las calles de Berlín, 1», publicado en «Blanco y Negro» el 24 de septiembre de 1933
COLECCIÓN ABC

Caviedes, el amante de la belleza equilibrada

«Niño petulante», pintor precoz, habitual de las tertulias del Madrid de los cafés y las botillerías, afamado muralista, poeta, académico en San Fernando... Muchas son las razones para volver a Hipólito Hidalgo de Caviedes, un autor del que la colección del Museo ABC atesora algunas de sus mejores obras

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Alguna de mis obras preferidas de la Colección ABC pertenecen a Hipólito Hidalgo de Caviedes (Madrid, 1902-1994), un verdadero paladín de la elegancia en su vida y en su obra. Hipólito provenía de una familia artística en la que había descollado su padre, Rafael, un pintor hoy bastante olvidado, pero muy popular en su tiempo, del que destacaría varios de sus retratos (como el de la condesa de Leyva, de 1903) y algún paisaje (el de la calle de San Bernardo bajo la lluvia, de 1933, por ejemplo).

Hipólito fue un artista precoz («un niño concentrado, un tanto petulante, que prefería el caballo a la bicicleta», en sus propias palabras), que ya pintaba a los siete años y que hizo su primera exposición a los nueve, en la sala Iturrioz. Alumno de Romero de Torres y de Arteta en la Academia de San Fernando

, pronto se introdujo en los cenáculos del arte y en los literarios (de literaria se tildó a menudo su obra), participando en muchas de las más inquietas tertulias de los cafés de Madrid: la del Platerías –de la que fue cofundador–, la de Correos o, cómo no, la de la botillería Pombo. O frecuentando el ambiente de la Residencia de Estudiantes. Y, en paralelo a sus exposiciones, colaboró con sus ilustraciones en publicaciones de la época («La Esfera», «Blanco y Negro», «Gente Menuda», «Nuevo Mundo», «Mundial» o «Brisas», la revista mallorquina de los hermanos Villalonga), en algunos libros y en el cartelismo. Y hasta practicó algo de sátira en «Buen Humor», a veces bajo la firma de Pérez.

Ojo de arquitecto

Su trabajo se situaba entonces en un ámbito muy personal, tan heredero por igual de las influencias cubistas o surrealistas como del decó, y a menudo con un punto de nostalgia del espíritu de los románticos. Pero, y eso siempre le individualizaría, con un solvente y metódico sentido de la composición («de una mano suelta, como la de un ligero dibujante, y de un ojo de arquitecto, avezado a sentir y a calcular», le consideraría pertrechado Eugenio d'Ors en 1939). Nada extraño en alguien que tuvo en el manierista Sebastiano Serlio uno de sus referentes, y que miró siempre con interés el trabajo de su hermano Rafael, notabilísimo arquitecto.

Ahora bien: es imposible comprender su desarrollo sin su estancia en Florencia, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, a principios de los años treinta, que le supuso el contacto directo con sus admirados Giotto, Pisanello, Piero della Francesca o Botticelli, y su posterior paso por Berlín, ciudad de cuyo ambiente dan fe unos excelentes dibujos aparecidos en ABC en 1932.

Su salto a la gloria internacional se produciría, sin embargo, en 1935, cuando su lienzo «Elvira y Tiberio», excelente retrato de una pareja de color, ganó el Primer Premio Carnegie de Pittsburgh, que hasta la fecha solo había conseguido otro español, Pablo Picasso, cinco años antes.

En América estuvo en contacto con la renovación de la ilustración que allí se estaba produciendo

Pero, con todo y con ello, la verdadera fama de Hidalgo de Caviedes se había ido cimentando, desde los años veinte, en su virtuosismo para el muralismo. Como señalase Manuel Abril en las páginas de «Blanco y Negro» (1935), era prácticamente imposible evitar en Madrid sus murales: en los bares Chicote o Gong, en la Telefónica, en la Residencia de Señoritas, en el cine Capitol, en la farmacia Ladrón de Guevara, en Sederías Lyon, en el restaurante Fuentelarreina –a las afueras de Madrid–, concebido por Gutiérrez de Soto, o, por citar otro más entre muchos, en las paredes del sótano del café Lyon que cobijaban la tertulia de los falangistas: La Ballena Alegre.

Esas simpatías suyas hacia la Falange, que nunca obstaculizaron su amistad con Federico García Lorca, Luis Buñuel o León Felipe, le pusieron en el punto de mira de los republicanos tras el estallido de la Guerra Civil en 1936 (el año en que hizo su estupendo retrato de Regino Sainz de la Maza), e Hipólito tuvo que refugiarse en la embajada de El Salvador, de donde lograría salir al cabo de unas semanas para llegar hasta Francia, y de allí marchar a Cuba, donde se instaló.

Cien murales

Aunque hizo un breve viaje a España en 1946, no regresaría definitivamente a nuestro país hasta 1961. Y, en ese período de alejamiento, su actividad como pintor y, sobre todo, como muralista, fue realmente febril: murales para el colegio de Belén, el Diario de la Marina, la Galban Lobo Trading Co. (de ciento setenta metros cuadrados), los bancos Continental y Pedroso, el hotel Habana Riviera o el Hospital Mercedes, en La Habana; murales en en el Casino de Puerto Rico; murales en la universidad Bridgeport de Connecticut (Estados Unidos)… Algo más de un centenar de obras, que compatibilizaba con la pintura –retratos en su mayoría– y con su faceta de poeta, casi siempre en lengua inglesa o francesa.

Para cuando finalmente volvió a España, doy por hecho que se sintió un tanto desubicado por las corrientes en boga, él que nunca dejó de aspirar a un orden pictórico de resabios clásicos («me recuerdo siempre como un ser organizado y responsable», confesó al crítico Augusto Viñolas). Su pintura, con un estudiado sentido de los volúmenes, y que a ratos se llenó de mujerucas de negro que expresaban esa especie de honda y estatuaria manera de ser y estar del campesinado español, parecía hallarse a contratiempo de las inquietudes artísticas hegemónicas (pensemos que el grupo El Paso, por ejemplo, se había fundado cuatro años antes).

En los años 20, era prácticamente evitar en Madrid los murales de Hidalgo de Caviedes

Pero, y esto me interesa subrayarlo, él había estado durante su estancia en el continente americano en contacto con la renovación de la ilustración que se estaba produciendo en aquellas latitudes, y que determinaría buena parte del gusto del mejor dibujo internacional de posguerra. De manera que, cuando nada más regresar a Madrid, entró en contacto con ABC, hizo algunos textos para el periódico y unas cuantas ilustraciones, brillantes imágenes de la negritud, que gozan hoy de una modernidad encomiable (como esa portada de 1961, en la que nos presenta a una pareja cubana, que inevitablemente se nos antoja una vuelta de tuerca a su obra «Elvira y Tiberio», de 1935).

Hipólito Hidalgo de Caviedes ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1970, ocupando la vacante de su admirado Vázquez Díaz, con un discurso titulado, como no podía ser menos, «El pintor ante el muro», que contestó Enrique Lafuente Ferrari. Y murió en su Madrid natal un 23 de octubre de 1994, a los noventa y dos años.

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