ENTREVISTA

Bret Easton Ellis: «Me importa un bledo lo que piensen de mí»

El escritor, estrella de la Generación X y «enfant terrible» de la literatura estadounidense, ajusta cuentas con el «establishment» cultural en su último libro, «Blanco»

El escritor estadounidense Bret Easton Ellis IGNACIO GIL

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cada día, desde hace algunas semanas, lo primero que Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) y su pareja, el cantante «millennial» Todd Michael Schultz , hacen al abrir los ojos es mirarse y preguntarse: «Oye, ¿tienes el coronavirus ?», «¿Lo tienes tú?». Para saber reírse de uno mismo, hay que ser bien inteligente, y más en momentos como los que estamos viviendo. «Hacemos chistes sobre ello, nos lo tenemos que tomar a broma. No hay otra forma de pasar por esto», defiende el escritor desde su residencia de Los Ángeles , ciudad a la que la crisis sanitaria aún no ha llegado con todas sus terribles consecuencias. Ese estoicismo, del que hace gala incluso en plena pandemia , apelando a la racionalidad frente al «apasionamiento» y las «reacciones exacerbadas», es marca de la casa en el «enfant terrible» de la literatura estadounidense. Encaramado a esa poltrona desde hace años y sabedor de que nunca tuvo nada que perder, no deja títere con cabeza en su último libro, «Blanco» (Literatura Random House), una colección de ensayos en la que desmonta la doble moral del «establishment» cultural .

-La pregunta más importante estos días: ¿Está bien?

-Sí, lo estoy. En esta cuarentena autoimpuesta me he dado cuenta de que mi vida siempre ha sido así. Echo de menos ver a mis amigos, salir a cenar, ir al gimnasio y al cine... pero siempre he llevado una vida muy solitaria. Hay algo inquietante y extraño en la noción de que esto es una extensión de mi vida...

-¿Logra concentrarse para escribir y leer? Se lo pregunto porque a mí me cuesta...

-Es lo que más he hecho. Leer no me cuesta nada, y escribir... también he escrito estos días. Escribir me ayuda a olvidar dónde estoy. Empecé a escribir para escapar del dolor. El dolor fue lo que me hizo escribir.

-Una vez superemos esta crisis, el mundo ya no será el mismo, pero... ¿cómo será?

-Muy buena pregunta. En muchos aspectos soy optimista, en la misma medida en que soy pesimista. Tengo la esperanza de que se produzca un reordenamiento, que salga algo positivo... Mi sensación innata es que, una vez que salgamos de esta, nos una más. Espero que dejemos a un lado nuestras diferencias, tanto ideológicas como políticas, e intentemos superar esto juntos.

-¿Y qué papel debe desempeñar ahora la cultura?

-En algún sitio he leído que la compra de libros en internet ha subido un 70%. Y veo más gente que nunca hablando de libros. Los editores están retrasando grandes lanzamientos, pero deberían publicarlos ahora, que estén disponibles en internet, como están haciendo los estudios de cine con sus estrenos. Es un buen momento para explorar libros y escuchar música. Cuando salgamos de esta apreciaremos las experiencias artísticas mucho más.

-Hablemos ya del libro que ha motivado esta charla: «Blanco». Empieza hablando de la edad de oro del cine en los 80. ¿Cómo valora el cambio cultural de las tres o cuatro últimas décadas?

-En aquellos años, al artista se le permitía actuar con libertad. Se hicieron algunas películas fabulosas en ese período, muy personales y que aun así tuvieron un gran éxito. Pero, entonces, los artistas se desbocaron un poco y hubo que atarlos en corto. Y las corporaciones empezaron a absorber estudios de cine, editoriales, discográficas, y a actuar como conglomerados, poniendo todas esas cosas bajo el paraguas de una dictadura corporativa. Lo acabamos de ver con Woody Allen en EE.UU. Las corporaciones han comenzado a dictar lo que ellas consideran que es permisible, y eso es un problema, porque hace que el arte sea mucho más aburrido. Echo de menos la voz del autor. Son voces que apenas se oyen hoy. Ha habido un ablandamiento de las artes a causa de las corporaciones.

-Asegura que ningún autor de su generación recibió peores críticas que usted, pero eso nunca le hizo cambiar su forma de escribir, ni los temas que quería tratar. ¿Siempre supo lo que perseguía como escritor, cuál era su voz?

-Sí, y no sé cómo ocurrió. Me di cuenta muy al principio. Con 6 o 7 años escribía cuentos y empecé mi primera novela a los 13 o 14. Era algo que quería hacer. Leía muchísimos libros, había muchos en casa, y me influían. Me tiraba en la cama y escribía. La primera vez que criticaron mis relatos, en la universidad, en un taller literario, me dio igual. Otros escritores valoraban las críticas, pero yo no. Yo recibía muchas críticas y muchas alabanzas, porque era uno de los mejores del aula; Donna Tartt estuvo en ese taller, Jonathan Lethem también. He seguido así desde entonces, las críticas no me importan. Si hubiese entrado en ese juego habría hecho lo que Chuck Palahniuk: sacar un libro cada dos años. Ojalá fuese esa clase de escritor, constante, pero escribo cuando estoy inspirado.

-Confiesa que perseguía retos, no vivir en la seguridad de su entorno familiar. Ahora, precisamente, nos refugiamos en esa seguridad, somos incapaces de ponernos en la piel del otro. ¿Qué clase de sociedad hemos construido?

-Si en EE.UU. nos encontramos ante una brecha tan terrible, es evidente que no es una gran sociedad y hay mucha gente que no es feliz. Y hemos contribuido a ello porque no nos entendemos los unos a los otros. Ahí es donde nos equivocamos. Siempre he dicho que para ser escritor tienes que ser capaz de meterte en la piel del otro, ver el mundo a través de sus ojos. Espero que todo el mundo haga eso, que no deseche a la gente sin comprender de dónde vienen. Pero creo que, demasiado a menudo, la sociedad procede así, y lo odio. No soporto que automáticamente etiqueten a alguien como misógino o racista. Eso impide la conversación, la discusión, el aprendizaje.

-¿Cree que la libertad de expresión está en peligro?

-Sí, lo pienso todo el tiempo. No es que no se escriban ciertos libros, o que no se vean ciertas películas, sino que hay un intento de encerrarlos bajo llave. No me siento cómodo con la gente que trabaja en Hachette, esos que se negaron a publicar el libro de Woody Allen. La libertad de expresión se permite, pero me molesta la reacción de ciertas personas ante el ejercicio de la libertad de expresión por parte de otros. A muy pocos les llegan a silenciar, pero les convierten en unos parias sociales. El castigo se ajusta al crimen que se imaginan. Pienso en Polanski y me parece absurdo que haya gente que se marche de la ceremonia de los César porque le den el premio al mejor director. Esta suerte de indignación moral no me parece que venga a cuento.

-En el libro menciona a Joyce y cómo, siendo joven, en Irlanda, llegó a la conclusión de que no podía escribir sin ofender a algunos. ¿Cuándo llegó usted a esa conclusión?

-En aquel taller de escritura, en la universidad. Lo vi enseguida. Mis relatos, comparados con los de mis compañeros, eran muy duros. Había gente que se sentía ofendida. Me pasó allí, me volvió a pasar con «Menos que cero», y con «American Psycho» fue la gota que colmó el vaso: todo el mundo estaba ofendido. Una vez que te enfrentas a eso, ya lo has visto todo en cuanto a reacciones. «Blanco» ofendió a tanta gente en EE.UU... El hecho de que yo no permita que Trump me coma el tarro hace que muchos se ofendan y que me encuentre con muros, pero lo siento, no dejaré que me interrumpan, voy a seguir con mi vida.

-Habla, y le cito, del «horrible auge de la identificación, la inclusión de todos en la misma mentalidad». ¿Cómo podemos superar esa «identificación»?

-Podemos pararlo en las universidades, en el mundo académico. Ahí empezó. Es lo que los profesores enseñan a los jóvenes. Una vez lo consigamos, es cuestión de que lean libros y decidan por sí mismos qué les gusta. Recuerdo cómo en la universidad -daba igual que fuera el «Ulises», Flaubert, Nathanael West o Hemingway- se me permitía explorar textos y llegar a mis conclusiones sin que me dijeran lo importante que era por algún difuso motivo cultural, por haber sido escrito por una mujer negra o por un gay. Lo que yo necesitaba era que la grandeza del libro me hablase directamente, la escritura, la prosa. No me importaba si el autor estaba oprimido o era víctima o vivía en el gueto, y por eso era bueno el libro. Eso es lo que ocurre ahora en EE.UU. No sé adónde aspiran a llegar con eso. Ahora, el arte es el artista, y a ése es al que buscamos. El arte en sí ocupa un lugar secundario. Es un desastre cultural, espero que enderecemos el rumbo.

-Antes ha mencionado a Polanski y a Woody Allen, y eso me hace pensar en la importancia de separar la obra de su creador. ¿Ha perdido la cultura dominante la capacidad de examinar y apreciar la obra de arte con criterios estéticos?

-Claro que sí. No me interesa lo que interesa a los medios: las historias que no se han contado antes, las voces que no hemos escuchado... Eso me trae sin cuidado. Simplemente pido que me den una buena película o un buen libro. Pero no me den algo que esté diseñado para ganar premios de cierto grupo de gente. Hay muy poca gente con la que pueda hablar de nuevos libros. Hay un libro maravilloso que estoy leyendo ahora titulado «Disappearing Earth», de Julia Phillips. No tengo con quién hablar de él. Recuerdo que antes salía a cenar, y dos o tres personas habían leído ya una novela o estaban inmersos en su lectura, y hablábamos de ese libro. Hace muchísimos años que no tengo una conversación de ese tipo... Ahora todo el mundo ve la televisión.

-Yo odio el papel de víctima y estoy de acuerdo con usted cuando dice que considerarse una víctima es como una «enfermedad». Creo que el victimismo ha causado un gran daño al feminismo moderno.

-Sí, y por eso en EE.UU. hay una reacción en contra de muchas mujeres. Pero es muy difícil hablar de eso online. Está el mundo fuera de internet, donde la gente tiene conversaciones mucho más realistas, y luego está el mundo online en el que te muestras en Facebook, Twitter o donde sea. En Twitter está el 2% de la población, y eso no quiere decir nada. Pero nos lo tomamos muy en serio. Tengo conversaciones fuera de internet con mujeres que están hartas de eso, que odian el #MeToo. La idea de que todo se ponga bajo ese único paraguas, tanto si se trata de un tipo que quizás te parece horripilante como de una agresión sexual... Es todo igual. No estamos hablando de violación, la conversación no trata de eso. Una vez más, empieza en el campus, esa creencia de que las mujeres están muy oprimidas en este país... ¡Por Dios! Los homosexuales se sienten muy oprimidos en este país... ¡Absurdo! Es esa mentalidad de víctima. La vida es dura. Para crecer, lidias con esa decepción.

-Recuerda cómo quienes quisieron prohibir «American Psycho» asumieron que los crímenes de Patrick Bateman eran sus propios crímenes. Eso pasó en 1991, pero ahora la gente confunde constantemente opiniones y pensamientos con crímenes reales. ¿Las redes sociales son responsables de eso?

-Supongo que sí, porque es una voz a la que, por alguna razón, todo el mundo presta atención. Esa confusión se ha consolidado, aunque sean tonterías, aunque sean noticas falsas, aunque no sea real. Y ha alcanzado su punto máximo en los últimos cuatro años, con la elección de Trump. Todo esto ha explotado. Culpo a los medios de comunicación estadounidenses de eso, han causado un enorme daño y han llevado a este país a una división nunca antes vista. Es terrible vivir en este país y ver cómo los medios generalistas provocan división. Nunca he visto esto antes, nunca he leído un periódico como The New York Times, nunca había visto lo que pasa en la NBC, que es una comedia, y en la CNN, otra comedia. Lo que hay que hacer es informar de las noticias. No quiero escuchar sus opiniones sobre ello. Si tienes un programa de opinión, fantástico. En nuestro país, la aprobación de los medios generalistas es del 17% o del 18%. Son los que persiguen a Trump. Cuando paremos esta tontería quizás podremos encontrar algo para arreglar las cosas entre nosotros. Hay elecciones. Espero que salga alguien de ellas. Los medios generalistas muestran constantemente lo horrible que es todo. Eso no es cierto, no es verdad, todo no es un desastre.

-Hablando de medios, pero también de política, en el libro confiesa que durante la campaña de 2016 se dio cuenta de que no era ni conservador, ni progresista, ni republicano, ni demócrata. ¿Qué es usted?

-La otra noche, mi novio me hizo un test que te muestra qué eres políticamente. Había 50 preguntas y respondí con sinceridad. Y resulta que soy un libertario de tendencia izquierdista... Tiene sentido. Eso no significa que vaya a votar en estas elecciones. Si son Trump y Biden... No sé.

-Dice que la fama es «un juego efímero totalmente distinto de ser escritor, que te obliga a crecer rápido». ¿Está orgulloso de lo conseguido?

-Nunca estoy orgulloso de mí. Ojalá no me hubiese pasado 10 años intentando hacer un programa de televisión o una película, que es lo que he hecho en los 10 últimos años. No escribes prosa cuando escribes guiones; cuentas historias, pero no creas una conciencia, no creas un estilo... Sí, escribir siempre es importante para mí.

-¿Y cómo se lleva ahora con la fama, cómo lidia con ella?

-Se ha terminado. Me importa un bledo lo que piensen de mí. No intento ser famoso. Me han eliminado de ciertos círculos y me da igual. Tengo 56 años. Ya no puedo mantener una pose, ya no estoy en ese espacio. Me preocupaba a los 30 o los 40. Pero me he dado cuenta de que la fama no significa nada en tu realidad cotidiana. La fama ha sido más dolorosa que agradable. El primer año de fama es divertido, y luego te pasas el resto de la vida intentando que no te humillen.

-Hace 10 años, la primera vez que hablamos, en España, me descubrió a un grupo maravilloso, The National. ¿Qué me recomendaría ahora?

-¡Dios mío, The National! ¿Fue hace 10 años? ¿Qué disco era?

-«High Violet».

-Un disco magnífico, no han hecho otro mejor. Me encanta The National. Fueron una parte muy importante de mi vida durante años, los escuchaba todo el tiempo, significaban mucho para mí, su música me conmovía mucho. Me gusta la música country. Una banda interesante es The War on Drugs. El mejor disco que he escuchado en el último año es «Lover», de Taylor Swift. También me gusta el último disco de Lana del Rey. Pero no he encontrado a nadie que me haya emocionado tanto como The National.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación