MÚSICA

El autorretrato implacable de Eric Clapton

En sus memorias, que publica ahora Neo Sounds en español, el autor de «Layla» parece intentar acabar con su propia leyenda y con todo el glamur que supuestamente rodea a las estrellas del rock

Eric Clapton, en una imagen de los años 80 Getty Images
Israel Viana

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El problema de Eric Clapton (Ripley, 1945) fue que desde muy joven se enganchó tanto a la música de Robert Johnson , Big Bill Broonzy y Muddy Waters como a la cocaína, la heroína y el alcohol. «Recuerdo las primeras 24 horas de mono como un absoluto infierno. Fue como si me hubieran envenenado. Todos los músculos y los nervios de mi cuerpo sufrían calambres. Me tumbé en posición fetal y aullé de dolor. Nunca había conocido dolor como aquel, ni siquiera cuando tuve escarlatina de pequeño. No había ni punto de comparación. Estuve así tres días y no pude pegar ojo en ese tiempo. Y lo peor era que sin drogas, limpio, me sentía fatal. Tenía la piel hipersensible, todos los nervios de punta y estaba deseando tomar más para volver a estar bien y cómodo».

George Harrison (izda.) y Eric Clapton, en los años 80 Getty Images

Es solo una de las incontables escenas agónicas que el guitarrista recoge en « Clapton. Autobiografía », que la editorial Neo Sounds publica ahora en español. Tenía solo 25 años, pero ya se había ganado el respeto de los músicos más importantes del siglo XX. Y tan pronto nos cuenta cómo se recorría los clubes de Londres improvisando con su «amigo» Jimi Hendrix , los conciertos con los primeros Rolling Stones sustituyendo a un Mick Jagger enfermo o las llamadas de Bob Dylan , Aretha Franklin y los Beatles para que tocara en sus discos, para confesar justo después su incapacidad para las relaciones sexuales, su falta de compromiso con sus bandas, su envidia por el éxito de otros, su responsabilidad al arrastrar a seres queridos al mundo de las drogas o el alcoholismo que estuvo a punto de matarle en varias ocasiones. «En el vuelo hasta el centro de desintoxicación me bebí todo lo que pude y más, aterrado como estaba de no poder volver a beber. Ese es el mayor miedo de los alcohólicos. En los peores momentos de mi vida, la única razón por la que no me suicidé fue porque sabía que, si estaba muerto, no podría seguir bebiendo», cuenta el guitarrista sobre uno de sus últimos intentos de desengancharse del alcohol en 1982.

A lo largo de sus casi 400 páginas, Clapton parece empeñado en acabar con su propia leyenda y con el glamur que supuestamente rodea a las estrellas del rock. Es eso precisamente lo que engancha de este autorretrato sincero e implacable que comienza en la casa de Ripley donde nació. Un hogar «sin electricidad, con lámparas de gas que emitían un ruido enorme y sin bañera, tan solo una cubeta de zinc grande colgada en un cobertizo del jardín». Que continúa con el día que se enteró de que sus padres eran en realidad sus abuelos y su hermana era su madre, con el rechazo posterior de esta, cuando regresó a casa siendo él preadolescente: «Creo que es mejor, después de todo lo que han hecho por ti, que sigas llamando mamá y papá a tus abuelos». Y que finalmente se precipita hacia el abismo cuando la heroína entra en su vida durante la grabación del primer disco de George Harrison: «Por el estudio iba mucho un traficante que te ofrecía que compraras toda la cocaína que quisieras, con la condición de que te quedaras con cierta cantidad de caballo», recuerda.

Conor Clapton

Eric Clapton estuvo cargando con sus adicciones veinte años, con varios intentos de desintoxicación por el camino. Lo consiguió por fin un año después de nacer su hijo Conor, en 1987. «Me di cuenta de que era la única cosa de mi vida de la que podía salir algo bueno», comenta, antes de añadir: «Los mejores momentos que pasé en esos primeros años de sobriedad fueron en compañía de él. Era lo más parecido a una vida normal que había tenido». La noche del 19 de marzo de 1991 fue a buscarlo a la casa de su expareja en Nueva York para llevarlo al circo de Long Island. «Era la primera vez que me lo llevaba yo solo. Estaba nervioso y emocionado a la vez, pero fue una noche increíble. Conor no dejó de hablar y se lo pasó especialmente bien viendo a los elefantes. Me hizo darme cuenta por primera vez de lo que significaba tener un hijo y ser padre. Recuerdo que, cuando se lo devolví a Lori, le dije que, en adelante, cuando me tocara tener a Conor, quería cuidarlo yo solo».

Eric Clapton, en los 70 Getty Images

A la mañana siguiente se disponía a recogerlo de nuevo para ir al zoo cuando la madre llamó histérica: el niño de cuatro años, jugando al escondite con la niñera, salió corriendo hacia una ventana abierta y «cayó 49 pisos hasta que aterrizó en un tejado» . El guitarrista solo acertó a decirle: «Es ridículo, Lori. ¿Cómo puede estar muerto?». Cuando llegó al edificio de apartamentos y vio el cordón policial pasó de largo. «No tenía el suficiente valor para entrar». «Después tuve que ir a la morgue y cuando miré esa preciosa cara en calma –continúa–, recuerdo que pensé: “No es mi hijo. Se parece un poco a él, pero él se ha ido”. Después fui a verlo otra vez a la funeraria para despedirme y disculparme por no haber sido mejor padre».

Clapton reconoce que los primeros meses tras la muerte de Conor fueron una pesadilla en la que el fantasma de la bebida apareció de nuevo tras tres años sobrio. Su entorno pensaba que era peligroso dejarlo solo. Pero esa vez no ocurrió. «Tenía a los compañeros de rehabilitación y mi guitarra. Ella fue, como siempre había sido, mi salvación», explica. En la soledad de los siguientes meses fue donde surgió «Tears In Heaven» , el único número uno de su carrera que había compuesto él solo. Una canción que compuso para responder a la pregunta que llevaba haciéndose desde que murió su abuelo y que continuaba ahora con la muerte de su hijo: «¿De verdad nos volveremos a ver?».

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