LIBROS

Alois Miedl, el arquitecto del expolio nazi

El historiador Miguel Martorell analiza en su último ensayo el saqueo masivo de obras de arte en Europa a través de la figura de Alois Miedl, el marchante de Hermann Göring

Adolf Hitler y Hermann Göring admiran una obra requisada por los nazis
Manuel P. Villatoro

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Madrid se convirtió, allá por 1941 , en una de las capitales del espionaje mundial . Lo que, años después, sería la dividida Berlín durante la Guerra Fría. País neutral sobre el papel, portón de entrada y salida de América y, sobre todo, cercano a nivel geográfico al corazón del Tercer Reich, España se erigió como un teatro perfecto para que los artistas del engaño hicieran lo que mejor sabían: trapichear con información e intentar atraer a embajadores extranjeros hacia su causa. Con ese telón de fondo, a nadie le resultó extraño que, el 12 de abril de 1945, un estadounidense y un alemán se reunieran para charlar en una sala hotel Capitol. Consistía en un ejemplo más de la multiculturalidad que se vivía en la urbe.

Pero aquella reunión, celebrada a eso de las seis y media de la tarde (mala hora para los extranjeros por su cercanía con la cena), iba a ser la punta del hilo que desenmarañaría una gigantesca madeja: la del entramado que había orquestado el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial para saquear las obras de arte de la vieja Europa . A un lado de la mesa se hallaba el teniente Theodore Rousseau, miembro de los servicios secretos estadounidenses y de la «Unidad de Investigación del Arte Expoliado» (hermana de la que formaron los famosos «Monuments Men»); al otro, Alois Miedl , un destacado marchante germano huido de la Alemania nazi que creía que le habían convocado para la venta clandestina de una pintura. Pobre inocente.

Triste verdad

Rousseau desveló pronto que anhelaba información. Y, para su asombro, Miedl esbozó una sonrisa y aceptó contarle todo lo que sabía sobre su jefe: Hermann Göring, la locomotora que había movilizado, durante más de un lustro, el robo sistemático de obras de arte en los países ocupados, la venta de miles de cuadros hurtados a judíos germanos o -entre otras tantas cosas- la adquisición de pinturas de los grandes maestros clásicos a un precio ínfimo. Pasó por alto, eso sí, que él mismo había sido una pieza determinante (más que un peón, menos que una reina) en toda aquella vorágine de conspiración y caudales. Una abrumadora tela de araña que tardó años en descubrirse y que analiza, documenta y narra el historiador Miguel Martorell en El expolio nazi (Galaxia Gutenberg). «Su papel consistió en ser el mayor proveedor de Göring, aunque fue también el principal marchante alemán en Holanda y una figura destacada dentro del expolio», explica a este diario Martorell.

En sus palabras, para entender la importancia de Miedl basta con saber que, durante la Segunda Guerra Mundial, su mayor logro fue vender a su jefe unos 2.400 cuadros adquiridos con malicia a la popular galería de arte neerlandesa Kuntshandel J. Goudstikker. «Muchos le fueron devueltos como pago, pero la cifra demuestra que no era un comerciante cualquiera», añade. Pero, para el historiador, la clave es que este germano entrado en kilos fue testigo del saqueo desde el principio hasta el ocaso.

Mield, empujado por la suculentas comisiones, se reconvirtió en marchante del Reich

De lo que no se puede acusar a Miedl es de haber sido alguien fácil de doblegar. Desde su juventud fue un adelantado en los negocios. Comenzó su vida profesional alejado de los museos, como banquero primero y empresario después. En ambos casos le fue bien, como dejaron constancia los informes de los Aliados al tildarle de un «genio de las finanzas». Rousseau añadió también que era «un especulador que sacaba partido de cualquier oportunidad que se le presentara» y que no se podía confiar en él. Lo cierto es que aunaba sobre su figura todas esas características. «Fue, en definitiva, un superviviente que sabía aprovechar un buen negocio y que, en los años treinta, creó un verdadero imperio internacional con empresas en África, Argentina, Uruguay o India », afirma Martorell.

Acólito de Göring

Como buen superviviente, en los años posteriores a la subida al poder de Adolf Hitler supo ver en la venta de pinturas despreciadas por el Tercer Reich un negocio perfecto. «En Alemania había entonces un gran stock por la purga que los nazis habían hecho del llamado arte degenerado : obras de vanguardia que se alejaban del estilo figurativo que marcaba el líder», añade el autor.

También cayó como un ave carroñera sobre las piezas arrebatadas a los judíos germanos y, tras la debacle de su holding empresarial por culpa del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sobre los lienzos, tapices, tallas y esculturas extranjeras que se demandaban en su tierra natal. «Alemania decidió ejercer la hegemonía cultural sobre Europa, pero de forma opuesta a los franceses, que habían utilizado como motor principal la creatividad emanada desde París. Los nazis se convirtieron en la gran potencia artística europea por recolección y saqueo» , desvela Martorell.

Miedl, empujado por las suculentas comisiones que se pagaban por pieza (entre el 10% y el 15%), se reconvirtió así en marchante para un Reich en el que se vivía una auténtica locura por el arte. La realidad es que se compraba todo, sin importar la calidad del autor o su valor pictórico.

Al poco, los contactos le acercaron a Hermann Göring, uno de los favoritos del «Führer». Lo suyo fue amor a primera vista, pues el jefe de la «Luftwaffe» estaba obsesionado con hacerse con cientos y cientos de obras y Miedl quería amasar una buena fortuna. «Cuando comenzó la guerra en Alemania se creó una suerte de pirámide del expolio. Arriba estaban, muy por encima del resto, Hitler y Göring. En un segundo escalón los jerarcas de primer nivel como Himmler y, al final, decenas de museos, instituciones y ciudadanos que ansiaban ampliar sus colecciones a precios irrisorios», señala el historiador.

Bajo el paraguas de Göring, Miedl saqueó los Países Bajos e hizo dinero en París , donde la devaluación de la moneda motivada por el nazismo hizo que se pudieran adquirir pinturas de grandes maestros a precio de chiste. La caída fue tan pronunciada que hasta nuestra castiza peseta era fuerte ante el franco galo.

Cayó como ave carroñera sobre las piezas arrebatadas a los judíos germanos

Menos tuvo que ver en el robo sistemático a los soviéticos, pueblo al que Hitler no consideraba merecedor de contar con notables piezas artísticas por su barbarie. « No hay datos del expolio en la URSS porque hicieron lo que quisieron, pero sabemos que en Francia rondó las 100.000 obras. De Holanda se llevaron 30.000 y de Bélgica 20.000», desvela Martorell. Otro tanto sucede con el total al que ascendía la cuenta corriente del marchante tras sus correrías por media Europa. Se conoce que fue gigantesca, pero no la cifra exacta.

Lo que sí se puede es intuir la cifra gracias a la cantidad que se llevó consigo cuando entendió que la guerra estaba perdida y que lo mejor que podía hacer era escapar de Alemania . Su elección fue la Península Ibérica . Según Martorell, con total probabilidad Portugal para huir desde allí a América. Sin embargo, al pasar la frontera las autoridades franquistas le bloquearon 22 de los cuadros que transportaba y una considerable cantidad de liquidez. «Traía unos cinco millones de florines en diferentes divisas (títulos de deuda, francos, pinturas…). Además, todas las fuentes dan por hecho que tenía dinero en Suiza», sentencia el historiador. En ese capital se incluía el millón y medio que había conseguido (parte, entregado en especies) tras vender a Göring una falsificación muy elaborada de un cuadro de Johannes Vermeer.

Buena vida

No se puede decir que en España le fuera mal. A pesar de que las autoridades le invitaron a marcharse cuando supieron que movía capitales considerables y que hacía negocios desde la Madrid (algo nada apetecible para un gobierno que favorecía la autarquía económica), consiguió el favor de los Aliados y, en 1949, cuando regresó a Alemania, le fueron devueltos los cuadros y el dinero .

Alois Miedl, arquitecto del expolio, terminó sus días como la mayoría de los marchantes que trabajaban para los nazis: sin cargos. « No se les enjuició por estar en el escalafón más bajo . De hecho, se hicieron tratos con ellos. Cuando Rousseau se convirtió en conservador primero, y vicedirector después, del Metropolitan Museum, utilizó muchos de sus viejos contactos europeos para conseguir pinturas, entre ellos, algunos marchantes nazis a los que había interrogado», completa Martorell. Murió en los años noventa, acaudalado y con el único castigo que puede ejercer la conciencia sobre los indignos. Si es que tenía.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación