LIBROS

Albert Camus, el imperdonable

Se cumplen sesenta años de la trágica muerte de Albert Camus. Un autor en el laberinto de un siglo XX cuyas crisis aún colean

Camus (agachado, en el centro, junto a Sartre) en el estudio de Picasso
Gabriel Albiac

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«¡Qué le vamos a hacer! En la sociedad intelectual, no sé por qué razón, tengo siempre la impresión de tener que hacerme perdonar algo». Es cierto que Albert Camus (Argelia, 1913-Francia, 1960) escribe eso en 1953, después de que «L’homme révolté» lo haya enemistado mortalmente con todos su amigos y camaradas de los años cuarenta. No lo es menos, sin embargo, que esa «impresión» ha acompañado al escritor oranés desde el momento mismo de su desembarco en el Saint-Germain del Flore, los Deux Magots o el Lip. Y el título de su tan precoz obra maestra, «El extranjero» , marca al joven -y efímero- periodista de «Paris-Soir» con una indeleble etiqueta de provincianismo: lo que no se perdona en esos años de implacable esnobismo.

En el Saint-Germain-des-Prés de 1940, Albert Camus irrumpe con el ímpetu de un joven bárbaro . Tiene veintiséis años, no proviene del «sancta sanctorum» de la calle de Ulm, la École Normale Supérieure, la legendaria ENS, en la cual se han forjado las tempranas sabidurías de Jean-Paul Sartre , de Simone de Beauvoir, de Maurice Merleau-Ponty, de Raymond Aron, de la extrañísima Simone Weil , de la mayor parte de esos que ya se anuncian como la nueva aristocracia literaria de Francia. El joven autodidacta argelino carga con una formación académica más bien deficiente. Y, no es que venga de provincias, no, v iene de Argelia, del Orán más pobre , de una infancia en la completa escasez, a la cual sólo ha sobrevivido a golpe de becas. Es, eso sí, un tipo guapo, que hará siempre estragos entre las damas. Y un deportistas al que sólo su juvenil tuberculosis habrá impedido hacer carrera como jugador de fútbol, condenándole a esta tarea menor: vivir de la pluma.

Destinos cruzados

Los de Saint-Germain lo adoptan. Aunque no va a durar ni un año esa primera estancia suya en París. Corren tiempos malos para la prensa: como siempre. Su periódico lo despide. Retorna a Orán con su joven esposa. Mantiene, no obstante, el contacto con los inquilinos de las letradas cafeterías del Barrio Latino. Los de la banda, que pronto se autodenominarán «existencialistas», lo han adoptado. Con el paternalismo de los aristócratas de la ENS. Él los evalúa y se evalúa. Nunca podrá colmar el foso de erudición que le separa de ellos. Ni el de su origen de clase. Pero se los zampará a todos. Lo sabe desde el día de su llegada. A todos, salvo tal vez al André Malraux a quien se dirige como único maestro . Otro autodidacta. Otro aventurero.

Los de la banda que se autodenominó «existencialista» lo adoptaron con paternalismo

El 3 de junio de 1939, se han conocido en el preestreno de «L’espoir», la película que Malraux dedica a la guerra de España. Su destino quedará cruzado para siempre: de la resistencia, que ambos protagonizarán, al Nobel con el que uno se hará a costa del otro; pero es el único de aquellos años con el cual Albert Camus no romperá nunca. Ni siquiera en los años en que e l izquierdista Barrio Latino se le trueca en un verdadero infierno : años sórdidos de la guerra fría.

En 1942, «El extranjero». El manuscrito de la novela había sido remitido desde Argel, junto al del ensayo «El mito de Sisifo». André Malraux, entonces todopoderoso consejero de Gaston Gallimard recomienda la inmediata publicación de la novela de ese desconocido y se muestra menos entusiasta con su ensayo. El lector Malraux es infalible: «Es evidente que "El extranjero" es una obra importante. La fuerza y la sencillez de los recursos, que acaban obligando al lector a aceptar el punto de vista del personaje , son aún más notables porque el destino del libro se basa en este carácter convincente o no convincente. Y lo que Camus tiene que decir, si resulta convincente, no es poco». Gallimard publica los dos libros. Y Albert Camus se convierte instantáneamente en el escritor de moda que no dejará de ser hasta la estúpida muerte en accidente de carretera en enero de 1960.

Como un hielo

Barthes será, visto en la distancia, el único, entre los críticos literarios de su tiempo, en percibir la verdadera profundidad del envite de «El extranjero». Que no es tanto el moral conflicto entre libertad y sinsentido que tanto juego diera a los lectores franceses de Heidegger en los años cuarenta. El envite de «El extranjero» es de otra envergadura: la escritura; una escritura de materialidad diamantina , hasta entonces impensable en la literatura francesa. «Un estilo en pretérito perfecto», llama Roland Barthes a eso, en su artículo de 1944. Ajeno a coartadas sentimentales. «El estilo absurdo es plano y profundo como un hielo. La descripción absurda detenta la potestad surreal y ambigua de un espejo… Tal vez, con «El extranjero» -sin exagerar gran cosa la importancia de esta obra- se alza un nuevo estilo, estilo del silencio y silencio del estilo, en el cual la voz del artista -por igual alejada de los suspiros, las blasfemias y los cánticos- es una voz blanca , la única que ajusta a nuestro malestar irremediable».

Y, eso sí, eso es exactamente lo que va a hacer a Camus imperdonable.

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