Alberto García Alix, fotografiado en los exteriores de su estudio en Madrid
Alberto García Alix, fotografiado en los exteriores de su estudio en Madrid - ignacio gil
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Alberto García-Alix: «No me gusta retratarme, pero verme es un ejercicio de sinceridad»

Las dos pasiones de Alberto García-Alix, la fotografía y la moto, se funden en su primer proyecto en León, su ciudad natal. El MUSAC repasa así la evolución del retrato de este artista capital

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En las navidades de 1975, Alberto García-Alix (León, 1956) pidió a sus padres una cámara de fotos para poder captar las carreras de motos en las que competían él y su hermano. Se podría decir que fue uno de los técnicos con los que trataban, que además era fotógrafo, el que le inoculó el virus de la técnica, al mostrarles cada semana las fotos en blanco y negro de la carrera del domingo anterior. De esta manera, la primera instantánea de García-Alix fue de una de estas competiciones.

A punto de cumplir los sesenta, el MUSAC se propone destilar la progresión de dos temas fundamentales en la fotografía de este autor fundamental de la disciplina en España, el autodidacta que llegó a Premio Nacional en 1999: la moto y el retrato.

El punto de partida son sus dos primeros fotolibros (Bikers y Los malheridos), que en Sombras del viento –título de la cita– combina imágenes de la colección personal del artista con producción nueva. Esta es, pues, la historia de la pasión de un hombre y sus dos máquinas, que prepara paralelamente muestra para Tabacalera-Madrid en 2016.

Dado que hay una relación directa entre fotografía y motos en su vida y en su obra, y que esta muestra cubre un arco temporal de unos treinta años en torno a ambas cuestiones, le preguntaré por sus primeras máquinas (la fotográfica y la motriz) y las actuales.

«Cada época tiene su foto. Y la de la que nos ha tocado vivir, sin duda, está retocada»

Mi primera moto, compartida con mis hermanos, fue una Ducati de 50 cc. Tenía entonces, creo, 13 o 14 años. Mi primera cámara de fotos fue una Canon FTB. En ese caso, contaba ya diecinueve. Actualmente poseo un par de Hasselblad de medio formato y un par de Leicas de 35 mm.

¿Cómo fue el primer encuentro entre ambas, la moto y la cámara? Si no me falla el dato, su primera fotografía fue de una competición de motos...

Efectivamente: unas navidades le pedí a mis padres una cámara de fotos porque quería fotografiar las carreras...

Dice tener la manía de hablarle a las motos como a las «compañeras». ¿Hace lo mismo con la cámara?

Pues no. Las motos tienen en mi vida un aspecto lúdico que las cámaras no poseen.

La muestra del MUSAC sigue el hilo narrativo de dos publicaciones de comienzos de los noventa: «Bikers» y «Los malheridos». ¿Por qué precisamente estas y por qué el deseo de actualizar un pasado?

La exposición está planteada como una revisitación a mis dos primeros fotolibros. En el caso del primero, cuyo título completo es Los malheridos. Los bienamados. Los traidores, se trataba de crear un libro de retratos de gente cercana a mí. Bikers, por su parte, se centraba más en mi relación con la moto.

Esos primeros libros se presentan en el museo como vídeos. ¿Qué ha aportado esta disciplina a su mirada fotográfica?

No es que los libros se transformen en vídeos. Sencillamente, como los dos libros están descatalogados, hemos decidido filmarlos para que el público pueda acceder a su contenido. Cuando hago vídeos, lo que busco es crear una narrativa visual.

Junto a Cabeza de Chorlito, su sello editorial, lanza un nuevo fotolibro, «Moto», que condensa de nuevo esta su pasión. ¿Cómo será esa pieza, sin duda, una más de la muestra?

Cabeza de Chorlito es la editorial que cree con Frédérique Bangerter, y es ella quien la dirige. Yo sólo soy un apoyo. El nuevo libro, Moto, recoge ahora tanto fotos de mi primera época con la moto como parte del nuevo trabajo hecho durante los dos últimos años. En él, la moto funciona como metáfora.

«Los años no pasan en balde, pero bajo el casco, como si tuviera 18 años», escribe en el libro. ¿Siente lo mismo cuando coge la cámara de fotos?

«Todo lo visible es fotografiable. Lo importante es cómo nos acercamos a lo fotográfico»

No. La cámara me presiona a dialogar con lo que miro y con lo que busco recoger. Las motivaciones pueden ser parecidas a cuando comencé, pero yo no soy el mismo hombre. Hoy día, mi relación con la fotografía y mis conocimientos son mayores. Me exijo más.

Afirma que el digital ha traído una gran falsedad de las emociones. Usted se resiste al salto. ¿Por qué es más sincera la foto analógica?

El capitalismo de la imagen actual, no el digital en sí, ha traído una gran falsedad de las emociones del fotógrafo. Yo me resisto al salto por expresividad personal. No es que la fotografía analógica sea en sí más sincera: todo es fotografía. Es el fotógrafo y cómo emplea el medio el responsable de su propia sinceridad.

«Cada época tiene su foto». ¿Cómo es la de la época que nos está tocando vivir?

Retocada.

¿Y por qué unas fotos tomadas hace tanto tiempo, como algunas de las que presenta en León, resisten su paso?

La exposición se centra en mi último trabajo fotográfico sobre el retrato y la moto. Hay un complemento sobre ambas temáticas a través de fotos de época, pero esas se exponen en vitrinas.

A usted no le gusta retratarse. ¿Tiene cámara de fotos su móvil? ¿La utiliza?

A mí no me gusta retratarme, pero verme es siempre un ejercicio de sinceridad.

Seguro que le han preguntado mil veces por su noción del retrato. Me quedo con dos cuestiones en las que me gustaría profundizar: la primera, su idea de que cualquier cosa, incluso una moto, puede dar lugar a un retrato.

Todo lo que es visible es fotografiable. Lo que importa es cómo nos acercamos al hecho fotográfico y al modelo.

La segunda es, en ese sentido, su vinculación con el retratado. ¿Soporta todo el mundo un retrato?

Yo creo que todo el mundo soporta un retrato.

Aunque parezca mentira, «Sombras del viento» es su primera exposición producida en su ciudad natal. ¿Hay un deseo implícito de hacer las paces con la ciudad, de subsanar algún error, quizás no intencionado?

No necesito hacer las paces. ¿Por qué? Nunca he estado en guerra ni con León, ni con ningún otro sitio. Yo me fui de León muy niño porque mi padre se fue a trabajar a Madrid. ¡Qué más puedo decir! Sin familia en León, y a la edad que me fui, no encontré luego motivos para regresar.

Usted fue autodidacta. En noviembre impartirá un taller en la ciudad. ¿Qué le gusta trasmitir a sus auditorios?

Intento, en mis clases, dar lo mejor de mí mismo a los demás por si les puede servir. El ojo se educa.

Recuerde, Alberto: «Nadie le inyecta aire a un muerto». ¿Sigue vivo ese eslogan?

Por supuesto, aunque no es mío, sino de un amigo.

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