Tetsuya Ishida pone cara a la «generación perdida» en Japón

El Palacio de Velázquez acoge una retrospectiva de este artista de culto, que aparentemente se suicidó a los 32 años

«Retirado» (1998), de Tetsuya Ishida TAKEMI ART PHOTOS

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En los 90 Japón sufrió una devastadora crisis económica a causa de la burbuja inmobiliaria y la especulación financiera, que dejó una terrible herencia: la llamada «generación perdida» , jóvenes sin futuro sepultados y atrapados entre dos formas de estar en el mundo. Por un lado, el karoshi (muerte por exceso de trabajo); por otro, los hikikomori (chicos que pierden su identidad y deciden vivir casi en total aislamiento social, encerrados en sus cuartos y parapetados en el anonimato de la Red). «Una generación atrapada en un espacio y un tiempo opresivo, donde no hay separación entre vida y trabajo», advierte Manuel Borja-Villel , director del Museo Reina Sofía.

Uno de los artistas que mejor abordó en su trabajo la alienación y deshumanización de la sociedad japonesa contemporánea fue Tetsuya Ishida (Yaizu, 1973-Tokio, 2005) , pintor de culto a quien la pinacoteca dedica en su sede del Palacio de Velázquez del Retiro una completa retrospectiva, la mayor celebrada hasta la fecha fuera de Japón. Él mismo acabó siendo engullido por el sistema como una víctima más. Murió a los 32 años. Aparentemente, se suicidó arrojándose a las vías del tren. Es terrible el índice de suicidios en el país asiático. Pero a Ishida le dio tiempo a crear una obra muy personal (crudo realismo pictórico con tintes surrealistas), protagonizada exclusivamente por un personaje, un clon que se repite obsesivamente en sus lienzos y que, a menudo, se ha asociado a un autorretrato de Ishida. Él lo negaba. Más bien es un autorretrato de otro . De ahí el título de la muestra.

«Invernadero» (2003), de Tetsuya Ishida TAKEMI ART PHOTOS

Tintes kafkianos

Un personaje con tintes kafkianos atrapado en espacios imposibles, distópicos, que se metamorfosea en larvas de insectos, pero también se transforma en máquinas antropomorfas: lavabos, retretes, fregaderos, neumáticos, escaleras mecánicas, aviones, tanques, edificios... En una pintura aparecen sus personajes alimentados a través de una manguera enchufada a sus bocas. En otra, un cuerpo troceado y empaquetado , como si fuera una mercancía más de la cadena de producción. Es una amarga y desoladora denuncia de la soledad, aislamiento e incomunicación en que viven inmersos los japoneses en sus vidas y en sus trabajos. No hay fronteras entre unas y otros. Pero su crítica no se centra tan solo en el trabajo esclavista. También dispara a la educación, a las escuelas como espacios de domesticación que desencadena la desorientación e introspección de los adolescentes.

«Aunque aparentemente es una pintura fría, sin emoción –comenta Borja-Villel–, hay en sus obras mucho humor e ironía, cierta melancolía y produce empatía. No se recrea en el dolor de los demás». Además, advierte reminiscencias del manga y el anime en su trabajo. La exposición, comisariada por Teresa Velázquez, reúne 70 pinturas, dibujos y cuadernos de apuntes realizados por Ishida entre 1996 y 2004. Dice la comisaria que no hay aparentemente en Ishida un compromiso político: «Habla de los traumas, de la apatía y desazón de los jóvenes hoy. El consumo ocupa todo el tiempo de ocio. Son las secuelas de un uso excesivo de la tecnología, que nos impide desconectar. El personaje creado por Ishida es una figura de una orfandad afectiva, sentenciada, que parece incapaz de revertir su suerte desgraciada».

Pese a que su obra se vio hace unos años en la Bienal de Venecia, es un artista poco conocido fuera de su país . Los préstamos de la exposición proceden especialmente de Japón, Singapur, Hong Kong y Corea. La muestra mantendrá sus puertas abiertas hasta el 8 de septiembre. Después viajará a un espacio nuevo de Chicago, remozado por Tadao Ando: el Wrightwood 659. Cuentan que en 2006 , cuando se mostraron las obras de Ishida en un programa de la televisión pública japonesa , «la reacción de los telespectadores fue increíble. Mucha gente se sentía plenamente identificada con aquellas imágenes. Ishida, que había muerto un año antes, se convirtió de pronto en uno de los pintores jóvenes más famosos del país».

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