Jesús García Calero

Jonathan Brown, de las fallas del Prado al 11-S

'«¿Y qué puede importar lo que diga un viejo profesor de arte español sobre lo que está ocurriendo en Nueva York?» De Brown aprendí que sólo la cultura podrá salvarnos'

Jesús García Calero

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El 12 de septiembre de 2001, al día siguiente de la atentado de Al Qaida contra las torres gemelas de Nueva York, llamé a Jonathan Brown. Queríamos comprender cómo podía sentirse la capital del mundo después del ataque. El siglo XXI nacía entre la balumba de las ruinas y el dolor por las víctimas. Muchos sueños y esperanzas de todos habían sido sepultados por el derrumbe.

Al otro lado del teléfono estaba la voz derrotada de Jonathan: «¿Y qué puede importar lo que diga un viejo profesor de arte español sobre lo que está ocurriendo?» Estaba abrumado, nos contó que su hijo trabajaba para una de las empresas con sede en las Torres, aunque no estaba aquel día allí. Pero había perdido compañeros y amigos en el atentado. Toda la ciudad era un lamento, insomne. Le insistimos, «nos importa lo que diga un viejo profesor porque siempre habrá catástrofes, pero tal vez podamos encontrar consuelo, ¿hay algo que podamos invocar hoy?» Entonces, con toda la humildad y un hilo de voz levantó un discurso sorprendente. Dijo que la cultura es más fuerte que los atentados y las guerras, que las grandes obras de arte sobreviven a los cataclismos humanos, sobreviven los libros y los cuadros, que incluso los que hayan sido destruidos por un bombardeo quedan en nuestra memoria. «Atacan lo más preciado que tenemos, atacan nuestra libertad, nuestro sentido de la memoria y la cultura, nuestro modo de organizarnos como una sociedad abierta, pero hoy es el mejor día para decir que esa libertad y esa cultura, esa memoria de lo que somos, nace de obras como las Meninas o las Lanzas, que los desastres de este día ya están pensados en Goya, y que eso es mucho más fuerte que el odio que hoy nos ha herido, por profunda que sea esa herida».

Ese era Jonathan Brown, un profesor con una conciencia luminosa de la cultura, capaz de encender una luz en el arte incluso en la hora más oscura.

A lo largo de treinta años de profesión hablé muchas más veces con él. Nunca rehuyó los debates, supo mantenerse siempre en un sentido crítico para ayudar a que la prensa participase de la vida pública de los museos y muy especialmente del Prado. Compartió sus opiniones cuando la ampliación del Prado tropezó con los vecinos del Claustro de los Jerónimos, incluso fue junto a John Elliott el autor de un proyecto imposible en cualquier otro país: la reconstrucción del Salón de Reinos -que pronto podría hacerse realidad en el Prado- con el espacio y las obras originales de aquel palacio de Felipe IV. También aportó su visión en la polémica del 'Coloso', que para él era de Goya sin duda, exigiendo un estudio riguroso antes de cualquier decisión museográfica. Y cuando quiso mostrar lo mejor de Goya a una nueva generación, incluyó 'La lechera de Burdeos' en la exposición de la Frick Collection.

Pero si hay algo que, como periodista, nunca podré olvidar fue la primera vez que oí su voz. Una tarde de agosto de 1994 sonó el teléfono de mi mesa (no había móviles). Yo acababa de publicar un reportaje que hizo mucho ruido sobre los graves problemas de restauración que sufría el Museo del Prado en un momento en el que su taller se dedicaba a recuperar obras de colecciones privadas y desatendía las obras más importantes que se deterioraban en sus muros, bajo la subdirección de aquella época. Un escándalo. Entre el casi centenar de cuadros cuyo abandono se denunciaba y era urgente restaurar figuraban Tizianos, Dureros, Boscos, Goyas y también obras Velázquez, entre otros.

Lista publicada por ABC en agosto de 1994

Al otro lado de la línea escuché una voz que hablaba en un español con dulce acento norteamericano y que me dijo «acabo de leer por fin el reportaje en el que se expresan todos mis temores con respecto al estado de los cuadros del Prado. Le agradezco que haya podido publicarlo y que lo haya hecho de manera rigurosa. No nos conocemos pero ha hecho un gran servicio al museo».

A los periodistas nos gusta recordar estas cosas. Puede que lo que hacemos no importe demasiado, pero si algo importa es por esto, no tanto por lo escandaloso de una denuncia, sino por la capacidad de expresar preocupaciones relevantes junto a algunos hechos comprobables que, con suerte, aunque no siempre, empujan en la buena dirección y evitan males mayores. Es evidente que el Prado resolvió ese problema en los siguientes años, con la llegada de un nuevo director que, aquel agosto, se incorporaba y decidió que esa lista de obras era un programa de trabajo prioritario.

Brown ha sido uno de los máximos expertos mundiales en Velázquez. Junto con John Elliott realizó el estudio del Palacio del Buen Retiro, del que hoy el Casón y el salón de Reinos son los últimos vestigios, con la ambición de que algún día se reconstruyese ese espacio, único en el mundo, el salón en el que los Austrias mostraban a las embajadas del siglo XVII todo el poder de la Monarquía Hispánica.

'Un palacio para un rey' fue también un libro para demostrar que la historia sin el arte es menos, mucho menos comprensible. Y viceversa. Es una Afirmación válida tanto ante los muros que Velázquez y Felipe IV recorrían como entre el polvo que siguió a la caída de las Torres más altas en septiembre de 2001. De Brown aprendí que sólo la cultura, como entonces, podrá salvarnos. Respirar el aire de las Meninas. Saber que todo pasará.

Como diría el otro Eliot, el poeta, en 'La tierra baldía'

'Falling towers

Jerusalem Athens Alexandria

Vienna London

Unreal'.

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