Taller de Miró en Palma de Mallorca
Taller de Miró en Palma de Mallorca - JEAN MARIE DEL MORAL

Descodificando a Miró

Un libro saca a la luz los objetos que el artista coleccionó, un alfabeto visual que inspiró su mirada poética

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Decía Joan Prats, gran amigo de Miró: «Cuando yo encuentro una piedra, es una piedra. Cuando Miró regoge una piedra, es un Miró». La frase, que podría parecer banal, encierra todo un tratado filosófico acerca del arte de Miró, de su peculiar universo creativo y su mirada poética. ¿Qué le inspiraba? ¿Cuáles eran sus musas? Para entender mejor su imaginario, La Fábrica, en colaboración con las dos fundaciones del artista (la de Barcelona y la de Palma de Mallorca) y la Sucesión Miró, ha publicado «El ojo de Miró». Un libro con texto de Joan Punyet Miró, nieto del artista, y fotografías de Jean Marie del Moral, que nos mete en la prodigiosa cabeza del gran creador catalán, al igual que hace Pixar con la protagonista de «Inside Out».

Allí están sus sueños, sus anhelos, sus inquietudes, sus invenciones. El Miró más intuitivo y personal.

Este volumen, de más de 350 páginas, es un viejo sueño de Miró, quien en un cuaderno de 1941 escribió un deseo:«Editar un libro con bellas fotos de objetos encontrados por mí». Reúne, como quería, muchos de los más de 500 objetos que Joan Miró fue coleccionando metódica y compulsivamente durante toda su vida en sus distintos talleres –padecía un síndrome de Diógenes creativo leve, sin llegar a la fase aguda de Bacon– y que ha fotografiado Del Moral. Lo conoció en 1978 en Palma de Mallorca y lo invitó a visitar su blanco taller de Son Abrines, diseñado por el arquitecto Josep Lluís Sert, buen amigo del pintor y escultor. Allí, dice, tuvo una revelación extraordinaria: el silencio de Miró. Junto a obras amontonadas a medio terminar (las tenía cerca por si en algún momento creía que debía retocarlas), infinidad de objetos de todo tipo.

La relación del artista con ellos es fascinante: le interesan sus formas (redondeadas) y sus colores (en especial, los mironianos rojo, azul y verde), conectar con su magnetismo y su poética. Son objetos encontrados –cual readymade duchampiano– en sus paseos diarios por los alrededores de su casa, la playa o la montaña: una piedra, la rama de un árbol o un clavo oxidado le sirven para crear un alfabeto visual con el que se gestan sus célebres pájaros, estrellas, mujeres y constelaciones. Sobre esos objetos, decía Miró: «Los observo constantemente. Tienen para mí una importancia extraordinaria. Cada figura tiene su fisonomía propia, la expresividad de su rostro y su actitud».

Omnipresente Picasso

A finales de los 50 adquirió Son Boter, una casa de campo del siglo XVIII cercana a Son Abrines, en cuyas caballerizas instala otro taller, explica su nieto. Tenía un tercero en la masía familiar de Mont-roig (Tarragona). Los dos primeros se pueden visitar y está previsto, advierte Punyet, que en un futuro próximo también abra al público el de Mont-roig. Recuerda que su abuelo era muy celoso de su intimidad, que no dejaba que nadie entrara en su taller, siempre en soledad y en silencio. El taller como espacio mental, que tanto le interesa a Del Moral (tras Miró llegaron Motherwell, Lichtenstein, Katz, Tàpies, Saura, Barceló...).

Fotografía un pájaro disecado que evoca a Hitchcock, una pluma de pavo real, un bote de sal mangado de un avión de Air France (volvía de sus viajes con los bolsillos llenos de cachivaches), un Naranjito, conchas marinas, recortes de periódicos clavados a la pared con chinchetas, un ejemplar de «Cartas a Theo», de Van Gogh; un sol hecho de paja... y hasta un caganer. Algunos los encerraba en vitrinas, deperdigaba otros por el suelo del taller hasta que le inspiraran.

Se detiene su nieto en una fotografía del libro. Muestra una sala con las paredes pintadas de rojo, una especie de capilla para Miró. Sobre una vitrina, quince «curritos», marionetas populares compradas por Antonio Saura en el Rastro y que le regaló. A su lado cuelga un retrato de Picasso. También los hay de sus padres y de Joan Prats. Miró solía sentarse en una butaca de la sala a esperar que llegaran las musas. Con tan buena compañía, no es de extrañar que acudieran raudas. En otra instantánea de su taller, mariposas disecadas (regalo de Breton), la sierra de un pez sierra y otro retrato de Picasso. Siempre Picasso. Eran grandes amigos. Cuenta su nieto una divertida anécdota en el libro. En una de las habituales visitas de su abuelo al mujeriego e infiel Picasso, éste le espetó: «¡Miró, siempre vienes con la misma mujer!» El fiel Miró acudía con su esposa, Pilar, su mejor apoyo.

Los siurells

Entre los objetos más queridos por Miró se hallan los siurells. Explica Punyet que son unos silbatos-escultura, figurillas de barro rústicas muy típicas de Mallorca que le encantaban al artista. Están pintadas de blanco y decoradas con rayas de colores: «Proceden de la tradición grecorromana. Eran para él objetos de una pureza mágica, un homenaje a los artesanos. Los llevaba por todo el mundo. Descubrí unos en la casa de Neruda y otros en el estudio de Calder, que les había regalado mi abuelo».

Les pedimos a Del Moral y Punyet que escojan un objeto y expliquen por qué. Éste elige un juguete que era suyo (un muñeco articulado sin cabeza ni extremidades):«Un día desapareció y años después lo vi en el taller de Son Abrines». El fotógrafo se decanta por una caja llena de alfileres con cabezas multicolores. Cinco de ellos están pinchados. «Ahí está todo el mundo de Miró, toda su energía. Es una metáfora de su universo creativo», advierte Del Moral.

La vida y la obra de Miró están llenas de objetos encontrados. Este libro, dice Punyet, «nos ayuda a redescubrir la vertebración de los sueños mironianos. Es una manera de descodificar a Miró».

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