Perrito hinchable de Jeff Koons, de porcelana, hecho añicos
Perrito hinchable de Jeff Koons, de porcelana, hecho añicos - sai

En la morgue del arte

Cuadros y esculturas dañados, olvidados y desprovistos de valor de mercado salen a la luz para preguntar una vez más: ¿qué es el arte?

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Una puerta roja, pero discreta, de un almacén en la calle 49, en el barrio neoyorquino de Hell’s Kitchen, esconde lo que podría ser una morgue del arte. Embalados en plástico, cartón y madera, se amontonan objetos que en su día fueron merecedores de devoción. Adornaban salones de coleccionistas millonarios, dignificaban paredes, elevaban espíritus, animaban subastas… Eran obras de arte. Ahora ya no lo son.

Estas piezas han sido declaradas como «siniestro total» por las compañías aseguradoras que suscribieron pólizas para proteger su valor. Pertenecen a artistas muy cotizados, como Jeff Koons, Alberto Giacometti o Henri Cartier-Bresson. Están rotas, rayadas, acuchilladas, mermadas o mohosas. De imposible reparación, su valor para el mercado del arte es igual a cero.

¿Quiere eso decir que ya no tienen valor? ¿Cómo afecta el daño a su significado artístico?

Muchas calles más al sur, en un estudio en pleno barrio de Tribeca, esas son las preguntas sobre las que vuelve y revuelve Elka Krajewska, una artista polaca instalada desde hace muchos años en Nueva York. No es que su práctica artística tenga que ver con piezas dañadas, pero un día se enteró de que cientos de obras de arte se amontonaban en los almacenes de compañías de seguros, invalidadas para el mercado del arte. Después de haber pagado la póliza y de haber declarado su valor nulo, pasan a ser propiedad de las aseguradoras. «Cuando lo vi, me afectó. Me pareció algo muy potente», dice Krajewska de su primer encuentro con un cementerio del «no arte».

Una de estas entidades con mayores fondos de arte desahuciado es AXA. En sus principales oficinas, cuelgan cuadros de Andy Warhol o Ed Ruscha, arruinados para los coleccionistas por una raja imposible de reparar o por unas gotas de vino derramadas por un visitante de galería torpe. En sus almacenes es mucho más difícil entrar, e imposible imaginar la cantidad y la importancia de las piezas cerradas a cualquier acceso público.

Krajewska convenció a AXA para que en 2012 donara parte de esos fondos olvidados y con ellos creó el Salvage Art Institute (SAI) -algo así como el Instituto del Arte Rescatado-. El SAI se considera un «refugio» para obras declaradas oficialmente como «siniestro total». Lo denomina «No Longer Art» -«lo que ya no es arte»-, y se obliga a mantener el valor cero de las piezas y su independencia del mercado, y se dedica a «examinar las implicaciones del siniestro total en la identidad conceptual, material, legal y financiera del arte».

Valor de mercado

El SAI ha organizado exposiciones en Nueva York y París -la próxima será en Chicago en abril-, da conferencias y trabaja en la publicación de un libro sobre el tema. La primera pregunta que crea, con trazo grueso, es la relación entre el valor intrínseco del arte y su valor en el mercado. «Todo lo que se relaciona con el coleccionismo, con el mercado, ha alcanzado un primer plano que es inquietante», defiende Krajewska, que habla de la especulación como una fuerza determinante en la valoración del arte. Lo que consigue el «no arte» del SAI es incidir en «lo absurdo de ese mercado». En algunas piezas del inventario que maneja el SAI -alrededor de cincuenta- hay ejemplos en que el daño en la obra apenas es visible. Por ejemplo, una fotografía de Cartier-Bresson en la que algo de moho acabó con su valor comercial. O un inmenso lienzo de Robert Rauschenberg con rozaduras que no son perceptibles a simple vista.

Hay piezas, por otro lado, cuyo daño es evidente. Un icónico perrito hinchable de Jeff Koons está hecho añicos: estalló al caerse de su estante. Pero incluso aquí surgen las preguntas: en una obra de arte conceptual, como es el caso, ¿afecta a su valor que esté rota? ¿Las ideas que transmite eran más poderosas un segundo antes de que la porcelana saltara en pedazos?

Sin fetichismos

Estos ejemplos muestran cómo la integridad estética o conceptual de una obra de arte puede estar desligada del valor que manda hoy en día, el del precio que le confiere el mercado. Es célebre el caso del cuadro «Le rêve», de Picasso. Su propietario, el magnate de los casinos Steve Wynn, acordó vendérselo en 2006 al multimillonario Steve Cohen por 139 millones de dólares. Antes de cerrar la operación, en un encuentro con amigos, hundió su codo por accidente en el lienzo. La venta se frustró, pero Wynn, en un giro inesperado propio del mercado del arte, no perdió. Siete años y 90.000 dólares en reparaciones después, se lo vendió al mismo Cohen por 155 millones de dólares, 16 más que en la primera oferta.

«Lo último que queremos es ser fetichistas con estos objetos dañados», defiende Krajewska. «El SAI huye de la estética y el sensacionalismo relacionado con el daño», dice el instituto en una de sus declaraciones de intenciones. No importa el aspecto, lo mucho o poco que se ha estropeado un dibujo de Giacometti sobre el que se derramó agua y difuminó alguna de sus líneas. «Lo que nos interesa son las discusiones que provocan». Las mismas que, además de la relación del arte con su valor económico, son una parte central de la práctica artística desde que en 1917 Marcel Duchamp decidiera que un urinario y sus «readymades» eran arte. Buena parte del arte de las últimas cuatro décadas tiene que ver con cuestionar sus límites, su naturaleza, su papel en la sociedad.

Krajewska no tiene claro qué dirección tomará el SAI. Su idea es declarar la pertenencia -aunque sea teórica- al SAI de cualquier obra declarada oficialmente como «siniestro total» y seguir acercando ese «no arte» al público. «Las exposiciones alimentan la discusión», afirma. En las muestras organizadas por el SAI las obras se pueden tocar y se mueven de un lugar a otro -van instaladas en soportes con ruedas-, desprovistas de las barreras con el público que impone el valor de mercado.

Quizá un día el «no arte» tenga su propio centro expositivo -Krajewska fantasea con una barcaza sobre el East River, donde investigar y alojar las obras-, pero, por el momento, todo se parece más a un experimento. «Sé que hemos creado un nuevo territorio y es apasionante regresar a él una y otra vez», concluye.

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