José María Pozuelo Yvancos

La semiótica inteligente

José María Pozuelo Yvancos
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Lo más difícil de todo es entretener siendo semiótico. Eso es lo que pasaba con Umberto Eco. La Semiótica es ciencia que ha alcanzado niveles de sofisticación muy grandes, hasta hacer que casi todos sus cultivadores fueran o aburridos o ininteligibles (o ambas cosas). Pero con Eco nunca pasaba. Hasta te divertías. El último libro de Semiótica fuerte, que es todo un tratado de Filososofia analítica a la que Eco impuso la salida de la Hermenéutica, lo tituló Kant y el ornitorrinco. Se sirvió de ese animalejo mamífero que tiene alas y es un pez (tres cosas que juntas son incompatibles) para discutir a través de él las categorías de la ciencia semiótica cuando es solo filosofía, y pretender que todo sea racional, kantiano.

Y el lector asistía pasmado a cómo lo más especializado de lingüistas, filósofos y lógicos pasaba por una mente como la de Eco y salía transformado en sentido de la realidad, sabiduría clara. Ocurrió antes con su Tratado de Semiótica General, al que hizo correcciones en una segunda versión.

Porque Eco era sobre cualquier otra cosa inquieto. Su brillantez no salía de que supiera de todas las cosas (literalmente sabia latín), sino que te las dijera como si hablara con su interlocutor de tú a tú, como si estuviera preguntándose todavía por la última paradoja que no hubiera resuelto al salir del portal de su casa.

Antes de los dos volúmenes del Tratado de semiotica general, y de la citada de Kant y el ornitorrinco, Eco prestó un servicio impagable a la Semiotica: la hizo útil. Resulta que la sabiduría sobre los signos servía para explicar a Superman, las canciones de Rita Pavone (antes que Rafaella Carrá) o los cómics. Desde que era joven, en los años de Turín, Eco se acercó a la Semiótica para saber leer el mundo nuevo, el de la cultura de masas, la televisión, el cine, los tebeos, todo eso que los Apocalípticos llamaban el fin de la cultura. Y lo hizo para crear una dualidad que pasara a la Historia, la de los Apocalípticos frente a los Integrados. Una gran metáfora para explicar la función del conocimiento y sus respuestas hacia lo nuevo.

También pasará a la Historia otra metáfora suya: la de la Obra abierta. Eco se dio cuenta de que todo sistema de signos está muerto si no tiene un intérprete, si no está el lector, el oyente, el espectador para dar sentido último a sus significados. Lo hizo en Obra abierta, pero también en otra obra grande, Lector in fabula, que creó la figura del Lector Modelo, esa que toda obra necesita para ser interpretada felizmente. Toda señal es signo solo si obtiene interpretación. ¿Cualquier interpretación? No. Esa era la última batalla del Eco semiótico, llamar la atención sobre los Límites de la interpretación, que explicó como conferenciante en sus Conferencias Norton de Havard y que tituló, con esa facilidad suya para hacer atractivo de lo que hablaba: Seis paseos por los bosques narrativos. El único consuelo para una inteligencia verdadera es que nunca muere. Sus metáforas teóricas, inquietas y divertidas siguen en nosotros, sus lectores.

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