Manuel Gutiérrez Aragón: «Se toma a la ligera la palabra censura. Ahora hay presión social»

La Filmoteca Española organiza una retrospectiva sobre uno de los directores capitales en el cine de la Transición, retirado desde 2008

El escritor, cineasta y académico de la RAE Manuel Gutiérrez Aragón IGNACIO GIL
Fernando Muñoz

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El séptimo arte se acabó hace ya once años para Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942). Su forma de hacer cine, esa en la que el productor hipoteca la casa para hacer la película que el director soñaba, parece hoy prehistoria en un mundo dominado por los ejecutivos de televisión. Y también –no lo olvida– porque el público se ha alejado de cualquier cosa que provoque algo más que impulsos primarios. Pero apagar la cámara no ha impedido que Gutiérrez Aragón deje de contar historias. Novelista contumaz (premio Herralde 2009 y académico de la RAE), asegura haber encontrado en la literatura la libertad. Ahora, la Filmoteca Española organiza la retrospectiva de una figura capital del cine español.

Retrospectiva suena a fin de carrera...

Sí, claro… Uno va poniendo aire de personaje póstumo. No es la primera que me hacen, así que no es tan malo (ríe). Esta es completa y ponen algo que no me gusta, que son mis trabajos en la escuela de cine, que es como si a un escritor le miran las redacciones del colegio. Pero no pude decir que no.

Se titula «Sueños y espectros»… ¿Qué fantasmas le acechan aún?

No lo he puesto yo… Es verdad que los personajes de los actores que ya no están quedan en las películas en forma de espectros. Sobre los sueños, la sintaxis del cine es muy parecida: los saltos, el estar aquí y allí... Eso al principio no se entendía. Cuando mi abuela iba al cine en Torrelavega, como era cine mudo, había un explicador, y cuando se besaban la gente gritaba «¡Explica esto!» y él decía: «Esto carece de explicación». Pues el cine o se explica por sí mismo o no se explica. Mi generación aprendió todo en el cine: desde la forma de peinarse, las modas, hasta las relaciones sexuales...

Y la política...

Sí, porque la primera huelga la vimos en el cine, en una película extranjera, porque aquí las huelgas estaban prohibidas. Era nuestra ventana abierta al mundo.

¿Qué vio en 2008 para retirarse?

El principal cambio es el del público. Nuestras películas antes se debatían, se ponían en un cine y luego la gente hablaba de ellas en casa, en el trabajo… Ahora eso lo han heredado las series, porque las series conviven con nosotros como personajes de la familia. La forma de consumir cine y de interesarse por él ha cambiado. Eso es lo que me ha hecho dejarlo, más que la dificultad de financiación. Y a eso se le suma que se tarda mucho en montar una película, y sobre todo que no estoy seguro de que el diseño del principio tenga el resultado que yo pensaba, que en esos dos años me cambien los actores, pongan reparos al guion... Antes, la censura te la prohibía o no, pero no distorsionaba la intención.

Contaba el hijo de Berlanga que a su padre no le dejarían hacer «El verdugo» porque el productor le obligaría a tener a Mario Casas...

El que manda es el estudio, y aquí son las televisiones, que son las que financian. Antes, si hablaba con Elías Querejeta, la película se hacía así sí o sí. Es muy difícil que mis películas de antes hoy tuvieran financiación. Y luego al público le gustaban o no, había disparidad de opiniones, unos se cagaban en tu madre y otros en tu padre, pero se hablaba de ella. Hoy, como eso está en las series, donde el director pinta menos que el guionista… Tienen la obligación de hacer un capítulo que se parezca al anterior para que el siguiente se parezca al tuyo… La autoría ahí desaparece, y pasa a ser del estudio…

En los 60 estaba «la españolada», su generación acabó con ese cine...

En todos los países se critica a su propio cine. No conozco un país que deteste más su cine que los alemanes. Lo que antes se echaba en cara, que era la españolada, ya desapareció. Ahora se critican otras cosas. Nosotros tuvimos la suerte de coger una época en España donde la complicidad de directores y espectadores era muy alta, nunca se ha vuelto a dar tanta. En el cine de la Transición, que empezó antes que la Transición porque los cambios de costumbres empezaron antes que los políticos, el espectador estaba más metido porque tenía interés.

Sacó antes la palabra censura. Ahora se ha puesto de moda decir que hay censura… ¿Ha vuelto?

La palabra censura se refiere a la censura política, que desde el Estado se den pautas para ver qué se hace y qué se corta. Lo otro es presión social. Siempre digo lo mismo, el macartismo que casi acaba con el cine americano no era censura política, era la censura del estudio a causa de las fuerzas sociales, los periódicos, la opinión pública... Esa es la que censuraba. Era la autoncesura de la industria, que es de las peores. Ahora, por lo políticamente correcto, los creadores sufren una presión que antes no existía.

¿Se banaliza la palabra censura?

Se toma a la ligera. La censura es una forma política de control del cine, el control social es otra cosa. Ahora hay presión social. Ahora «Furtivos» [escrita por él y dirigida por José Luis Borau en 1975] no se podría hacer porque el público no aceptaría lo que ve, y sin embargo en aquella época fue una película de éxito y de referencia. Ahora, solo el hecho de pasarla por televisión sería conflictivo. La presión social no es censura, pero coarta la libertad de creación.

¿Se ha infantilizado el público?

El público consume lo que le dan… No tiene la culpa de lo que hacemos. Hay una pérdida de interés, eso es verdad. También es cierto que antes hacíamos cine basado en la realidad, ahora se hace basado en otras películas. En el tiempo que nos tocó vivir, la realidad nos iba arrollando, sí o sí teníamos que contar lo que nos iba pasando, y eso que yo no era un director realista, pero aún así.

Ahora la realidad también es arrolladora, pero parece que los creadores se han apartado. ¿Dónde están los artistas, los intelectuales?

Es cierto que mientras la realidad está sucediendo es difícil hacer ficción, hay que dejar que pase tiempo, porque la distancia para la ficción es buena. Pero me refiero a otras cosas. Por ejemplo, hay películas que tratan del comercio de la droga, seguramente más que por el narcotráfico en España es por la influencia de las series americanas sobre el narco. Esa es la diferencia con lo que pasaba antes. Hacer películas sobre lo que se ha visto y no arrancar las películas de nuestra realidad.

¿Es por complejo?

Absolutamente. Miramos más a la sociedad americana que a la nuestra por complejo.

¿Se ha perdido la mirada del creador frente al tertuliano-experto?

Hay un exceso de cosas opinables, no digo de la opinión que es sagrada, si no de lo opinable. Yo recuerdo en la época dura de la Transición decir un militar a un político en televisión:«Ya sabe que aquí el principal problema es que todo el mundo se piensa que sabe de todo». Me hacen gracia esas palabras... Evidentemente, demasiada información desinforma.

Imposible una conversación así hoy en televisión. ¿La conversación pública era más libre en los 80?

No sé si tanto… Ahora nos devora la inmediatez, la rapidez del tuit y los titulares. Y cuando hablas o haces una película tienes que contar con la opinión pública. Puedes participar, quejarte, que otros países manipulen la opinión pública para influir... Pero no hay que luchar contra el paso del tiempo, hay que adaptarse y trabajar en los nuevos tiempos. Hay cosas en las que no cabe luchar sino adaptarte.

Cuando se retiró del cine, esas cosas eran ciencia ficción...

Sería difícil reflejar internet en el cine, no se me ocurre cómo… Quizá porque he nacido en una época en la que no existía. Ya me parece una dificultad el móvil, que por ejemplo dificulta el adulterio, ya que el adulterio es la base del cine: que uno se vaya con otra o al revés. Y ahora con el móvil eso no se podría manejar.

¿Está su futuro en los libros?

No tengo una promesa jurada sobre la Biblia de no hacer cine, pero no tengo proyectos. La literatura es libre, ahí pones lo que quieras. En la novela no me siento coartado ni en el número de caballos o helicópteros que quiero poner ni en lo políticamente correcto. Me siento más libre en la literatura, pero el cine tiene algo que la literatura no tiene: el cuerpo humano, lo vivo, el tocar carne… Eso lo echo de menos, y eso la literatura no me lo da.

De escribir no se retirará, ¿no?

No, porque no tengo que pasar por las televisiones ni por un productor.

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