Cambios en el diccionario: más allá del populismo en la palabra

Después de la controversia de «iros», los escritores reflexionan sobre la norma y las excepciones en el diccionario

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Ser académico va a terminar convirtiéndose en un cargo de alto riesgo. Sobre todo los días que la RAE anuncia la actualización del Diccionario o la aceptación de neologismos. Un académico, más que «un señor que al morir se convierte en sillón», va terminar siendo un señor con dietas simbólicas por peligrosidad en las redes sociales. Desde que en las Terceras de este periódico no aparece el atinado «Dardo en la palabra» de Fernando Lázaro Carreter las palabras de uso dudoso están algo más huérfanas. Y las que se empleaban incorrectamente siguen esperando aclaración. Tenía el académico, que ocupaba el sillón «R», una vocación de escuchar a la calle y dar esplendor al habla.

Por imperativo

La Real Academia Española acaba de devolver el interés de aquellos dardos por el idioma al gran público en general y al tuitero en particular.

Lo hace cada ciertos meses con alguna decisión polémica que, en ocasiones, resulta más ritual que necesaria. Y es entonces cuando todo el mundo parece tener entusiasmo de lingüista. «A mí me gusta esta proliferación de opiniones, porque significa que la gente se preocupa por la lengua», asegura Luis Mateo Díez.

En esta ocasión fue el académico Arturo Pérez-Reverte el encargado de que ardieran las redes al descubrir que la RAE había aceptado como «uso habitual» la forma «iros» como imperativo del verbo ir, complementariamente a la conjugación hasta ahora correcta: «idos». Pero el «idos», aseguraban muchos académicos, sonaba artificial.

Esta nueva decisión estuvo impulsada en el seno de la Academia por los novelistas principalmente, explica Díez. «Este caso es muy bonito porque es muy peculiar. No hubo unanimidad, hubo mayoría que en los plenos ya es bastante. Pero sí, había contrastes entre novelistas y lingüistas. La academia habla de muchas cosas y se suscitan formas, modos, palabras y usos sobre ellos. Esto partió más de los narradores, o mostramos más acuerdo. Veíamos que hacíamos un uso muy explícito de iros. No estaba mal aceptar esa alternativa, que tiene un uso y no se ve especial rareza. Yo lo suscribo, porque yo digo iros. la Academia debe velar por la corrección, pero debe tener cintura. Iros me parece más rotundo en el imperativo, la “r” establece más rotundidad. Los escritores a veces encontramos matices especiales. Los lingüistas, muchas veces son más del uso que de las normas», zanja el académico.

Pulir

Con los novelistas de la docta institución como protagonistas del asunto, se hace necesario preguntar a otros escritores que trabajan en el sillón de su casa -sin letra mayúscula o minúscula- y más allá de los muros de la Academia. «Aunque cada escritor escribe como puede». Juan Gómez-Jurado es de los que piensa que la decisión ha sido un acierto. «La forma idos era, de hecho, una forma artificial, imperfecta, poco natural. Y para eso está la RAE. Para pulir la lengua, incluso cuando nos suena mal al principio».

Pero ante tantas polémicas y la pregunta constante sobre el verdadero papel de la RAE más allá del sacrosanto lema «Limpia, fija y da esplendor», se pronuncia el exministro y escritor César Antonio Molina. «La Academia debería también combatir esta ola de populismo en todos los campos que nos invaden y ser más firme en sus principios. La democracia igualmente se defiende desde la Cultura. La toma del poder por parte de algunos se hace basándose en la demagogia que crean las mentiras a través de las palabras. La Academia nunca debería bajar la guardia y entregarse a la confusión y a los guiños de quienes jamás la respetarían».

Al tema del populismo retorna el escritor Juan Manuel de Prada a raíz de los últimos mandobles en la Academia. «Suelen ser decisiones populistas. Llevan mucho tiempo instalados en el halago fácil al hablante poco escrupuloso y a quien tiene dificultades para respetar las reglas ortográficas. Han adquirido la dinámica en la que han entrado los estudios y el sistema educativo, igualar por abajo. Basta ya de atribuir solamente el populismo a Podemos». Tira de anecdotario el columnista de ABC para recordar que «en un congreso sobre la lengua española, de esos que se organiza para que los zampones cada tiempo puedan llevarse la pasta del erario, Gabriel García Márquez pidió esto de simplificar normas ortográficas y el Nobel colombiano fue calificado de populista. En aquel momento se le consideró un “montonero” de la literatura y ahora esto se ha convertido en normativo. Actualmente todos los académicos lo defienden. Es el afán de congratularse con la época». Por esas lindes reside el centro de una cuestión compleja. La cuestión no es otra más que si la lengua es como un niño, con dos opciones: O educarlo o dejarlo evolucionar a su libre albedrío convirtiendo en normal algunos de los comportamientos más extendidos.

Extranjerismos y sensibilidades

La RAE lo mismo le despoja de acento a la palabra «guión», que se lo quita a los pronombres demostrativos o al adverbio «sólo». Y se hace indisoluble la pregunta de si la incorrección es el camino para la corrección. Aceptar esos errores porque se encuentran muy extendidos. Simplificar las normas ortográficas para aquellos que no saben distinguir. Entretanto, cada cierto tiempo la piel de toro de esta España vacacional se vuelve tan fina como el papel de fumar y se ofende y se escama por los nuevos términos incluidos en el DRAE: porque siempre hay que ofenderse por algo.

Plataformas de recogidas de firmas multiplican sus visitas con frecuencia al crearse una campaña para pedir el cambio del significado de este o aquel término. «Madre», «muslamen», «gitano», «judiada» y otras tantas acepciones. «Para hacerse los modernillos cogen palabras del argot que quedaron desfasadas hace veinte años. Pero esto es más irregular. Mientras, en estas “plebeyizaciones”, se les nota mucho el plumero. En lo de los neologismos son más erráticos», defiende Prada.

Por su parte, los extranjerismos, en este lenguaje globalizado se van infiltrando en el DRAE. «En líneas generales casi todos los extranjerismos son perfectamente sustituibles. Más que nada cuando se cogen palabras extranjeras es simplemente por desconocimiento del idioma», concluye el escritor de Baracaldo. Los extranjerismos como una moda para conversar con cierto relieve y pompa. Como en el vídeo que circula por las redes sociales donde dos amigos hablan de su trabajo, sus puestos y su rutina y mantienen la conversación a base de anglicismos para darse relevancia -porque claro, decir CEO, siempre tiene más boato- pero cuando un extranjero les pregunta el camino al baño ambos demuestran no entender ni papa de inglés.

«No cabe, pues, optar por decisiones tajantes, pues casi nada es tajante y neto en la vida del idioma… Sólo cabe prevenir contra el extranjerismo superfluo», recordaba con magisterio Lázaro Carreter.

Consenso

A falta de nuevos dardos luminosos no queda más remedio que volver siempre a «El dardo en la palabra». A este volumen como «una lección de periodismo que vale por todo un libro de estilo», según sentenció Umbral. «El dardo en la palabra» como un «nuevo Don quijote. Certero divertido y valiente». «Sin embargo, lo natural en el lenguaje, como en todo, es cuanto el hablante ha integrado en su persona para construirse como individuo», afirmaba Fernando Lázaro Carreter.

El periodista chileno Óscar Contardo resolvía en sus redes sociales que lo de «iros» era un debate «muy peninsular. Acá no hay duda, decimos váyanse». Luis Mateo Díez está de acuerdo: «Muy cierto, pero la Academia navega mucho sobre la realidad de la lengua. Y esta es una lengua infinita, tan matizable tan matizada». El trato de usted en España, como uso general, sonaría extraño. Tampoco vale la gramática parda de Lola Flores, cuando dijo aquello de «si me queréis, irse».

En ese afán renovador de los señores académicos respecto al DRAE, convendría recordar palabras de García Márquez sobre los diccionarios. «Todo diccionario de la lengua empieza a desactualizarse desde antes de ser publicado».

El Nobel fue quien en Zacatecas sugería: «Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes (...) Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?». La lengua sigue viva. Siempre estaremos a tiempo de reescribir la historia y los libros sin acentos. Incluso de darle la razón a la RAE.

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