El poeta Blas de Otero
El poeta Blas de Otero - ABC

Blas de Otero, por Dios y por los hombres

El poeta social de la posguerra buscó conciliar la libertad del hombre con la fe

Madrid Actualizado: Guardar
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Enfilaba su conclusión la primera década de la posguerra cuando Blas de Otero entregó a la imprenta «Ángel fieramente humano». Era un bilbaíno en su treintena, que había hecho la guerra reclutado por los dos bandos en lucha. Por encima de su vocación de lector y escritor tropezó con obligaciones familiares que le forzaron a estudiar Derecho y dedicarse a tareas cuya pérdida del tiempo esencial del poeta le llevaron a graves problemas de depresión. Otero no era, como no lo es ningún autor de su categoría, un escritor a horas concertadas, un creador de tiempo libre. Era un hombre que, en el escribir y leer poesía encontraba el modo de comunicarse con el mundo y hallarle significado.

En tiempos en que todo tipo de compromisos radicales se tamizan con cinismo esteticista o escepticismo utilitario, vivir en la poesía y por la poesía puede resultar de difícil comprensión, pero es el único modo de entender la profunda seriedad de esta tarea.

No fue nunca hablar por hablar, emitir una opinión o darse el gusto de anotar unos versos más o menos satisfactorios de acuerdo con los cánones de la belleza. Para Blas de Otero, como para cualquier poeta auténtico, la esencia del lenguaje lírico nada tenía que ver con la adquisición de buena fama, de enriquecedor prestigio o de una rentable exhibición. Tampoco correspondía, sin embargo, a un ejercicio de entretenimiento de profesional descuidado. Mucho menos, a las formas de provocación estética con las que ciertos vanguardismos mostraron la deshumanización del arte a la que se refirió Ortega, ni a su patética actualización, en los insustanciales juegos de palabras con que se fabrica lo que algunos se empeñan en llamar, quién sabrá por qué razones editoriales, poesía.

A uno puede gustarle más o menos la estrategia literaria de Otero. Pero de lo que no puede dudarse nunca es de su sinceridad. Aclaremos enseguida que en la labor de creación lírica la honestidad no es lo que habitualmente entendemos por decir la verdad. Se trata de algo más complejo que Otero comprendió desde el principio: lo honrado es buscar la verdad. Porque lo que dice el poeta, lo que queda en la forma de la difícil construcción de un libro de versos no es una certeza encontrada, sino la experiencia de haber ido tras lo esencial que habita en el mundo y en cada uno de nosotros como parte de la Tierra, de la historia, del ámbito vital donde la condición humana se despliega en busca incesante de su realización. La poesía, por ello, no puede tener el deseo de aleccionar con una opinión, sino la voluntad de trasladar al lector la experiencia poética radical: hablar con lo que solo puede ser nombrado y, por tanto, conocido, a través de la lírica.

Blas de Otero nos proporcionó el formidable ejemplo de demostrar que eso debía hacerse contando con el hombre hecho historia, con la actualidad social, con la angustiosa herida de un vivir a la sombra de Dios y la indispensable conciencia de una comunidad construida sobre la esperanza en el destino humano. Aquel «Ángel fieramente humano» como su continuación, «Redoble de conciencia», fueron el testimonio de una lucha terrible contra el terror de que el hombre viva a solas, de que solo consistamos en una materia orgánica cuya evolución le ha permitido adquirir una privilegiada conciencia de sí misma : «Esto es ser hombre: horror a manos llenas./Ser –y no ser- eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas».

España se contemplaba como un inmenso territorio donde se había vertido abundante sangre en nombre de causas excluyentes. España había dejado de ser un lugar más: se había convertido en un inmenso territorio moral, porque en aquella guerra que no dejaba de exhalar su aliento podrido sobre las generaciones jóvenes, se habían trazado las preguntas fundamentales del sentido de nuestra existencia. Por ellas se había decidido matar. Por ellas se había elegido también morir. España –y Blas de Otero pronto habría de decirlo con una contundencia que nos aturde especialmente en estos tiempos- era más real que ninguna otra cosa que pudiéramos construir desde posiciones jurídicas artificiosas y contingentes. España era el paisaje de un tremendo conflicto ético del siglo XX, un campo de batalla donde una generación fue sacrificada por la inclemencia de la historia. Pero fue, además, el espacio en el que todo se hizo con una fe cuya enérgica consistencia nos conmueve en días de impugnación nacional como los que vivimos.

Ser patriota, sentir España, era en aquellos versos de Otero atreverse a hablar con lo esencial del hombre, necesariamente vivido en circunstancias de tiempo y de lugar. Diez años después del fin de la guerra, pero a la vuelta de la esquina moral aún de la contienda, la interpelación del hombre a su creador continuaba latiendo con fuerza, pulso de luz y de palabra arrojado a la penumbra de nuestra imperfección. En ese diálogo agotador, Blas de Otero afirmaba a Dios y lo negaba al mismo tiempo. Porque, formado en el catolicismo más estricto, nunca deseaba la exaltación de un creador al que se ofrece la servidumbre y la nulidad indefensa de sus criaturas, sino encontrar en el hombre una vida suficiente, libre y laboriosa, en la que la fe sea el fruto de nuestra decisión y la salvación el resultado de nuestra responsabilidad.

Por ello, cuando Blas de Otero escribía «No sigáis siendo bestias disfrazadas/de ansia de Dios. Con ser hombres os basta», esa aparente negación de Dios solo puede comprenderse como una afirmación más honda, como una necesidad que no es orfandad pasiva, sino vínculo entre nuestra existencia, el diseño de la Creación y la libre voluntad de creer. Una voluntad dolorosa, angustiada, porque nos estamos jugando nuestra condición humana: «Arrebatadamente te persigo./ Arrebatadamente, desgarrando/mi soledad mortal, te voy llamando/ a golpes de silencio. Ven, te digo/ como un muerto furioso. Ven. Conmigo has de morir. Contigo estoy creando/mi eternidad. –De qué. De quién–. De cuando/arrebatadamente esté contigo».

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