Vista de las ruinas del castillo de Alfambra
Vista de las ruinas del castillo de Alfambra - ayuntamiento de alfambra (Jesus Villamon Abril)
Leyendas

La enterrada viva de Alfambra

La esposa del conde don Rodrigo acabó sus días en un convento, pero la convirtieron en protagonista legendaria de un culebrón medieval

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¿Ligera de cascos? María Ponce, la esposa de don Rodrigo Álvarez de Sarria, señor de Alfambra, se retiró al Monasterio de Carrizo de la Ribera (León) cuando su marido fundó en 1173 la Orden de Montegaudio. Sin embargo, en el manuscrito 353 que conserva la Biblioteca de Cataluña se dice que era una mujer «bella y liviana de seso» que se encaprichó de oídas del rey moro de Camañas y protagonizó todo un culebrón medieval.

La leyenda de la enterrada viva de Alfambra cuenta cómo don Rodrigo, «hombre virtuoso y esforzado», se encontró un día con el joven rey moro y éste presumió de lo bien dotado que estaba sexualmente. «¿Qué te parece este dardo?», le dijo mostrando el tamaño de su pene, haciendo reír al conde.

Al recordar después el encuentro, la risa le volvió a asaltar al conde, que acabó por contárselo a la condesa. Ésta «se hizo la desentendida», pero «enseguida envió su secretario al rey moro diciéndole que estaba enamorada de él».

El rey moro, muy contento, urdió entonces un plan. Dio al intermediario un narcótico para que se lo colocara a la condesa bajo la lengua. Así fue cómo ésta pareció estar muerta durante días. El conde, viendo que aún seguía caliente, se resistió a enterrarla durante tres días, pero cedió al ver cómo no reaccionaba ni siquiera cuando le echaron plomo derretido en la palma de la mano (como al Rey Don Alfonso, el de la mano horadada). Esa noche, el intermediario la desenterró y, quitándole el narcótico, la llevó hasta Camañas junto al rey moro. Solo la pareja y el alcahuete conocían el secreto. A los servidores de la casa del rey moro se les dijo que éste había pagado 12.000 doblas por esa mujer traída desde tierras lejanas.

Ocho meses después, un cristiano que había presenciado cómo le fue horadada la mano a la condesa la reconoció en Camañas y fue con el cuento a Alfambra. El conde acordó entonces una estratagema con sus soldados y se presentó disfrazado de pobre ante su esposa. Ésta lo delató y entregó al rey moro, pero cuando la comitiva se dirigía a un cerro para ejecutarlo, los soldados de don Rodrigo atacaron por sorpresa. El señor de Alfambra fue liberado y al rey y la reina, quemados en Peña Palomera.

«La historia es totalmente fabulosa», asegura el historiador Fernando López Rajadel, autor del libro «Amor falso, amor verdadero. La Enterrada Viva de Alfambra y los Amantes de Teruel». «Es una versión local de una leyenda extendida en la literatura europea medieval, al parecer de origen bizantino», continúa el investigador que cita los estudios realizados por el prestigioso medievalista Martín de Riquer -«Una versión aragonesa de la leyenda de la enterrada viva» (1945)- que descubrió la leyenda de Alfambra en el manuscrito de Barcelona, así como los trabajos sobre leyendas medievales de Gaston Paris. «En nuestro caso se sustituye al rey Salomón por el conde Rodrigo de Alfambra y el adulterio que cometía la esposa de Salomón con el faraón de Egipto, lo comete la condesa de Alfambra con el rey moro de Camañas».

En ambos casos, explica el historiador turolense, las mujeres son descritas como «livianas de seso» (ligeras de cascos), que se enamoran del enemigo del esposo por el tamaño de su miembro viril. «Es la misoginia frente a la sacralización de las mujeres. Era la moda e ideología del siglo XV. O las pintan como vulgares rameras o las hacen castas castísimas como a la hija de Pedro Segura, que se niega a darle un beso a su enamorado después de no verle en cinco años».

Contrapunto de los Amantes de Teruel

Para López Rajadel, el relato de la enterrada viva de Alfambra es el contrapunto al protagonizado por Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla, los Amantes de Teruel. «El amor falso frente al amor verdadero. Era la moda» cuando se escribieron ambos, uno a continuación del otro, en el manuscrito que se conserva mutilado en Barcelona. Así lo explica el historiador que cita por ejemplo a Juan de Mena, o el libro «Triste Deleytacion».

Tanto con la Enterrada viva como con los Amantes de Teruel, «el autor adaptador local pretendía era ensalzar el linaje de los Marcilla», afirma. Dos miembros de esta familia, Martín y García, aparecen en el relato de Alfambra, como partícipes en la conquista de algunas localidades próximas como Bueña, Argente, Visiedo y Camañas. «Da la casualidad de que se escribió el códice siendo comendador de Alfambra, fray Alfonso Martínez de Marcilla, hermano del señor de Escriche, Francisco Martínez de Marcilla», apunta López.

La Orden militar hospitalaria de Montegaudio, que tenía la custodia de una colina cercana a Jerusalén llamada Monte Gaudio, apenas duró en Palestina. Saladino tomó la ciudad en 1187 y expulsó de allí a los cristinos. En 1196 Alfonso II ordenó que sus miembros parte de la Orden del Temple y, tras la desaparición de los templarios, recayeron en la Orden de San Juan de Jerusalén. Precisamente «otro comendador famoso de Alfambra a mediados del siglo XIV fue Juan Fernández de Heredia, que llegó a ser maestre de la Orden de San Juan, vivió en Roma, Aviñón y Rodas, y fue uno de los hombres de letras más famosos del siglo XIV en la Península», destaca López Rajadel. Quizá la leyenda de la enterrada viva llegara a Alfambra con él.

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