Retrato del general Prim que se puede ver en una exposición, hasta el 12 de abril, en el Museo del Ejército en Toledo
Retrato del general Prim que se puede ver en una exposición, hasta el 12 de abril, en el Museo del Ejército en Toledo - efe

El bicentenario de Prim reivindica un político liberal adelantado a su tiempo

El historiador Emilio de Diego reconstruye la vida y milagros del legendario general que edificó una Monarquía parlamentaria en España

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Sí, don Juan Prim los tenía bien puestos, y así los tuvo hasta que el 30 de diciembre de 1870, a los 56 años, le apiolaron en la madrileña calle del Turco («en la calle del Turco mataron a Prim, mataron a Prim», cantaría el pueblo poco después, que le tenía por un amado mito) porque se había convertido en «un hombre peligroso» para los «obstaculos tradicionales» (así, con sentido del humor, llamaba él a los reaccionarios) y a sus ojos merecía -funesta tradición histórico-política- una buena andanada de perdigones. Con el cadáver (y hasta con su momia) se han dado unas cuantas vueltas en los últimos años, hasta llegar a la emisión hace un par de semanas de una fallida (fallidísima, según los historiadores serios) serie de televisión.

Y muchas vueltas también son las que ha tenido que dar uno de esos historiadores serios, Emilio de Diego, para agavillar las más de seiscientas páginas que conforman «Prim, mucho más que una espada» (Editorial Actas), un libro que da cumplido repaso de la vida y milagros de este gran catalán y, por ende, gran español llamado Juan Prim, un adelantado a su tiempo que allá por 1869 quiso que los españoles viviésemos como ahora, en un país de paz y progreso tutelado por una Monarquía constitucional, hoy la de Felipe VI, la de Amadeo de Saboya entonces.

«Además de un gran militar, héroe de la Guerra de Marruecos y de la Guerra Carlista -cuenta De Diego-, Prim destacó en otras muchas facetas, por ejemplo como diplomático y, sobre todo, como político, pues fue un hombre muy crítico con la situación de su época que quería solucionar con un proyecto que conjugara a la Corona con el pueblo y donde la soberanía nacional se sostuviera en el marco jurídico y político de una Constitución que debería ser garantizada por esa Monarquía parlamentaria».

Ideas muy avanzadas

Realmente, en esta España tan (mal) acostumbrada a militarotes con la espada demasiado larga, Prim es otra cosa: «Sin duda, es uno de los políticos más importantes del segundo tercio del siglo XIX, porque tiene una idea muy avanzada respecto a la mayor parte de los políticos, militares y hombres de la vida pública española de entonces. Avanzadas, sí, pero sin caer en utopismos ni revolucionarismos radicales y violentos, sus ideas eran realizables, creía que la soberanía nacional debía ser algo más que gritos vacíos y arrebatos emocionales sin operatividad práctica».

«Mucho más que una espada», subtitula su libro el profesor De Diego, como él mismo nos explica: «Hubo muchas espadas y hasta incluso muchos espadones. Pero Prim está por encima de Serrano, Narváez, O´Donnell, Espartero... Prim mantiene su proyecto a pesar de la hostilidad de Palacio y de la Monarquía isabelina, contra la que conspira y a la que derroca, cuando tuvo claro que con ella no iba a haber un juego político constitucional. Era, además, un general de abajo a arriba, que supo encarnar los deseos de gran parte de la sociedad española, hasta convertirse en un auténtico mito, a pesar de que como cualquiera, tuviera sus luces y sus sombras».

Cuenta la leyenda (y algo más que la leyenda) que la Reina Isabel II se llevaba especial bien con los hombres. ¿Con Prim también? De Diego nos lo deja claro: «Con Isabel II se llevaba estupendamente bien, ella incluso le ennoblece y él siempre decía ¡Viva la Reina!, pero quería que esa Monarquía fuera la garante del orden jurídico-politico y de la expresión de la voluntad nacional. Eso no gustaba y el resto del espectro político veía en Prim a un individuo peligroso».

Obstáculos tradicionales

Parece claro que había que pararlo. Y lo pararon los que él llamaba «obstáculos tradicionales». Antes de los disparos de aquella noche de nieve en Madrid del 30 de diciembre de 1870, el general Prim tuvo que proponer un Rey que sustituyera a la segunda Isabel de nuestra historia: «Finalmente, Prim propuso a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel, muy popular entonces porque había sido el artífice de la unidad italiana». Aquel era, como subraya el historiador, «un proyecto avanzadísimo, la Constitución de julio de 1869 y la Monarquía democrática de Amadeo eran el modelo político más avanzado de su tiempo».

Prim fue un auténtico liberal y no solo de palabra sino de hecho y con los hechos: «Espartero, O’Donnell, Narváez, Serrano... estos militares eran liberales y habían luchado por la libertad pero el concepto de liberal de Narváez y Prim era muy distinto. Para Narváez la libertad no era algo prioritario, lo eran el orden, la seguridad, las elecciones debían estar restringidas a los ricos, a la gente “de mérito”; para Prim , no era así».

Entonces, a ninguno de ellos, tampoco a Prim, la República les parecía viable. Pongamos un ejemplo que nos dicta Emilio de Diego: «En todas las consultas electorales siempre ganaban los monárquicos y en el Congreso, cuando se votó la elección de Amadeo de Saboya, hubo 191 votos a su favor y 60 a favor de la República».

En la calle del Turco mataron a Prim, mataron a Prim, un gran catalán un gran español, «un hombre que creía firmemente en la moralización de la vida pública, un hombre muy sencillo, hecho a sí mismo, al que le gustaba vivir bien, ser un bon vivant, lo que consiguió, y que se casó con una mujer muy rica, la mexicana Paca Agüero». Caso extraño, un general que no quería mandar sobre los españoles, sino que ellos se mandaran a sí mismos. Por eso, en la calle del Turco mataron a Prim.

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