Las infecciones, el «arma» más poderosa de los españoles contra el Imperio Azteca

La población se mermó de 22 millones a millón y medio en un siglo

Detalle de la Marcha de Hernán Cortés Augusto Ferrer-Dalmau

Pedro Gargantilla

La ferocidad de los españoles en la conquista de México es sabida: contaban con conocimientos y estrategias de guerra que les permitirían expandirse en un mundo ignoto. Sin embargo, su arma más letal era invisible a los ojos humanos . Y ellos no lo sabían.

Para los aztecas los españoles estaban ungidos por un aura impenetrable, dioses de cuatro patas encorsetados en trajes de hierro. Muchos creyeron que Hernán Cortés era la encarnación de Quetzalcóatl , el principal dios del panteón azteca.

El esclavo que llevó la viruela

Corría el año 1520. Desde Cuba partió una flotilla de diecinueve naos con caballos, armas, novecientos soldados y un puñado de esclavos. Al frente se encontraba el capitán Pánfilo de Narváez (1478-1528), tenía la orden de apresar vivo o muerto a Hernán Cortés.

Cuando desembarcaron en Zempoala , en el actual estado de Veracruz, no podían imaginar que portaban un arma biológica que les daría la victoria. Uno de los esclavos africanos – Francisco de Eguía - llevaba en su torrente circulatorio el virus de la viruela (variola), un patógeno desconocido por aquel entonces en América.

Esta enfermedad recibe su nombre del término latino que significa « moteado », debido a que en el rostro y cuerpo de los pacientes aparecen lesiones cutáneas. Desde el inicio de la humanidad este virus ha matado al 30% de las personas que han contraído la enfermedad.

Nada más alcanzar tierra firme Francisco de Eguía enfermó y tuvo que ser alojado por una familia de nativos en Cempoallan. Pocos días después la familia que lo acogió adquirió la enfermedad y en cuestión de días el pueblo quedó diezmado y la ciudad se convirtió en un verdadero cementerio.

Las fuentes dicen: «Las pegó en la casa que lo tenían y luego un indio a otro y como eran muchos y dormían juntos y comían juntos cundieron tan en breve, que por toda aquella anduvieron matando».

Desde Cempoallan la enfermedad se propagó como la pólvora a poblaciones vecinas, no tardando en alcanzar Tecnochtitlán , la capital del imperio. Nada volvería a ser igual a partir del trágico día del desembarco de Pánfilo de Narváez.

Un choque biológico desigual

El intercambio microbiológico entre el Viejo y el Nuevo Mundo había empezado mucho antes, con el primer viaje de Cristóbal Colón , pero desde el principio hubo un enorme desequilibrio.

No es que no hubiera enfermedades infecciosas en la América precolombina , sí que las había, sabemos que la población indígena sufría tuberculosis, parasitosis intestinales y algunas formas de influenzae.

El Treponema pallidum –el germen responsable de la sífilis - también existía, si bien estaba latente y fue la promiscuidad sexual entre conquistadores y conquistados la que hizo aflorar nuevas epidemias.

Catástrofe demográfica

La epidemia de la viruela fue seguida por otras: sarampión (1530), tifus (1546) y gripe (1558). Por si no fuera suficiente, la fragilidad inmunológica de la población indígena fue sacudida por otras enfermedades infecciosas de forma concomitante como la difteria o las paperas .

Los indígenas carecían de los anticuerpos requeridos para hacer frente a este abanico de enfermedades infecciosas y eso tuvo un altísimo coste en vidas humanas . El resultado fue una verdadera catástrofe demográfica.

Se calcula que en Nueva España cuando llegó Narváez había veintidós millones de personas . Un siglo después la población indígena se había reducido a poco más de un millón y medio de habitantes.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación

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