tribuna abierta

¿Es el secesionismo una cuestión moral?

A medida que el «prussés» avanza hacia el precipicio de la concreción, los próceres nacionalistas sacan a pasear su verdadera naturaleza irracional

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No me andaré con rodeos, la respuesta a la pregunta es inequívocamente no. Pero, ¿por qué plantear lo que es o debería ser una cuestión meramente política en términos morales o existenciales? ¿Por qué reducir el debate ideológico a situaciones agonísticas y/o a juegos de suma cero? ¿Por qué utilizar un leguaje hiperbólico mientras –cínicamente- se pretende enarbolar la bandera de la libertad y de la racionalidad?

A medida que el “prussés” avanza hacia el precipicio de la concreción, a medida que se aleja del relato y debe convertirse en una más que peligrosa realidad, los próceres nacionalistas sacan a pasear su verdadera naturaleza irracional, utilizando sin rubor y con una más que patológica superioridad moral, el discurso del miedo para crear una falsa sensación de inevitabilidad que trata de hacer creer que solo hay dos posibilidades: o el proceso secesionista o la nada.

Fijémonos en el portavoz de la Generalitat, Francesc Homs –que podría ser el Alí el Cómico catalán-, cuando dice cosas como que “estamos en una operación de supervivencia colectiva” o que “España no es una democracia”. O en el presidente Mas haciéndose pasar por el defensor de la lengua catalana, ideologizando un bien cultural como la lengua, que debería ser de todos, situando un marco de referencia en el que hay quién defiende y hay quién ataca lo “nuestro”. Contra el ministro Wert dijo: “Los que han sido durante muchos años verdugos de Cataluña y el catalán se presentan como víctimas”. O fijémonos, también, cuando se empeña en internacionalizar el ridículo al comparar la tragedia de New York del 11/S con el tan manido como tergiversado 1714.

Todos estos juegos del lenguaje, toda esta referencia a una falsa situación de emergencia nacional, toda esta insistencia en hacer creer que nos hallamos ante una disyuntiva en la que todo se reduce a dos opciones opuestas, parte de la necesidad de situar al individuo ante una postura moral que afecta su concepción de la realidad. Todo ello está hilvanado en una estructura narrativa que rehúye de la pluralidad, que reduce la calidad de la democracia al utilizar aquellos resortes atávicos del ser humano, que en situaciones de peligro nos empuja hacia la irracionalidad, hacia el refugio del grupo, de lo cercano, hacia unos horizontes de reconocimientos cada vez más reducidos y deformados. Un campo abonado para quiénes les gusta llenarse la boca con la palabra democracia pero les gusta pasear en los límites de lo totalitario.

José Rosiñol es vicepresidente segundo de Sociedad Civil Catalana

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