por hontanares

España y Pigmalión

Maestros, periodistas, políticos, literatos, padres… han ido hundiendo la autoestima del español

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Bernard Shaw llevó al teatro el mito de Pigmalión. En la Inglaterra victoriana un atildado profesor de fonética apuesta con un amigo que él sería capaz de convertir a una barriobajera florista en una dama de alta alcurnia. Y, tras meses de enseñarle cómo hablar y comportarse en sociedad, lo logra. Cuando el amigo pregunta a la chica por el secreto del éxito ésta responde: “el profesor Higgins siempre confió en mí”.

Confiar en alguien es alentarle para que comience la marcha, es allanarle el camino ante el desánimo, es premiarle antes de llegar a la meta. A la inversa: vituperarlo es sobrecargarlo y anclarlo al suelo.

Reprocha un padre a su hijo: “¡Pero mira que eres tonto! ¡No sabes hacer la o con un canuto!”, o “¡si es que eres malo de verdad!”.

El niño talla su identidad con el sórdido cincel de la infravaloración. Siempre ha oído de sus mayores que él es así de inútil o de malvado. ¿Para qué esmerarse, pues, en mejorar?

“Este es un país de pandereta”, “somos un país de chorizos”, “¡qué país!, esto no pasa más que en España”, oímos mientras las playas gallegas se enfangan de chapapote, o mientras la colza pasa la guadaña, o mientras nos enloda la corrupción… Quien tales improperios vierte, ¿conoce otros países? ¿ha oído hablar de la marea negra del Erika ante Bretaña, o de los muertos por la sangre infectada con el VIH, o del procesamiento de Chirac? Ningún francés se maltrata así. Y nosotros, ¿nos merecemos ese maltrato?

“Es español quien no puede ser otra cosa”, dicen que dijo el presidente Cánovas cuando le preguntaron por qué definición de español poner en la Constitución. Nunca dijo tal. La desafortunada frase aparece en una novela (Cánovas) de Pérez Galdós, novela, que no crónica.

Maestros, periodistas, políticos, literatos, padres… han ido hundiendo la autoestima del español. ¿Para qué ser español, si puedo ser solo catalán? ¿Para qué castigar electoralmente a un partido corrompido, si en la naturaleza española está la corrupción? ¿Para qué promover reformas, si caerán en saco roto?

Apelo a los lectores a que se desembaracen de las negras vestiduras con las que nos cargaron los mayores y se atrevan a confiar en nuestro país. Apelo a los lectores a convertirse en profesores Higgins.

Ángel Puertas es jurista

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