punto de fuga

Todo era mentira

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Los nacionalistas, escribió alguna vez Michael Ignatieff, no gritan con tanto brío para ser escuchados por sus adversarios, sino para convencerse a sí mismos, prueba acaso de su muy secreta conciencia de que todo es mentira. Mentira el pasado cuidadosamente reescrito por sus guionistas de identidades colectivas avasalladas. Mentira su interminable rosario de agravios imaginarios. Mentira, en fin, los dogmas de fe tan a menudo refutados por la simple evidencia estadística. Recuérdese al respecto la tediosa cantinela del derecho a decidir exigido, nos insistían, por nada menos que el ochenta por ciento – ¿o era el noventa? – de los catalanes. ¿Cuántos millones de veces nos habrán repetido ese cuento chino en las televisiones, radios y periódicos pensionados por la Generalitat a lo largo de los dos últimos años? Imposible calcularlo.

Y una vez llegada la hora de la verdad, ¿dónde estaba aquel apabullante ochenta por cien de los catalanes, todos y todas metafísicamente angustiados ante la posibilidad de no ser consultados por sus preferencias nacionales? No estaba en ninguna parte, pero el cuento sigue ahí, ocupando su particular casilla en el altar de las verdades indiscutidas e indiscutibles del catalanismo político.

Ahora, ya consumado el parto de los montes, los mismos traficantes de unanimidades ficticias nos urgen para que se proceda a una reforma constitucional que plazca a los gritones. Al parecer, debemos apresurarnos a modificar la Carta Magma con el fenomenal argumento aritmético de que cuatro gatos, unos cuatrocientos mil ciudadanos catalanes para ser precisos, se inclinaron por la ecléctica fórmala del “sí pero no” en el simulacro del 9-N. Simétricos o asimétricos, los federalistas son esos y solo esos. Porque el resto de la tropa, los entusiastas del “sí-sí”, lo que quiere es la independencia; la independencia, solo la independencia y nada más que la independencia. Ningún sucedáneo de la soberanía satisfará jamás a la minoría gritona. Así las cosas, cualquier tentación de abrir el melón constitucional sería mucho peor que un crimen, sería un error. E inmenso. Otro.

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