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Don Felipe, durante el Mensaje de Navidad del pasado 24 de diciembre - ABC

Similitudes y diferencias entre los Mensajes de Navidad de Don Juan Carlos y Don Felipe

La unidad de la Nación también fue el denominador común de todas las intervenciones de Don Juan Carlos desde la Nochebuena de 1975

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La Nochebuena de 1975 Don Juan Carlos de Borbón y Borbón dirigía a los españoles su primer mensaje de Navidad. Las cámaras de TVE mostraban una escena pretendidamente familiar en la que el Rey aparecía acompañado de la Reina Sofía y sus tres hijos, y como fondo un belén que recreaba el nacimiento de Jesús.

Don Juan Carlos recordó entonces la «actualidad del mensaje de Cristo», un mensaje de paz, amor y «unidad». Esta última, precisaba el Monarca, «no elimina en modo alguno la variedad» y «refuerza y enriquece los matices de un pueblo tan antiguo y con una historia tan fecunda como la nuestra». Sobre ese mantra volvió Don Juan Carlos para concluir su alocución, afirmando que, pese a la complejidad de los problemas, «si permanecemos unidos y con voluntad tensa, el futuro será nuestro».

Cada Nochebuena, Don Juan Carlos invocó la unidad de España, si bien con frecuencia matizó que la unidad de todos y de la patria resultaba «compatible» con la «diversidad», recordando de alguna manera el viejo lema americano e pluribus unum: a partir de muchos, uno.

Cuatro décadas después, Don Felipe de Borbón y Grecia mantiene la tradición del mensaje navideño, y comparece sentado como su padre en un sillón, pero en esta ocasión solo, sin otra compañía que una foto familiar. El escenario se muestra en principio desnudo de símbolos -¡acaso una flor de Pascua!-, pero cuando el realizador abre el plano, se observan dos detalles cargados de significado: la instantánea que recoge el momento en que su padre le cede el testigo en el Salón de Columnas del Palacio Real y un nacimiento que da cuenta de una intención tan discreta como evidente.

En el terreno político se enfrenta el nuevo Rey a un muy diferente escenario, pero comparte con su antecesor algunas dificultades que obligan ya al actual Monarca a esgrimir similares argumentos. La apelación a la unidad es uno de los ejes de este primer mensaje y así ocurrirá previsiblemente cada Nochebuena porque, al margen de las sempiternas pretensiones secesionistas, la Constitución define al Rey como «Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia».

Don Felipe define la Navidad en términos de «cercanía y de reencuentro», y acto seguido anuncia los temas que constituyen el objeto de su discurso, no otros que la unidad de la patria, el paro, la corrupción -asunto sobre el que planeaba una considerable y desabrida expectación- y el «tiempo nuevo» que ahora se inicia, de la mano de una generación a la que corresponde tomar las riendas de la vida pública.

El Rey es consciente de la «indignación y desencanto» que suscitan aquellas «conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público». Don Felipe evoca sus palabras recientes en los ya «Premios Princesa de Asturias», donde apuntó la necesidad de «referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar».

En el Teatro Campoamor, el Rey había señalado la necesidad de «un gran impulso moral colectivo», y añade ahora otro requerimiento: «una profunda regeneración de nuestra vida colectiva». Para ello sentencia que «la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable» y asegura que no existen «tratos de favor», viniendo aquí a la memoria -inevitable- una de las frases más célebres de su antecesor, el Rey Don Juan Carlos, expresada el día de su proclamación: «que nadie espere una ventaja o un privilegio». Don Felipe conoce el sentir popular respecto de la corrupción, una práctica extendida que «debemos cortar de raíz y sin contemplaciones» en aras de «una España que todos queremos sana, limpia».

Sobre la situación económica, Don Felipe califica de «inaceptables» las tasas de desempleo y señala la «lucha contra el paro» como «nuestra gran prioridad»; denuncia la incapacidad de nuestra economía de «resolver este desequilibrio», si bien proclama una esperanzadora recuperación y la consiguiente creación de empleo.

En estos «tiempos nuevos», el Rey se siente «querido y apreciado», y advierte, pese a todo, la «ilusión en muchos de vosotros». Habla de «una nueva época en nuestra historia» y convoca a su generación a «afrontar con responsabilidad, ilusión y espíritu renovador» el tiempo presente. Cuatro décadas antes, Don Juan Carlos llamó a la unidad a los españoles «para que España marche hacia las metas de justicia y grandeza que todos deseamos», y señaló esa unidad, justamente, como «el reto de nuestro tiempo». Treinta y nueve años después, en parecidos términos, Felipe de Borbón invita a «labrar nuestro mejor futuro», y al igual que su antecesor rindió en 1975 un sentido «homenaje de respeto y admiración» a «una generación sacrificada», evocando «el esfuerzo titánico de unos españoles ejemplares», así Don Felipe reconoce con «orgullo» los «grandes esfuerzos y sacrificios, generación tras generación».

Sobre la situación en Cataluña, el Rey invoca la Carta Magna, su ratificación en referéndum por el pueblo español, y recuerda que ésta «proclamó nuestra unidad histórica y política y reconoció el derecho de todos a sentirse y ser respetados en su propia personalidad, en su cultura, tradiciones, lenguas e instituciones».

En próximos discursos, Don Felipe volverá ineludiblemente a hablar de «unidad» porque no es previsible que la amenaza secesionista ceje en su empeño; porque el dictado de la historia, lejos de planteamientos divisorios, invita a unificar y compartir; y también porque la Constitución de 1978, la primera de consenso en la agitada historia de España, define justamente al Rey como símbolo de una necesaria unidad.

E pluribus unum -a partir de muchos, uno- fue uno de los primeros lemas de los Estados Unidos. Extraída de «Moretum», un poema de juventud atribuido a Virgilio, la expresión viene a resumir cómo la mezcla en un mortero de los diversos ingredientes de un guiso, no tiene más que una resultante, siempre superior a la suma de las partes. Es el caso que nos ocupa, pero aún hay más porque, a diferencia de los Estados Unidos de América, y parafraseando a San Juan, «en el principio era España».