opinión carnaval

El hijo de la libertad

Combatió con una realidad que se dibujaba asustada todavía, un Cádiz que estaba en plena transición, con una valentía en la denuncia que todavía hoy nos pone los pelos de punta

BEATRIZ ARAGÓN

CÁDIZ

Aquí volvemos con las manos preñadas de serpentinas y los coloretes a punto de nacer. La libertad entre los dientes cada vez más escondida y los grilletes bien apretados para que no se escape ni un verso que escarde a nadie. Han terminado las preliminares y todavía me pregunto qué tendrá que hacer alguien para que no se le olvide. Qué ingratas son a veces, ¿verdad?, las ramitas de la memoria.

Desde la perla Antillana hemos venido, así decía el primer verso de la primera letra que el hijo de la libertad, el hermano chico del cielo más gaditano, don Pedro Romero, escribía cuando casi nada podía decirse, ni escribirse, ni cantarse, cuando la palabra libertad tenía puesto el precinto en la boca. El poeta del barrio de Santa María que, si recordamos un poquito, fue laureado por su pueblo y por su gente en su primera incursión en el Carnaval de Cádiz con aquellos «Maniseros Cubanos» del año 1967, comparsa que consiguió el primer premio. Cuenta el poeta que trabajaba para la composición de aquellas primeras músicas de su vida en la oscuridad de la noche, cuando todos dormían, pero que bien le sirvió el desvelo para la alegría que se derramó por las lágrimas de su madre la noche de aquella final en la que ganó el primero de sus primeros premios.

Combatió con una realidad que se dibujaba asustada todavía, un Cádiz que estaba en plena transición, con una valentía en la denuncia que todavía hoy nos pone los pelos de punta. Claro que sí. Y también podría seguir removiendo el alambique del tiempo y contaros cuál fue el primer pasodoble que le censuraron. No es que yo sea muy lista, es que amo la fiesta y solo hay que preocuparse de investigar un poquito. Él mismo lo cuenta todo, todo, todo en su libro «Memoria de una copla», cómo no, también olvidado y hoy casi imposible de conseguir. Pero, en definitiva, creo que cualquier cosa que yo escriba, o cualquier cosa que se denuncie con el apellido Romero, molesta o no interesa, o no queremos que interese, no lo tengo demasiado claro. Así que pensándolo bien no voy a seguir dándole a la tecla.

A estas alturas de la historia de nuestra famosísima fiesta de la libertad no tendría que hacer falta que nadie tuviera que levantar la manita para decir: ¿Qué os pasa con Pedro Romero? ¿Por qué nadie se quiere acordar? ¿Por qué nadie se vuelve a mirar el pasado? ¿Qué teméis?

Me da vergüenza y pena, una pena infinita y redonda como la luna, una pena de caracolas, una pena rebelde y libertaria que no me deja más que decir que si en verdad nos hemos olvidado del hijo de la libertad es porque ya solo tenemos lo que nos merecemos.

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