Opinión de Carnaval

Me das salud o me la quitas

Hemos nacido en una tierra donde la alegría está en nuestra rutina

Anita Magallanes, con Milagros Santos, interpretando su romancero en 2022 en la calle Armengual

Ana Magallanes

Cádiz

¿Que empieza el 9 de febrero? y yo todavía con la boca «empalagá» de pestiños y polvorones. Discúlpenme si os lío, pero para mí la fecha límite la marca la final del Falla… y mi carnaval empieza cuando empieza la calle.

No me da tiempo pero hay que sacarlo. Me obligo a ello. Porque son, aunque suene contradictorio, mis días de mayor autocuidado del año. Me presto a mis ganas, a llenarme de humor y risas (las que preparo con mi Paquito y las que me regaláis), para dejarme llevar por mi tipo hasta donde quiera y sobre todo, hasta donde pueda.

Porque yo no elijo el tipo, él me elige a mí. Como las mascotas, que por más que te encapriches si no es, no es. De alguna manera, los tipos elegidos representan las ganas que tengo de contar algo. Quise visibilizar la sexualidad femenina con «El Rey de la Fiesta» porque dando talleres de coeducación me llegaban a decir barbaridades del tipo «el clítoris está en el cielo de la boca». No se pintaban en las puertas de los cuartos de baño. Y sí, también, porque una es mujer y le pasan cosas... Así que sabía que le hacía un favor enorme a la mitad de la población mundial. De nada chicas, se os quiere, espero que lo notéis.

Me escandalizo trabajando las consecuencias de la porno socialización en el aula y de ahí nació «Anita la Piedra», actriz porno jubilada que contaba las penurias vividas en la industria. Y ya de paso rompía estereotipos en la imagen sexy que se nos impone a las mujeres. Lucía mi cuerpo serrano con un «picardía» que compré pensando que era un disfraz. Mi mente no podía imaginar que eso pusiera a punto a alguien, porque por mi madre que si yo me lo pongo con intenciones de tener sexo, puedo hacer muchas cosas, pero tenerlo os aseguro que no. Pueden dejar volar su imaginación, no defraudo. Creo que uno de mis puntos fuertes es que llegué al mundo sin sentido del ridículo, no sé si es bueno o malo, pero ahí está.

Nos recogió la pandemia, tenía que llegar una catástrofe de salud mundial para que las y los «jartibles» nos quedáramos en casa. En ella fue maravilloso descubrir a mi querida «Milagri». Tuve un flechazo. Era difícil hacerlo sin ofender. Pero quería salir de ella. Es por eso de que me gusta ver más allá que me propuse enseñar hasta dónde son capaces de llegar las madres por defender a sus criaturas. Fue lo que veía en la madre del que era el Alcalde de Cádiz en cada «Fachorris de mierda. Alcalde siempre contigo». De una forma o de otra, fruto de las entrañas o la educación tan basta y culpabilizadora de los cuidados, el porcentaje de madres que sacan las garras en las estadísticas es sobradamente superior a lo que lo hace cualquier otro ser con los que se comparte genética. Se exponen sin miedo, con la seguridad que da el orgullo. Y pueden decirlo con mayor o menor criterio, incluso sin valorar demasiado las consecuencias, total, si hagan lo que hagan ya la sociedad las critica y las juzga a cada paso. Que todo sea eso, que mientras las tengamos, ellas están «pa lo que nos haga falta».

El Ayuntamiento tuvo su parte de responsabilidad para verlo claro. El Carnaval oficial pasaba a junio. Se supeditaba la calle al Falla («pa variar»). Así que «Milagri» tenía que salir con su bombo a reventar a las callejeras (no hay nada que nos moleste más que los bombazos de extramuros cuando llegan a cargarse los repertorios con el ruido). Su niño había dicho que no había carnaval, así que «No había y punto».

Parece que lo que hicimos gustó. Muchos halagos, buenas críticas, periódicos, radios, televisión… Demasiado para un cuerpo tan chico que sólo quiere echar el rato y pasárselo bien con su gente en una fiesta que aunque sea internacional, para mí no pasa de cuatro esquinas. La fama es efímera, a mi entender está bastante vacía y es «convenía» y caprichosa. Agradezco cada muestra de cariño y reconocimiento, faltaría más, pero el éxito conlleva compromisos, y yo que me cuido de crecer en la asertividad, me tenía bastante cansada. Me hablaban del reto para el año siguiente, de no bajar el nivel, me proponían tipos (os voy a confesar que eso lo odio)… y yo que siempre he sido de hacer lo que me ha dado la gana llamé a mi «Ninja». Quería pasar desapercibida, volver a encontrarme en callejones cantando para tres, buscaba no perderme, porque si algún día lo hago, ya salir, no valdrá la pena.

Y así dejando salir lo que de alguna manera llevo dentro este año se apodera de mi «Mafalda». Siempre me ha representado, siendo una niña la leía y releía buscando entender alguna viñeta, porque cuando lo conseguía era luz para lo que yo sentía. Hoy la niña que siempre me habita la ha encontrado en un golpe de «Lo tengo», porque estoy feliz pero también cansada, el mundo me agota: las guerras, la violencia, la lucha, el individualismo, las relaciones de poder (machismo, homofobia, xenofobia, racismo, clasismo, etc.), la competitividad, la imagen, la superficialidad. Así que no hay cuerpo mejor que el suyo para robárselo un poquito y que vuelva a hablar. Espero hacerle justicia, porque siento de sobra que es una responsabilidad enorme.

Me coge el toro, pero como siempre, así funciono. Veo la gente con sus repertorios terminados y yo a última hora. Me digo a mí misma que no pasa nada, que sólo es para echar el rato y pasármelo bien, así que intento trabajarme eliminar la obligación, que si no, dejo de hacer carnaval y no quiero.

Me he sentado a escribiros. No sé si quiera si mis palabras pueden interesar a alguien. Y me viene a la mente un estudio en el que hace poco participé. Querían saber si el carnaval nos aportaba salud. La primera respuesta la sabemos: no. Que le pregunten a nuestro hígado, a las varices, a nuestras cuerdas vocales, al cutis, las ojeras a los pies, que la respuesta es firme: NO.

Pero como le pregunten al brillo de los ojos ahí ya, la cosa cambia. Hemos nacido en una tierra donde la alegría está en nuestra rutina. Cuando esperas el autobús en el comentario de alguna señora que te dice «no veas lo que tarda chiquilla»; en un chaparrón con los paraguas al revés o en una cola donde no sabes lo que dan pero sí sabes que es gratis. Nuestra fiesta del pueblo consiste en sentarte y dedicarle tiempo a crear humor, para regalarlo, a quien le guste, que no es obligatorio. La base de lo que hacemos es pasarlo bien. En la calle sientes cómo las agrupaciones nos cuidamos y queremos. Personas del público se convierten en amigas y amigos y tu gente presume de ti con orgullo como si de un tesorito te trataras. Nos reímos, y también criticamos, hacemos pensar (eso a día de hoy es un privilegio), y ya si nos esforzamos, hacemos hasta pedagogía. El carnaval aporta salud, en el alma, claro que sí. Solo hay que sentirse las tripas cuando lo hacemos, lo defendemos o lo recordamos. Si no es así puedes llamarlo como quieras, pero carnaval no es.

Empecé en el 2001 vestida de cabra en una agrupación donde todos menos yo eran niños, con una ausencia un año que estuve opositando y otro que descansé. Si no me equivoco este año voy a hacer 22 años saliendo. Empiezo a ser consciente de cómo se transforma, la calle se ha llenado de niñas, de mujeres... Nuestra voz no existía y ahora podemos presumir de que se nos busca. Los repertorios y el humor a pasitos lentos empiezan a ser feministas. Caspa queda mucha, pero la estamos ventilando entre muchas. El carnaval y mi tierra me aportan salud cuando me hacen sentirme orgullosa de lo que me sacan y me dan, y como activista feminista, ver que lo transformamos en una fiesta de un pueblo cada vez más igualitario me hace que se me caigan dos lagrimones. Falta, pero estamos, que no es poco.

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