Familias yazidíes que huyeron de la violencia de los yihadistas se refugian ahora en Dohuk, en el Kurdistán iraquí. :: SAFIN HAMED / AFP
MUNDO

Estado de máxima intolerancia

La furia de la milicia islamista suní causa una catástrofe humanitaria entre las minorías religiosas del norte iraquí

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Las campanas no doblan por nadie en Mosul. Ya no quedan fieles para acudir a los templos y, en cualquier caso, tampoco está permitido voltearlas. El Estado Islámico (EI) ha impuesto su fe en la tercera ciudad de Irak, una urbe junto al río Tigris que simboliza el trasiego de pueblos y creencias a través del Medio Oriente. La intolerancia destila ecos de otros tiempos y lugares, cuando las casas se señalaban con distintivos que aludían a la identidad de los propietarios. Antes fue una estrella y ahora los extremistas pintan una letra 'n' envuelta en un círculo rojo que alude a la condición 'nasarah' o cristiana de sus dueños. La última ofensiva de la milicia radical ha descubierto su tragedia y la de los yazidíes, ligados a un culto que mezcla elementos zoroastrianos y musulmanes, pero el ánimo represor no hace distingos y alcanza a todos los diferentes, a turcómanos, armenios y shabak, entre otras comunidades perseguidas, y su ofensiva no se detiene.

El avance islamista en el norte del país ha desvelado el drama de las minorías religiosas, acosadas y hoy abocadas a su práctica desaparición. Pero no cabe la sorpresa. Los guerrilleros del EI ya impusieron las mismas condiciones draconianas en los territorios que ocupan en Siria, requiriendo el impuesto de la 'jizya', la conversión o, en última instancia, la marcha para evitar la muerte. La magnitud de la catástrofe en Irak se corresponde con la invasión de la provincia de Nínive, el mayor mosaico humano del país.

La campaña para salvar a los 'adoradores del diablo', denominación peyorativa de los yazidies, olvida a otras víctimas como los shabak, grupo étnico de origen persa y mayoría chií, que también está siendo acosado; o los turcómanos, de la misma fe y también obligados a abandonar sus aldeas. El asalto al distrito de Sinjar, donde reside la mayor parte, provocó su masiva huida hacia las montañas circundantes y, a lo largo de la última semana, han sobrevivido en condiciones de extrema penuria. La Administración Obama ha iniciado un abastecimiento aéreo de estos desplazados en paralelo a los ataques a los radicales.

Kurdistán, el último refugio

Este drama no resulta extraordinario. El mundo parece no haber reparado en que, desde junio, decenas de miles de familias del resto de las comunidades se han visto obligadas a huir hacia el Kurdistán, el último refugio. La furia iconoclasta de los islamistas ha acabado con las cruces de las iglesias y ha destruido mausoleos y mezquitas, tres en Mosul, las dedicadas a los profetas Sheeth, Younis y Jerjis; ha atacado una iglesia armenia, acabado con miles de manuscritos y destruido buena parte del patrimonio arqueológico. Como sucedió en Tombuctú, los radicales apelan a una pureza que no sólo exige acabar con el infiel, sino también combatir la heterodoxia dentro de las propias filas.

La extrema violencia que caracteriza a la nueva milicia también contribuye a distorsionar una situación mucho más compleja. La dimensión de la crisis vela lo que, en realidad, es una tendencia que se remonta a los tiempos de Sadam Hussein y se agudizó tras su caída. Las campañas de arabización del dictador carecieron de eco internacional, pero compartieron el mismo aliento devastador. El otrora aliado de Washington, miembro de la minoría suní, llevó a cabo una estrategia de aniquilación contra kurdos y chiíes, incluyendo la desecación de las marismas del sur de Mesopotamia, que también incluyó la eliminación de aldeas y los desplazamientos forzosos.

La instalación de un Estado presuntamente democrático en Irak ha contribuido eficazmente al declive definitivo de las comunidades no musulmanas. El fenómeno sectario que caracteriza el nuevo escenario político no sólo ha provocado las crecientes hostilidades entre las dos grandes corrientes islámicas, sino que ha precipitado el declive de algunas de las iglesias más antiguas del planeta, ya presentes en el siglo II, y sujetas al acoso de los extremistas desde que la inestabilidad se ha convertido en un circunstancia intrínseca a la política local. Desde 2003, la huida de caldeos y sirio-ortodoxos hacia Norteamérica, Europa y Australia se ha visto espoleada por la proliferación de atentados contra los templos y los crímenes selectivos. La desaparición de la minoría caldea de Mosul ya vino precedida por el asesinato, hace seis años, de su arzobispo Paulos Farah Rahho, raptado y ejecutado.

Ambición radical

La capacidad para seducir a los sectores más radicales de la población y su poder de atracción para radicales de todo el mundo distinguen las maniobras de limpieza étnico-religiosa de antaño y las que llevan a cabo las milicias actuales, no menos ambiciosas. El Estado Islámico culmina una década de resistencia suní, incapaz de asumir su nuevo rol en un país de mayoría chií y que ha impulsado un imparable proceso de territorialización.

El afán revanchista de Abu Baker al-Baghdadi, su líder, sólo continúa la manera de hacer de Abu Musab al-Zarkaui, el creador de Al-Qaida en Irak y promotor de una insurgencia basada en el terror. La mayor diferencia entre ambos parece residir en la abundancia de medios materiales de la que hace gala el actual dirigente y su ambición, capaz de difuminar fronteras en la zona.

Tampoco hay unanimidad sobre las causas de la asombrosa fuerza del EI. A juicio de algunos analistas, es un peón en la estrategia de Arabia Saudí y Catar, agente recién llegado al espacio geopolítico árabe pero que manifiesta una extraordinaria ubicuidad. Su expansión también va vinculada al crédito que le proporciona la Red. La milicia ha inundado Internet con imágenes de sus acciones más bárbaras, una tendencia que parecen seguir la mayoría de los grupos yihadistas.

El acoso a cristianos y yazidíes, revestido ahora de sospecha de genocidio, alienta la respuesta de Occidente, no menos preocupado por la creciente presión de los islamistas sobre los yacimientos de petróleo del noreste de Irak. La nueva posición del Gobierno regional kurdo, convertido en adalid de las minorías, también cambia su rol en el concierto internacional. Su condición de refugio y última frontera frente al integrismo le permite reclamar apoyos, pero también le dota de nuevos argumentos para defender la pretensión independentista.