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«¡Os vamos a matar a todos!»Confusión sobre la suerte de la misión de la OSCE en la zona

Los paramilitares prorrusos controlan de nuevo la ciudad oriental de Slaviansk y amenazan a la prensa en un acto del alcalde Ponomariov

SLAVIANSK. Actualizado: Guardar
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«¡Os vamos a matar a todos, hijos de puta! ¡Contad la verdad!», es el buenos días de uno de los altos mandos paramilitares de Milicias Populares del Donbás al abrirse paso entre la prensa que espera el permiso para acceder al ayuntamiento ocupado de Slaviansk para seguir la rueda de prensa del autoproclamado alcalde Viacheslav Ponomariov. Uniformado y armado como un soldado ruso, pero encapuchado y sin distintivos de ningún tipo, se pierde entre los sacos terreros que protegen la entrada principal. Los «amables hombres de verde» que tomaron Crimea empiezan a ser visibles también en esta ciudad situada a menos de doscientos kilómetros de la frontera con Rusia que se ha convertido en el auténtico bastión insurgente anti Kiev.

El alcalde rebelde quiere aclarar a la prensa que «el jueves tuvimos una sola baja, un joven de 22 años, no cinco como informó el ministerio de Interior ucraniano. El funeral será mañana [por hoy]» y advierte de que «si el Ejército vuelve le vamos a recibir de una manera diferente». Después de una jornada de incertidumbre tras la irrupción de blindados ucranianos en un puesto de control del norte de la ciudad, los paramilitares volvieron a hacerse con el control total de la situación.

Mientras pronuncia estas palabras llegan las primeras noticias del helicóptero Mi-8 atacado con un cohete en el vecino aeródromo militar de Kramatorsk. Los responsables de Defensa de Kiev informaron de que el ataque no provocó víctimas, pero dejó en evidencia la fragilidad de un Ejército incapaz de proteger la base.

Presencia rusa

Ponomariov habla seguro de sí mismo. El salón de actos de corte soviético es un desfile de jóvenes uniformados con las caras tapadas que entran y salen con fusiles de asalto, lanzacohetes y rifles de precisión al hombro ajenos al discurso del mandatario. «Las fuerzas ucranianas más cercanas están a quince kilómetros al sur y 45 al norte, después cuentan con pequeños grupos de fuerzas especiales desplegados en un perímetro más próximo, pero les liquidaremos cuando llegue el momento», sentencia Ponomariov para cerrar su intervención.

En este edificio se habla con el poder que conceden las armas y el respaldo de la vecina Rusia. Los milicianos lucen lazos con la bandera naranja y negra de San Jorge como único distintivo en sus uniformes. Eugeny Gorbik hace guardia sentado en el acceso principal con el Ak47 sobre las piernas. Este empresario de 48 años ha dejado su trabajo en una ciudad que no quiere revelar para «acudir de forma voluntaria a esta guerra contra el fascismo. Tenemos voluntarios de Alemania, Bulgaria.». No pronuncia el nombre de Rusia, pero no hace falta. Su acento, el hablar de los ucranianos siempre en tercera persona y el paso por Crimea como parte de las «fuerzas de apoyo al pueblo crimeo» le delatan. Antiguo oficial del Ejército Rojo, es padre de cuatro hijos y, aunque quiere regresar pronto a casa, piensa que «esta batalla será larga, estamos ante una guerra civil que no hemos empezado nosotros. Hemos venido a defender a la población».

A pocos metros del ayuntamiento los vecinos tratan de llevar una vida normal. El buen tiempo invita a la pizzería Gost a instalar un castillo hinchable para los más pequeños, que también pueden dar vueltas en coches eléctricos a la estatua de Lenin. Las tiendas reabren sus puertas y las autoridades revolucionarias no informan sobre la necesidad de respetar el toque de queda, como había ocurrido la víspera tras el tiroteo en un puesto de control. Nada indica que la ciudad está a las puertas de esa guerra que anuncian dentro del ayuntamiento, ni que estos ciudadanos tengan necesidad alguna de que nadie les defienda. «Aquí teníamos la típica vida de una pequeña ciudad de provincias, una vida tranquila. hasta que llegaron ellos», lamenta un vecino que sale de hacer la compra y no quiere dar su nombre por miedo a represalias.

Cerco a la ciudad

Cada jornada en Ucrania tiene su particular parte de guerra y la lectura que se hace en Kiev es diferente a lo que se percibe sobre el terreno. El jefe de la administración presidencial, Serguei Pashinski, anunció que «las unidades ucranianas acaban de lanzar una segunda fase de la operación antiterrorista que consiste en bloquear Slaviansk e impedir que lleguen refuerzos». Una vez más los dirigentes interinos lanzaron un órdago ante la prensa -como lo fueron los distintos ultimátums o la tregua de Pascua- más dirigido a calmar a la opinión pública que le exige sofocar la revuelta, que con efectos prácticos. Kiev ya ha comprobado que sus fuerzas armadas no tienen capacidad de respuesta y mucho menos para cercar una ciudad de 120.000 habitantes cerca de la frontera rusa y con el Ejército de Vladimir Putin en alerta.

El papel de los observadores de la OSCE en el conflicto ucraniano está resultando difícil y confuso. Fueron atacados en Crimea, y ayer se temió por su suerte cuando paramilitares prorrusos dijeron haber retenido «en la entrada de Slaviansk» un autobús en el que viajaban 13 personas y denunciaron que entre ellas se encontraban siete representantes del organismo internacional y «un espía». Mientras las diplomacias alemana y sueca exigían la liberación del grupo, la OSCE salía al paso de las informaciones asegurando que su personal en Ucrania «se encuentra a salvo».