El coche bomba, con veinte kilos de explosivo, provocó un gran hongo de humo negro y destrozó vehículos y viviendas. :: AFP
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Hezbolá paga con sangre su apoyo a El-Asad

Al menos cuatro muertos y 66 heridos al estallar un coche bomba frente a la oficina de la milicia libanesa en la capital

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Hezbolá combate del lado de Bashar el-Asad en Siria y está pagando este apoyo con la sangre de los suyos caídos en combate, pero también en los atentados que golpean las zonas bajo su control en Líbano. Cuatro personas murieron y más de setenta resultaron heridas después de que un coche bomba reventara cerca de las oficinas de Hezbolá en Haret Hreik, bastión del partido al sur de Beirut. Un ataque en pleno corazón de un grupo que no es capaz de garantizar la seguridad de los suyos ya que desde el verano ha sufrido cuatro atentados, uno de ellos contra la embajada de Irán, también situada en zona bajo control de la milicia, en los que han muerto decenas de personas. Hezbolá perdió además a comienzos de diciembre al comandante Hasán Hulo al-Laqis, pieza importante en la guerra siria, asesinado a tiros a las puertas de su vivienda beirutí.

La última explosión se produjo pasadas las cuatro la tarde y el vehículo contenía veinte kilos de explosivo, según el Ejército. Un gran hongo de humo negro se elevó al cielo de una Beirut donde hace menos de una semana otro coche bomba acabó con la vida del exministro de Economía Mohamed Shatah, uno de los grandes líderes de la comunidad suní libanesa y voz crítica con El-Asad. El ex primer ministro, Saad Hariri, culpó a Hezbolá de esa acción, y ayer fue al Partido de Dios al que le tocó sufrir el golpe de la violencia en esta especie de juego macabro de ida y vuelta en el que se ha convertido Líbano desde el inicio de la guerra en Siria. El país está dividido entre la comunidad suní, que apoya la revuelta contra El-Asad, y la chií, que por medio del brazo armado de Hezbolá combate del lado del vecino presidente. Ambos grupos se acusan mutuamente de unos atentados que hacen peligrar seriamente el delicado equilibrio entre confesiones.

Hasán Fadlala, parlamentario del Partido de Dios, confirmó que la explosión se produjo cerca de las oficinas del grupo, pero quiso aclarar que «el objetivo del ataque es Líbano, su seguridad, estabilidad y unidad nacional». Hezbolá -que señaló que ninguno de sus dirigentes fue alcanzado por el atentado- reconoce públicamente su papel activo en Siria, pero desde el comienzo ha tratado que su apoyo al régimen de Damasco no tuviera consecuencias en suelo libanés, algo que no ha podido conseguir. El apoyo de Hezbolá defiende la supervivencia del eje que forman Teherán, Damasco y Beirut, capitales de tres países con mando chií en pleno corazón de un mundo árabe de mayoría suní.

Guerra sectaria

El ministro de Salud en funciones, Ali Hasan Khalil, se desplazó al lugar de los hechos y declaró que «el país afronta una guerra contra el terrorismo de la que no se libra nadie y cuyo objetivo es hacer prender la chispa de la guerra sectaria como ocurre en toda la región». Una referencia directa a las situaciones en Siria e Irak donde las diferencias entre suníes y chiíes se han convertido en abiertas guerras sectarias.

La mayoría de estos atentados quedan sin esclarecer, pero esta semana los servicios de Inteligencia del Ejército libanés arrestaron a Majid al-Majid, emir de las Brigadas de Abdullah Azzam, filial de Al Qaeda, que reivindicó la acción contra la legación de Irán del 19 de noviembre en el que 23 personas perdieron la vida y amenazó con más terror «hasta que Hezbolá retire a sus hombres de Siria».

Además de las consecuencias en forma de atentados, Líbano sufre en primera persona las consecuencias del conflicto sirio por la masiva llegada de refugiados. El último informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) cifró en 816.000 el número de sirios que han huido al Líbano desde que comenzó el conflicto en su país en marzo de 2011, pero las autoridades locales elevan esa cifra a más de 1,3 millones de personas, lo que está teniendo un gran impacto en un país que no llega a los 4,5 millones de habitantes.