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Un saludo particular

La decisión de la plataforma de parados de acudir a recibir a los turistas que llegan a Cádiz para transmitir su situación contiene riesgos

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En principio, parece una situación soportable, nada escandalosa ni ofensiva. Un grupo de desempleados, dos centenares, acuden a las salidas del puerto de Cádiz. Saben que ese día llegan dos cruceros con miles de pasajeros que tienen unas cuantas horas para conocer la ciudad y deciden, unilateralmente, que esos turistas deben conocer la realidad social y económica de los gaditanos, que es realmente complicada, durísima si se centra en las familias de los trabajadores que han vivido hasta ahora del sector industrial. No pasaría nada si se tratase de una tranquila exposición de carteles, en inglés. Están informando, contando, transmitiendo, aunque los receptores de esa información son ajenos a la situación, quizás no desean conocerla ni les importa. Si se trata de mostrar unos panfletos en los que se califica Cádiz como capital europea del paro, parece respetable aunque el contenido no se comparta. Pero es muy fácil traspasar la línea de la molestia. Si el cartel se pone demasiado cerca, si se pita, se molesta o se acosa al que llega a descansar y a disfrutar, la razón se pierde y el derecho se convierte en agresión injustificable. Los visitantes no tienen nada que hacer, ni qué decir, ninguna participación ni relación con una situación que conocerán unas horas. Habría que ponerse en su papel y pensar si cuando viajamos nos gustaría que los anfitriones se manifestaran para contarnos sus graves problemas sociales, que los tienen en todos los rincones y en muchas ocasiones mucho más angustiosos. Para colmo, estos desempleados puede que estén perjudicando a otros trabajadores, a la economía de la ciudad que dicen reclamar. Si llegan a intimidar a los turistas sólo conseguirán que otro sector empiece a tener los problemas que sufre el suyo.