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El futuro incierto

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Da miedo, aterra, pensar en mañana, pensar en pasado mañana. Mi hija me pregunta por qué me tengo que marchar a trabajar y no acierto a explicarme. Quizás la falta de costumbre ha hecho que me acostumbre a perder el tiempo, a divagar con mis cosas, a jugar a imaginar. Da miedo, aterra, pensar en mañana, en pasado mañana, en ese otoño caliente que, -auguran los medios de comunicación-, seguirá a este eterno verano de canícula vespertina. Mi hija no entiende. Tiene apenas tres años. Pero en sus ojos noto que percibe mi preocupación. Sabe que me desvela el futuro incierto que le espera. Ese futuro que hace mucho perdieron muchos. Ese futuro que nadie nos puede garantizar, y que algunos se empeñan en amargarnos.

Hace años alguien nos dijo que Europa sería nuestra salvación. Le creímos a pies juntillas. Y hoy nos damos de bruces con la cruda realidad. Mi hija deberá estudiar más que los demás. Ser más versátil que los demás. Y cobrará una miseria. Da miedo, aterra, pensar qué será de ella cuando tenga unos años más. Si será una generación perdida (una más), o de lo contrario será capaz de salir de este hoyo que se hace cada vez más hondo a nuestro alrededor. Distraída, ella recoge conchas en la playa, y permanece ajena a mis divagaciones. Aún no alcanza a entender por qué esta provincia se arrastra por la miseria, engullida por la falsa apariencia de un lugar idílico para perderse y veranear. Altadis echará el cierre definitivo en unas semanas. Los trabajadores del metal se concentran para explicar sus problemas a unos turistas que se asustan al verlos. Siguen cerrando comercios cada día. Da miedo, aterra, pensar en mañana, en pasado mañana.

Hace años alguien me dijo que ser pesimista sólo sirve para atraer cosas negativas. Que hay que pensar en positivo y creer. Pero aterra hacerlo cuando no sabes dónde está la salida, cuando ves cómo padres de familia, hartos de luchar durante años, se derrumban.

Mi hija no sabe por qué, pero me nota triste. Deja las conchas que tenía en la mano, viene corriendo y me abraza. Y es curioso. Pero basta su sonrisa para acabar con mi miedo atroz a este futuro incierto que a ambos nos amenaza.