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'Pa' el que lo encuentre

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El que lo encuentre, 'pa' él», con ese grito de guerra suelen comenzar los juegos infantiles de muchos niños. Del que escribe, cuando lo era, también. Pero será que más de uno debió quedarse atascado en la etapa egoísta infantil o que nunca terminó de entender cómo va aquello de la propiedad. Lo que es mío, lo que es tuyo, lo que es de aquel y, sobre todo lo que es de todos. Esa última lección es la que nos cuesta más trabajo de memorizar en este bendito país. El robo de 373 libros de la Biblioteca Municipal José Celestino Mutis es la viva muestra de ello. Un coleccionista de estos que siente la misma fascinación por una antigüedad que una urraca por algo brillante se siente tan listo él y nos ve tan inútiles al resto que decide comenzar a sustraer libros de una biblioteca pública.

Lo hace con la inestimable colaboración de un trabajador que apenas sabe lo que está robando y así se monta el negocio perfecto a costa de todos. Muchos se han sorprendido por la noticia, otros se han indignado, pero me malicio yo en que pocos han sentido la misma preocupación que si les hubieran robado las joyas que guardan en la cómoda de su dormitorio. Es aquí donde radica la génesis del problema: no comprender a quién pertenecen, en este caso, los referidos libros. Los bienes públicos (aunque parezca lo contrario al ver a más de un político que hace y deshace como si ciudades, autonomías y estados estuviesen a su nombre) son de todos. Un perogrullo que parece que muchos parecen no estar interesados en comprender. Los libros que atesora la Celestino Mutis también son míos y suyos, lector. Por eso, un caso así debería preocuparle e indignarle a partes iguales.

Básicamente, la misma sensación que debería producirñe cuando alguien alardea de tener como macetero un ánfora submarina que robó a todos los españoles. La misma rabia por una buena señora que cuenta con desparpajo que encontró anillos romanos en una obra del patio de su casa del Pópulo y evidentemente se los quedó: «'Pa' que esté en un museo, me lo quedo yo». Y lo triste es que por costumbre aplaudimos estos delitos o, a lo sumo, tampoco los consideramos demasiado reprochables. El día que interioricemos que ese ladrón o ese expoliador el daño también nos lo hace a nosotros mismos nos lucirá mejor el pelo.