Miles de personas celebran en la plaza Tahrir de El Cairo la noticia de la destitución del Gobierno por parte de los militares. :: SUHAIB SALEM / REUTERS
MUNDO

La oposición egipcia logra lo que quería

Las Fuerzas Armadas anuncian un gobierno de tecnócratas y nuevas elecciones mientras los fieles a Mursi rechazan el «golpe de Estado» El jefe del Ejército destituye al presidente democrático y suspende la Constitución

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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Rodeado de figuras políticas, religiosas y militares, el jefe de las Fuerzas Armadas egipcias, Abdel Fatah el Sisi, anunció ayer el fin de la presidencia de Mohamed Mursi. En lo que los fieles al presidente describen como un golpe de Estado y sus detractores como la justa y legítima voluntad del pueblo, el Ejército cumplió su amenaza y anunció anoche una hoja de ruta para el país de la que el islamista no forma parte y que pasa por suspender la Constitución, convocar elecciones presidenciales y la formación de un gobierno tecnócrata de unidad con plenos poderes. El presidente del Tribunal Constitucional, Adli Mansur, asumirá la presidencia de forma interina.

Barrios enteros de la capital estallaron en aplausos y gritos de alegría en cuanto se conoció la noticia, mientras que la plaza Tahrir, donde decenas de miles de personas estaban congregadas, recordó a aquella noche de febrero en 2011, cuando un breve comunicado anunció el fin de la dictadura de Hosni Mubarak. La desolación y la rabia se impuso en la concentración de apoyo al presidente, en el barrio de Medinat Naser. Por su parte, al menos cuatro personas fallecieron en los enfrentamientos entre partidarios y detractores de Mursi en la ciudad de Marsa Matruh, al oeste del país.

Cuatro horas después de que venciera el ultimátum dado por las Fuerzas Armadas al presidente para que negociara una salida a la crisis con la oposición, El Sisi anunciaba que se habían realizado diferentes propuestas al mandatario para salir de la crisis, pero que Mursi no había cumplido «con las expectativas del pueblo egipcio».

Todo hacía presagiar este desenlace cuando a primera hora de la tarde de ayer el Ejército reforzó el control de varias instituciones claves e incluso despachó a militares al edificio de la televisión estatal, supuestamente para controlar la retransmisión del comunicado tras el ultimátum. Las Fuerzas Armadas habían estado negociando con los diferentes grupos políticos y sociales hasta el último minuto, sin que se pudiera llegar finalmente a un acuerdo con la presidencia y los Hermanos Musulmanes.

Abdel Fatah el Sisi se reunió por la mañana con representantes de diferentes formaciones y fuerzas políticas como el Nobel de la Paz Mohamed el Baradei, portavoz del Frente del 30 de Junio, o miembros del partido salafista Al Nur, además de con el gran jeque de Al Azhar, la principal institución suní del mundo, y el papa copto Teodoro II. Horas después, todos ellos acompañaban al general en su intervención televisiva. Al encuentro, cuyo objetivo era consensuar la hoja de ruta para esta nueva transición, habían sido invitados miembros del brazo político de la cofradía islamista, pero su presidente, Saad el Katatni, se negó a reunirse con los militares.

No era de extrañar. En un discurso dirigido a la nación en la víspera, el presidente Mursi desafió al Ejército y aseguró que defendería su legitimidad «con su sangre», a la vez que rechazó el ultimátum de 48 horas que los militares le habían dado para que llegara a un acuerdo con la oposición. En un comunicado publicado poco después de expirar el ultimátum, el presidente reiteraba su iniciativa para crear un gobierno de coalición nacional hasta la celebración de elecciones legislativas, propuesta que no ha sido suficiente para la oposición que, volcada en las calles, ya no se conformaba con menos que su dimisión.

Replicando sus palabras, en la masiva manifestación de apoyo al mandatario, en el barrio de Medinat Naser, los fieles a Mursi juraban que los tanques tendrían que pasar por encima de sus cuerpos. Esam Hadad, uno de los asesores más cercanos al presidente Mursi, pronosticaba que «habrá un derramamiento de sangre considerable». «Por el bien de Egipto y la exactitud histórica, llamemos a lo que está pasando por su nombre verdadero: golpe de Estado militar», reivindicó Hadad. Consumada su destitución, Mursi pidió a través de las redes sociales a «todos los ciudadanos, civiles y militares, líderes y soldados, a comprometerse con la Constitución y rechazar el golpe».

El Ejército, que llevaba varios días desplegado en diferentes puntos estratégicos de la capital, priorizó ayer la protección de las concentraciones rivales, e instaló tanques y controles en las principales entradas tanto de las manifestaciones a favor de Mursi como las de sus detractores. La experiencia del día anterior, en el que murieron una veintena de personas en El Cairo en ataques a estas concentraciones, había sentado un precedente y el Ejército no quiso arriesgar. En un comunicado emitido la madrugada anterior con el dramático título de 'Las horas finales', las Fuerzas Armadas ya habían advertido de que estaban dispuestas a sacrificar su sangre por Egipto y su pueblo «frente a cada terrorista extremista o ignorante». La Policía, probablemente la institución más odiada durante la revolución, también se refirió ayer a su «compromiso patriótico» con la seguridad y la protección del pueblo.

Sin dar respiro a sus teléfonos móviles, o agudizando el oído ante la radio de algún coche, los opositores a Mursi, volcados en las calles, aguardaron para conocer el resultado del pulso. Mientras tanto, todo tipo de rumores se extendieron por Tahrir, provocando que la plaza estallara en aplausos, como cuando se dispersó la noticia -nunca confirmada- de que el presidente se encontraba bajo arresto domiciliario.