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Hacer mudanza

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Al fin, un semanario nacional se atrevía la pasada semana a sacar en portada algo que yo esperaba desde hace casi un mes. Hablemos de cosas serias, decía la portada, no nos importa quién es el nuevo Papa. Algo, ya les digo, esperado, lógico y evidente en una sociedad que se dice laica, que es aconfesional y que vive al margen de meapilas, sacristías y rubores eclesiásticos, aunque luego se pase pegada horas y horas al televisor, esperando un humo blanco y haciendo peregrinación sentimental por todas y cada una de las estaciones realizadas por Bergoglio antes de llegar al Vaticano, si lleva zapatos viejos, si paga la factura del hotel, si no tiene un sillón de oro... Porque una cosa es el interés mediático que en un momento dado pueda tener la elección de un nuevo pontífice y otra muy distinta los devocionales ríos de tinta que el Papa Francisco lleva desbordando desde que ocupa la silla de San Pedro.

Quizá nos hacían falta gestos, imágenes de esas que valen más de mil palabras. Acostumbrados a políticos corruptos, a aduladores de guante blanco, a banqueros de rictus serio, nos hacía falta alguien que nos recordara que para saber a dónde vamos hay que conocer muy bien la tierra de dónde venimos, que nos dijera que no es bueno estar tristes, que nos hable de esperanza -no de crisis- , de alegría -no de desdichas-, que piense lo mismo que nosotros sobre los dirigentes mundiales y los que nos han dejado tirados en la cuneta y que insista en que ante la injusticia, no debemos mirar para otro lado. Tal vez es por lo que el mundo anda pendiente de este argentino que ha conseguido en diez días más que cualquier líder político, poner de acuerdo a mucha gente en algo.

Tenía razón el semanario. No nos importa quién es el nuevo Papa. Lo que importa es que alguien de los de arriba ha empezado a hacer mudanza. Ojalá que no se conforme sólo con cambiar los muebles de sitio.