Abdelilah Benkirane acorralado por un grupo de manifestantes en Casablanca. :: CHAFIK ARICH / AFP
MUNDO

La parálisis se apodera de Marruecos

La llegada de los islamistas al poder hace un año decepciona a sus votantes al incumplir sus promesas

RABAT. Actualizado: Guardar
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Un año después de que Abdelilah Benkirane formara un Gobierno compuesto por el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), los nacionalistas del Partido del Istiqlal (PI), los conservadores berberistas del Movimiento Popular (MP) y los antiguos comunistas del Partido del Progreso y del Socialismo (PPS), la situación de Marruecos no es una balsa de aceite desde el punto de vista político, aunque tampoco hay convulsiones sociales como las ocurridas en Túnez y Egipto. La nueva Constitución da más poder al Ejecutivo y un poco menos al rey, pero el Gabinete dirigido por Benkirane no ha podido llevar a cabo las grandes reformas que prometió.

La corrupción sigue siendo un mal endémico que se extiende por todas partes, la Justicia no es ni independiente ni transparente, los poderosos siguen gozando de los mismos privilegios de siempre y los problemas sociales se acumulan. Basta con alejarse unos pocos kilómetros de los barrios ricos de Rabat o Casablanca, para ver que muchos marroquíes siguen viviendo en la más absoluta pobreza. Ahora existe una clase media, pero las diferencias sociales son escandalosas. El país ha dado un paso de gigante en materia de modernización de infraestructuras en la última década, pero el analfabetismo afecta a más del 40% de la población. Decenas de miles de niños trabajan en condiciones infrahumanas y dos millones de ciudadanos están subalimentados. Y, sin embargo, el partido que prometió que iba a luchar contra la pobreza y las injusticias, el PJD, se ha instalado en el poder y está sobre todo preocupado por resistir a las presiones de la oposición de derecha e izquierda.

Licenciado en Física, Benkirane, que en su juventud fue miembro del movimiento radical Chabiba Islamia (Juventud Islámica), es un político inteligente y buen parlamentario, además de populista, demagogo y muy conservador. Su Gobierno se caracteriza por las agudas peleas internas entre el PJD y el PI, que quiere una remodelación del Gabinete para conseguir un mayor número de ministros.

Soflamas populistas

El PJD del primer ministro ha guardado en el baúl de los recuerdos las soflamas populistas y revolucionarias del pasado y ahora se conforma con gestionar más o menos bien los asuntos corrientes del país. Ha decepcionado a casi todo el mundo, incluso a muchos de sus votantes. Los manifestantes, que son dispersados casi a diario a porrazo limpio por la Policía en Rabat y otras ciudades, están cansados de Benkirane y los suyos, que les prometieron trabajo y más democracia y ahora justifican la represión policial. En declaraciones al semanario TelQuel, el ministro de la Comunicación, Mustafá el-Khalfi, insiste en que se han tomado «decisiones valientes», como acabar con ciertas prebendas en la vida económica o el intento de reforma de la Justicia. Pero, en general, según piensan muchos actores sociales y políticos, el Gobierno sufre de parálisis. El sindicalista Mohamed Daidaa piensa que «a pesar de las reformas de la Constitución, donde la hegemonía del rey no está tan presente, Benkirane no ha sabido apropiarse del poder». Y añade: «Si hoy en día el Majzén (el poder tradicional en Marruecos) es fuerte es porque nosotros somos débiles».

El bloguero Larbi el-Hilali señala que uno de los dramas de Marruecos y de este Gobierno es que «hay un abismo entre las leyes y su aplicación». Esto significa que sobre el papel Marruecos avanza, pero en la práctica muchas personas siguen viviendo tan mal como siempre, el poder les trata con el mismo desprecio de siempre y la democracia es una mera palabra.

En este contexto tan delicado, Benkirane no duda en enfrentarse dialécticamente a los diputados de la oposición en el Parlamento. En uno de esos cara a cara les llegó a decir sin parpadear que «los marroquíes tienen que entender que la estabilidad tiene un precio». «Cuando la estabilidad se llama represión policial y significa decirle a la gente que se calle, a pesar de su miseria, eso no es estabilidad, sino sumisión», se duele un joven del opositor Movimiento del 20 de Febrero.

Mientras el primer ministro se las ve y se las desea para mantener al PJD unido y encajar los golpes de la oposición, el nuevo líder del Istiqlal, el fogoso sindicalista Hamid Chabat, hace todo lo posible por desestabilizar al actual Ejecutivo. Chabat no oculta sus objetivos: más poder para su partido.