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Pollos

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Engordando nuestros pollos para que otros se los coman. Justo en esto estamos. Nos gastamos los cuartos en maíz para que otros les saquen sus sabrosos jugos. Pero no vayamos a lamentarnos. Démonos más bien con un canto en los dientes.

Hubo un tiempo en que a nuestros padres y abuelos no les quedó otra que marchar hacia los países desarrollados de Europa. Toda una horda de braceros y peones sin cualificación que se dejaron la salud y hasta media vida en los campos de turba y en el anonimato de las fábricas, con tal de enviar a sus familias ese dinero que les procuró también a muchos una posición económica que aquí jamás habrían alcanzado. De paso, el país también se benefició con ese caudaloso río de divisas y, durante años, vivimos del turismo y de aquellas migajas del próspero Norte.

Ahora no mandamos mano de obra barata. No son nuestros jóvenes emigrantes del presente aquellos descamisados que viajaban durante días con una maleta de cartón hasta llegar a su remoto destino. Una amiga me habla de la experiencia personal de su hijo. Un joven ingeniero que ha iniciado su aventura profesional en Alemania. Sostenido por el propio gobierno teutón hasta que ha encontrado su sitio en una determinada empresa de ferrocarriles. El muchacho ya disfruta de un despacho propio, vivienda y el respeto de sus colegas. Incluso, me dicen, sus compañeros le han regalado una tarta y le han cantado el cumpleaños feliz.

Ventajas de pertenecer al club europeo. Viajan ahora nuestros emigrantes en avión, con su título y varios idiomas en el equipaje. Es para sentirse orgullosos de ellos. Son la nueva imagen de nuestro país. Quizás sea esta la forma de ir construyendo poco a poco una única Europa, donde los rancios egoísmo nacionalistas vayan quedado sepultados por la mentalidad abierta de una ciudadanía plural y bien cualificada. Difícil de creer pero quién sabe.

El problema, ya digo, es que convertir a un párvulo de tres años en un ingeniero, o un médico, o un arquitecto de veinte supone un esfuerzo económico por nuestra parte que difícilmente va a tener contrapartidas económicas. Estos jóvenes bien pagados acabarán haciendo su vida en los países de destino y ni siquiera recibiremos la calderilla de sus divisas.