Sociedad

Antonio Pereira tiene mucho que contar

La editorial Siruela publica 'Todos los cuentos' del escritor, un maestro de la narrativa breve e ilustre heredero de la tradición oral

MADRID. Actualizado: Guardar
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Es uno de los escritores mejor dotados para la distancia corta. Hablamos de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923-León, 2009), maestro de la tradición oral y figura que elevó el cuento a cumbres poéticas pocas veces alcanzadas. Tres años después de su muerte, la editorial Siruela ha reunido en un único volumen 'Todos los cuentos' del narrador, en una cuidada edición de tapa dura. Pereira, un creador ajeno a las modas y de dificultosa afiliación a grupos y generaciones, es una voz esencial en la literatura española, una rara avis, tanto por su sobriedad lírica como por su maestría en el dominio del idioma.

Con prólogo de su amigo Antonio Gamoneda, el libro descuella por su tono aplaciente, aunque a veces los lances sean ásperos y descarnados. Pese a su extensa obra en prosa, el cuentista berciano se sentía ante todo un poeta, un escritor que impregnaba sus piezas breves de una singular belleza; sus composiciones rezuman una economía verbal prodigiosa, propia del hombre ducho en destilar la palabra. Por todo ello, la obra de Pereira prescinde de la explicación y busca la sugerencia. No es, en este sentido, un escritor para lectores perezosos. Al contrario, los relatos de este escritor piden a gritos un lector avezado y cómplice.

Como Chejov, Pereira capturaba el momento, el bullir de la calle, los pequeños acontecimientos, el palpitar de la vida de provincias. Este hombre bienhumorado y sencillo no solo sabía escribir historias, sino que era muy diestro contándolas a viva voz. No había auditorio que no se le rindiera. Nada sorprendente en un escritor de El Bierzo, tierra que propicia la fabulación y la magia, quizá porque la recorren aires galaicos y es fruto del mestizaje. Adoraba, como Gómez de la Serna, que se pusiera el sol para que llegara esa «hora bruja» que vuelve al hombre locuaz, le incita a contar historias y le induce a «conversar una botella», según la expresión acuñada por el autor.