El robot Asimo, diseñado por Honda, dirige a la Orquesta Sinfónica de Detroit durante una actuación en mayo del 2008. :: PAUL SANCYA / AP
Sociedad

Del androide soñado a la realidad robótica

Los robots aspiradores son hoy la punta de lanza de una revolución que aún está por llegar La ciencia ficción de principios del siglo XX dibujó seres artificiales idénticos al ser humano

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Soñaba con un mundo lleno de androides: máquinas capaces de hacer las labores del hogar, asistentes personales en el trabajo y acompañantes en los ratos de ocio. Con la ayuda del cine y la literatura de ciencia ficción, uno de los mayores 'descubrimientos' de la década de los sesenta, la inteligencia artificial, hizo fantasear a la sociedad con que en muy poco tiempo los robots formarían parte de nuestro día a día. Sin embargo, en pleno 2012, el campo de actuación de la robótica parece reducirse al ámbito industrial y militar y las exhibiciones -Asimo fue el primer robot que imitó el caminar humano-, dejando el doméstico a un lado. Según el informe anual que elabora el departamento estadístico de la International Federation of Robotics, en el planeta hay alrededor de 1,4 millones de robots industriales. La cifra llega hasta los 10 millones si se introducen en la ecuación los llamados robots de servicio, que van desde instrumental médico y las cortadoras de cesped hasta los juguetes Lego programables y el perrito Aiboo de Sony.

«Ahora mismo lo más inteligente que tenemos en nuestras casas, y diría que casi lo único, son los robots aspiradores», señala Javier González Jiménez, catedrático de la Universidad de Málaga del Departamento de Ingeniería de Sistemas y Automática. Unos aspiradores que la Organización de Consumidores y Usuarios tildaba hace tan solo unas semanas de «decepcionantes». Razones de peso no le faltan: el mejor de los modelos analizados en el estudio tarda más de dos minutos en aspirar 10 gramos de migas de pan. «El problema es que hay que hacerlos asequibles, por eso no llevan sensores caros. Además, deben ser fiables y fáciles de usar y eso los limita», defiende González.

Esta situación se extrapola al resto de desarrollos. Para empezar, todavía es una tecnología cara. Solo el brazo de un robot puede costar del orden de unos 30.000 euros. Pero el mayor desafío se encuentra en aspectos tales como la inteligencia artificial y la capacidad de percepción de los robots. «Para percibir algo no basta con poner una cámara haga las veces de ojo humano», explica el catedrático. Y pone un ejemplo: «Cuando echamos un vistazo a la calle y vemos a alguien con un paraguas entendemos que llueve. Trasladar eso a un programa no es tan fácil».

Y, sin embargo, ese desafío es el que, al fin y al cabo, maravilla al ser humano. «Siempre nos ha fascinado la idea de crear seres artificiales y autónomos, independientes de los ciclos biológicos y capaces de reproducir la vida inteligente», apunta el sociólogo y catedrático de Trabajo Social de la UNED, Antonio López Peláez. Consciente de que la fantasía se ha acabado, López explica que, si bien el ser humano es insustituible, «quizá su mejor compañero pueda ser el robot».

Con olfato

En ello anda González desde el Grupo de Robótica Móvil que coordina en la facultad malagueña. Su equipo acaba de presentar en sociedad a Rhodon, un robot que, además de desplazarse por entornos domésticos gracias a los mapas de navegación, es capaz de atender peticiones vía Skype, asir objetos y olfatear gracias a un sensor químico. «Es una aplicación que combina varios de los proyectos en los que hemos trabajado últimamente», afirma. De hecho, ahora mismo su función es poner combinados, pero las posibilidades de las tecnologías que lo componen son mucho más valiosas. González habla de robots que sirvan «de entretenimiento», que se desenvuelan por casa, que sirvan de puente para encender una luz o bajar una persiana a través de órdenes, si no con la voz, con una tableta. Una nariz como la de Rhodon podría servir para que el autómata pregunte qué se está cocinando o, en el peor de los casos, para que detecte si hay fuego o un escape de gas.

Algo menos ambicioso es el proyecto en el que el grupo está colaborando ahora. Se trata de un pequeño robot sin brazos que saldrá al mercado por unos 3.000 euros. La máquina, en realidad, es una especie de Skype con ruedas que puede dirigirse a distancia a través de internet, de tal forma que te permite deambular por entornos en los que físicamente no estás. «Se convierte en el avatar de la persona que lo maneja y lo que estamos haciendo nosotros es dotarlo de cierta autonomía para que, por ejemplo, puedas indicarle que vaya a la cocina y lo haga solo, sin que el usuario tenga que manejarlo», resume.

«La sociedad irá adoptando estos avances de forma progresiva, lo que pasa es que no nos damos cuenta de lo automatizada que está ya nuestra vida», comenta López Peláez. En efecto, no existe R2D2, pero ya hay coches que aparcan solos, que vigilan el tráfico a través de sistemas de GPS e internet, robots que limpian -aunque no sean muy perfeccionistas- y trenes que ni siquiera precisan de maquinista. El sociólogo hace hincapié también en el software inteligente, robots virtuales como los que en la Bolsa ya realizan «entre el 50% y el 70% de las operaciones». «Todas estas tecnologías van confluyendo, así que es probable que en diez o doce años haya un cambio radical que se traduzca en una nueva oleada de bienes y servicios», asevera. Y va más allá: «Estas máquinas serán capaces de ver, actuar, hablar, dominar el lenguaje natural y ser más inteligentes y nuestra relación con ellos será más constante y cercana». Es probable, pues, que se produzca «un desequilibrio tecnológico importante entre las sociedades que cuenten con robots y las que no», un aspecto éste sobre el que López Peláez ha escrito un libro que publicará en enero de 2013 titulado 'The Robot Divide' ('La brecha robótica'). La otra incógnita por despejar es cómo afectará a la población la progresiva introducción de los robots en el día a día. Dice el catedrático que todo depende de hasta qué punto se incorporen a la vida cotidiana. «Quizá se conviertan en el compañero inseparable. Ahora hay gente, por ejemplo, que es incapaz de vivir sin su móvil», concluye.