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La improvisación

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Una de las críticas más acerbas que se le hicieron a Rodríguez Zapatero fue la de que improvisaba su política frente a la crisis. Y efectivamente, así era: quebrada Lehman Brothers, el G-20 recomendó políticas expansivas que varios países se apresuraron a aplicar (los planes E, en nuestro caso). Más tarde, se impuso el criterio de regresar a toda costa a la estabilidad fiscal, y Zapatero, en mayo de 2010, dio la campanada de anunciar un colosal ajuste de 15.000 millones de euros que afectaba a salarios públicos y pensiones. En lo sucesivo, aquel Gobierno fue afrontando el día a día de acuerdo con la coyuntura cambiante. Rajoy ha seguido sus pasos. A pesar de las buenas intenciones programáticas, la realidad ha desbordado las previsiones del nuevo Gobierno desde el primer día.

El PP había llegado al poder con la promesa de no subir impuestos, de no abaratar el despido, etc. y los requerimientos europeos y la voracidad inclemente de los mercados han forzado la retractación de casi todas las buenas intenciones, la inmersión en un baño de realidad y la búsqueda desesperada de asideros europeos para evitar el naufragio. La improvisación se ha convertido en un arte y se ha perdido incluso el pudor de tener que decir hoy, sistemáticamente, lo contrario que ayer. Todo esto forma, hasta cierto punto, parte de la normalidad política, y no ha impresionado demasiado a los españoles, acostumbrados desde hace tiempo a la mediocridad gubernamental.

Lo que ha empezado a alarmarnos a muchos es la constatación de que no solo nuestras instituciones mantienen un paso vacilante y en zigzag: también Europa está improvisando. Barroso y Van Rompuy emiten un discurso que se opone con frecuencia al de Rehn, y que en general es corregido al día siguiente por Merkel, quien tampoco parece tener claro el destino hacia el que ha de encaminarse esta Europa germanizada. Todo ello inscrito en un G-20 que da tumbos entre la austeridad y el crecimiento sin saber a qué carta quedarse.

Ante esta lamentable escenificación, la pregunta es unánime: ¿dónde están los sabios del sistema? ¿Dónde los intelectuales de referencia? Nadie responde, evidentemente.