Sociedad

Hartos de estudiar abrigados porque solo ponían dos horas la calefacción, de los cortes de agua y luz, los alumnos del instituto Luis Vives de Valencia alzaron la voz sin saber la que se iba a montar

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Ados esquinas contadas del Ayuntamiento de Valencia se levanta el instituto Luis Vives. En pleno cogollito, en el centro de la capital del Turia, en un barrio bastión electoral del Partido Popular, está el epicentro de la revuelta estudiantil que ha puesto patas arriba la ciudad y que ha extendido una oleada de solidaridad por las aulas de media España. Aquí no hay pandillas de alborotadores ni estudiantes antisistema. Aquí estudian hijos de abogados, de profesores, de fiscales, también de trabajadores más modestos, algunos inmigrantes. Aquí se presentan cada año a la selectividad más de cien alumnos (de las mayores cifras de Valencia) y aprueban más del 95%. Y aquí los alumnos se han cansado de pasar frío durante una semana, de que les quiten la luz y el agua por impagos de la Administración o de que tarden más de un mes en sustituir al profesor de Matemáticas.

Por el frío. Así comenzó todo hace una semana en el Luis Vives, «que para ser un centro público, es muy pijo», confiesa la madre de una alumna. En este instituto ejerce su derecho al voto el expresidente Francisco Camps. Es su colegio electoral. Con siglo y medio de historia a sus espaldas, este antiguo centro jesuita alberga una capilla bajola que hay un refugio de la Guerra civil y una cripta con los restos óseos de algunos monjes. En el ajardinado claustro central, una estatua en honor a Luis Vives, un pedagogo valenciano miembro de una familia judía acomodada. Si supiera cómo se ha hecho su nombre famoso... Cosas del destino.

Aquí, en el epicentro de la revolución, estudian casi mil alumnos de la ESO y Bachillerato (unos doscientos en el turno nocturno, hasta las 10 de la noche). Inmigrantes, hijos de vecinos..., pero también hijos de profesionales liberales, médicos, arquitectos... «Chavales que en su casa sus padres tienen algo más que un par de libros. Gente con cosas en la cabeza», explica un profesor que prefiere no dar su nombre.

Con las cargas policiales del lunes en la memoria, la concentración de estudiantes bulle en la calle. Y recuerda que lo que él llama recortes presupuestarios y el frío en el centro, vienen ya de lejos. «En 2005 ya hubo cortes de luz por impagos a Iberdrola. Hubo que mandar a los chavales algún día a casa...».

'Primavera valenciana'

Y así siguen hoy adolescentes como Juan Jiménez. Reclamando a las puertas del cole. Juan tiene 15 años, acné por el rostro, una incipiente barbita y ojos verdes de pillo. En la última evaluación ha 'cateado' todas. Sus palabras desatan una risotada cómplice entre el grupo de amigos que le rodean. «Bueno, las optativas y educación física las he aprobado», puntualiza socarrón mientras se recoloca la mochila. Cosas de la edad. Pero las malas notas no es lo que más le duele a Juan. El adolescente muestra el lado derecho de la barbilla, mientras a su espalda ondea, en la balconada del instituto, una pancarta amarilla con una tijera negra gigante y un 'NO' en letras mayúsculas y rojas. «Le toqué el hombro por detrás a un policía para decirle que a sus pies había una chica herida y se revolvió con un puñetazo que me tiró al suelo».

La revuelta nacida en Valencia, amplificada a nivel internacional por las cargas policiales, ha desencadenado un reguero de actos de apoyo en centros educativos de media España. Hasta Mariano Rajoy ha tenido que salir a pedir «mesura» en las protestas para no dañar la imagen del país. Los móviles teclean, graban y parpadean en los alrededores del Luis Vives. Este es también el epicentro de la revolución virtual en Twitter, esa que ha convertido en trending topic mundial el hashtag '#primaveravalenciana' y que ayer alzaba a los altares de la popularidad internauta otro como '#yotambiénsoyelenemigo'. La respuesta de las redes sociales al jefe superior de Policía de Valencia, Antonio Moreno, quien tachó de «enemigos» a los participantes en la protesta y al que la delegada del Gobierno dejó a los pies de los caballos al desautorizar, veinticuatro horas después, la actuación policial.

Hace una semana que Juan Jiménez sabe lo que es concentrarse a las puertas del instituto. «Empezamos siendo 30 gatos, y ya ves...». Pero antes de que las cargas policiales y las redes sociales convirtieran en auténtica noticia estas protestas, en el Luis Vives hacía tiempo que se habían cansado de estar en clase con chaqueta porque solo se permite enchufar la calefacción durante las dos primeras horas lectivas. Desde la Administración valenciana niegan que jamás se haya dejado sin climatización al centro.

Ayer, mientras Juan Jiménez y sus compañeros protestaban en la entrada principal, sin un solo policía a la vista, la vida escolar seguía dentro del instituto pasadas las doce del mediodía. La hora del recreo en un patio atestado de estudiantes de la ESO y con un campo de futbito literalmente tomado por cinco partidos simultáneos y otros tantos balones en juego. Como en los viejos tiempos. Españoles, sudamericanos, orientales, chavales con chaquetas gastadas y otros con relucientes zapatillas de Adidas. Una pelota con el emblema del último Mundial de fútbol y otra que rueda con un parche de cuero aleteando descosido.

Nicole y y Joselin, 15 y 16 años y ecuatorianas, charlan en los pasillos. Empuñan libretas. Ambas con hojas arrancadas. Son sus pancartas. «Prefiero estudiar a protestar», es uno de sus lemas escritos a boli Bic. Son compañeras de Kerry, una cría de 14 años herida en la revuelta. Brenda, su hermana universitaria, se ha prodigado en las protestas megáfono en mano. Su madre regenta una joyería en la capital. De nuevo ni rastro de revolucionarios...

Hay otro detalle en el Luis Vives que quizás explica su transformación en epicentro de 'la primavera valenciana'. Es uno de los pocos institutos de la ciudad donde se puede estudiar la rama de Bachillerato de Artes: música, danza, diseño, artes plásticas y escénicas. «Y estos niños tienen otras inquietudes, como otra forma de pensar, con unos ideales quizás más reivindicativos», explica otro profesor también desde el anonimato.

Circular a los padres

En el tablón de anuncios de la entrada principal conviven ofertas de clases de guitarra y libros de segunda mano con un comunicado del Sindicato de Estudiantes en el que se habla de «una ciudad tomada por la policía como en una dictadura militar». Una verja con apertura de acceso electrónico impide el libre acceso al instituto. Normas de la entrada en vigor de la ESO. «Si quieres te doy el teléfono, pero no te van a decir nada...», es la respuesta del conserje, después de atender la petición para hablar con la directora o el jefe de estudios. Andan molestos y prefieren no hablar más del tema. El precio de que se les haya acusado de regalar las notas a los alumnos para que fueran a las concentraciones. «En ningún caso hemos instigado nada. Incluso enviamos una circular a los padres para advertir de que sus hijos se estaban manifestando a las puertas del centro fuera de horario lectivo», explican fuentes de la dirección. «En clase nos informaron de las concentraciones, pero nadie nos animó a ir», apunta Sandra, otra alumna.

Un ramo de margaritas amarillas marchitas preside la verja de entrada. Fuera, sigue la concentración. Por allí pulula también un cincuentón con un cartel colgado del cuello en el que se lee 'justicia corrupta'. Otro con la misma guisa lleva un letrero que le presenta como 'un indignado del 15-M'. También aquí, junto al epicentro del Luis Vives, hay mucho de circo.