Tribuna

Principios y medidas

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Sentido común, conocimientos y austeridad, debieran ser los tres «principios» sobre los que bascule la política económica del Gobierno que ahora se estrena. Estos deben irradiar en cualquier caso las medidas de política económica que sólo admiten un camino y tomar el equivocado puede ser la perdición de España. El anterior Gobierno, en un alarde de engañarse a sí mismo, terminó por engañarnos a todos. Luego, el ciudadano entendió que la acción del Gobierno suponía desviarse permanentemente del sentido común, castigándolo en las urnas. El conocimiento que se presume y que debe exigirse a los miembros del Gobierno, ni podía ser acreditado, ni se sustentaba en el más mínimo currículo. Ello motivaba el sin fin de contradicciones y la toma de medidas incoherentes y contradictorias, con el consiguiente perjuicio para la ciudadanía. Hemos duplicado en tan sólo dos años y medio la deuda pública, y aún así justificábamos que estamos en una situación mejor que la mayoría, amparándonos en la cifra y sin considerar si las potencialidades de la economía española posibilitaba racionalmente hacerse cargo de la misma. De ahí la importancia del acierto en las medidas que se adopten. En las circunstancias históricas que nos ha tocado vivir, la austeridad transforma nuestro ser para convertirse en paradigma de filosofía de vida cotidiana. Los signos externos del nuevo Gobierno no sólo presumen el conocimiento, sino que lo acreditan y eso hace posible alcanzar los otros dos principios invocados. Sólo impregnados del espíritu de los invocados «principios», es posible tomar las cuatro medidas indispensables para que la economía española sufra la más importante metamorfosis de nuestra historia reciente. El cambio de modelo productivo, sólo puede ser un fin a largo plazo. Ahora toca tomar las decisiones que posibiliten en el corto plazo la recuperación económica para el crecimiento. Ello sólo es posible, partiendo de lo que tenemos y adoptando las medidas que me dispongo a señalar.

Primera. Equilibrio presupuestario. Las cuentas anuales plasmadas en la Ley de Presupuestos Generales del Estado deben ser sustentadas en un cuadro macroeconómico que se ajuste a la más estricta realidad, que realmente permitan alcanzar los objetivos pretendidos. El más acuciante desde la óptica presupuestaria, la consecución del déficit público al 4,4% cuando finalice el 2012. El año 2011, se cerrará con una desviación de lo presupuestado que rebasará el 2%. Significa ello, que el déficit previsto en los presupuestos para 2011 fijado en el 6%, terminará siendo una vez cerrado el ejercicio presupuestario superior al 8%. Ello supondrá un recorte de casi 40.000 millones, para que el déficit se sitúe a final de 2012 en el 4,4% sobre el PIB. Pero, no sólo es la lógica aplastante la que indica la conveniencia del equilibrio, sino que es algo manido en nuestra historia desde al menos el siglo IV a.C, cuando Cicerón disertó sobre la conveniencia y necesidad de que «el presupuesto deba ser equilibrado», añadiendo a continuación las medidas que lo hacen posible, manifestando que «el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la asistencia a los países foráneos debe ser cercenada para que nuestro país no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa de la asistencia del Estado».

Segundo. La liberalización de todos los mercados. El más acuciante ahora y de vital importancia, por la mancha deshonrosa que supone nuestra carta de presentación con 5,5 millones de desempleados y sin perspectivas reales de solución, es el mercado de trabajo. Sólo circunscribiendo el ámbito de la negociación colectiva al de la empresa será posible iniciar la senda de la reducción del desempleo. Por lo tanto, el diálogo social y más diálogo social, nunca deberá ser considerado como un fin en sí mismo, sino sólo un medio más, dentro de otros muchos que pueden posibilitar el cumplimiento del fin pretendido, que no debe ser otro que aquel que quiera trabajar lo pueda hacer.

Tercero. El otro mercado a liberalizar de verdad, es el energético. No es posible una industria competitiva con la rémora de tener la tercera energía más cara de toda Europa. Hay que desterrar la nefasta política de subvenciones en la que a grandes rasgos ha consistido la política energética del anterior Gobierno.

Cuarto. La culminación de la reforma del sector financiero. No se justifica la tardanza con la que se está llevando a cabo. Ello ha motivado que de los problemas de liquidez existente desde el inicio de la crisis, hayamos pasado a otro de solvencia, que se agudiza con el tiempo. En concreto, la constitución o no de un «banco malo o tóxico», es la última de las decisiones a tomar en breve espacio de tiempo, si es que queremos que el crédito fluya de verdad. Quizás la solución consistiría en un canje de deuda por acciones, medida que capitalizaría el sector y a la vez sanearía la estructura de los balances de las entidades financieras.

Concluimos refiriéndonos a la importancia de la sabiduría de los gobernantes para encauzar adecuadamente los problemas. Ya lo dijo Platón, cuando se refería al mundo inteligible al que se accede a través de la razón, alcanzándose ésta sólo a través del conocimiento. Contemporáneamente y a colación con la crisis de los años 30 del siglo pasado, Einstein abogó por la necesidad del análisis de sus causas, por la proposición de soluciones y desde luego, trabajar duro para salir del atolladero. Pero, también advirtió de la imperiosa necesidad de acabar con la «gran crisis» que reside en la tragedia de no querer enfrentarse a ella para superarla. Todo el mundo sabe que hay que poner patas arriba la economía española, para que España se convierta en un gran país.