EL MAESTRO LIENDRE

¿MASOCAS O SENSATOS?

Un gran sector de la población, en silencio, aguarda los mentados «recortes» como la llegada de un héroe justiciero

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Es una percepción, una sensación vaga. Apenas se oye, nadie se atreve a decirlo así, por la cara. Es difícil dar con alguien que diga tajante «yo quiero que haya recortes, muchos, de todo tipo, por todos lados, cuanto antes». No, no funciona así.

Pero el resultado de la jornada electoral del pasado domingo me ha hecho darle vueltas. Lo he comentado con varias personas y sospechan lo mismo. Hay un gran sector de población que considera justificada, y hasta conveniente, la aplicación de medidas de austeridad en todo lo relacionado con la administración pública. Incluso -aunque la corrección y la hipocresía le impidan manifestarlo- en los apartados más delicados que repetimos como un mantra: «Educación, sanidad, pensiones».

Es una de las nuevas conclusiones que arroja el recuento de votos. Nadie duda de que el Partido Popular va a poner en marcha ese tipo de medidas, las que ya inició el PSOE, con el entusiasmo de los papistas frente a un papa. Cabe la posibilidad de que la patronal o la oligarquía financiera (que vienen a ser parte de su esencia social) tenga que decirles «ya está bien, ya está, vale, vale, para, basta». Nadie duda de que sucederá. El PSOE basó en una cantinela («que vienen los recortes») toda su campaña. Es improbable que un solo votante se haya quedado sin escuchar ese grito de Alfredo, Pedro y el lobo.

Es más, nadie, entre los electores, pone en duda de que el aviso responde con una realidad inevitable e inminente: los recortes llegarán por todos lados, de servicios, de presupuestos, de atención, de personal, de todo. La obvia conclusión es que los votantes saben lo que se les viene encima y, aún así, lo han apoyado de forma contundente. Ni el PP había contado nunca con tanto respaldo ni el PSOE con menos. El que encarna los recortes cuenta con aval absoluto. El que los denunciaba co-mo grito de total espanto se ha llevado una enorme patada en el trasero. Podría pensarse que los ciudadanos desconocen lo que votan, que son unos irresponsables, infantiloides, rebeldes a la tutela paternalista de las grandes mentes de la sociedad, a la que no quieren escuchar aunque les advierten. Pero puede que sean esos intelectuales, luminarias de la sociedad, los que no quieren escuchar a los votantes.

Después de unir conversaciones de parientes, taxistas y dependientes varios, de trabajadores y parados, he llegado a la conclusión de que este país tiene un acceso de masoquismo, un ataque de autoflagelación, que ha calado el mensaje de que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y que unos latigazos nos vendrán bien, que nos conviene un poco menos de todo. De otra forma resulta difícil entender que un tijeretazo tras otro (los de CiU, a las 24 horas, sin pudor) y la seguridad de los que vendrán se acepten con naturalidad, cuando no con respaldo electoral abrumador.

Tengo el pálpito, sin confirmar, de que muchos entre nosotros piensan en silencio que consumimos demasiado de todo, demasiadas medicinas gratis. Que nos vendría bien un miramiento, rascarnos el bolsillo. Son muchos los que creen que a los funcionarios no les va a pasar nada si les quitan otro tanto, como si les echan. Que las administraciones están infladas, que se mueran la mitad de las oficinas y las teles públicas, que hay demasiada paguita, que la cultura del subsidio nos ha anestesiado. No lo piensa solo la 'caverna mediática', ha calado en la gente y, de ahí, se ha colado en las urnas. No me atrevo a decir que estén equivocados, sólo digo que me da miedo que paguen justos/necesitados, por pecadores/abusadores. Aunque el porcentaje de pícaros y sinvergüenzas, de conformismo y dejadez, sea mayor entre nosotros que en otras culturas, siempre tiendo a pensar que es peor condenar a un inocente que dejar sin castigo a cien culpables. Lo prefiero.

Quizás tengan razón todos los que, con cada anuncio de recorte, gritan en silencio «ya era hora de que se les acabara el cuento». Pero unos pocos, algunos, los más débiles, precisan de esos servicios. Algunos funcionarios ya ganan lo justo y, sólo digo, que estaría bien discriminar, apuntar bien con la tijera. Generalizar, en cualquier ámbito, es injusto, peligroso. En este, en concreto, puede que criminal. Cuidado con jalear ajustes de cuentas creyendo que no nos tocarán, que sólo van a caer los 'listos'.

No siempre son otros.