La crisis le ha ganado la partida a Rosi Ramírez, que cerrará a final de mes la cristalería y marquetería El Pasaje. :: FRANCIS JIMÉNEZ
CÁDIZ

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En el último año ha aumentado el número de locales vacíos en la ciudad a la espera de que un emprendedor se lance a la aventura La caída de las ventas provoca el cierre en cadena de pequeños comercios

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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No protagonizan grandes titulares, su cierre no implica el envío directo de 400 personas o más a las listas del paro, ni tienen sindicatos ni instituciones que den la cara por ellos. Ellos son los que cada día ven cómo la caja se cierra en números rojos y los que se levantan cada mañana con la esperanza de que alguien entre en la tienda y haga alguna compra. Ellos son los autónomos, los pequeños comerciantes, los más castigados por la crisis. Resulta desolador pasear por algunas calles de Cádiz. Tan solo en el barrio de la Laguna han cerrado en el último año una decena de negocios. Carteles de 'se alquila', 'se vende' o 'se buscan socios' aparecen pegados sobre cristales llenos de papel de periódicos. Aún quedan algunos rótulos, como el de la pescadería Carlota, que dejan constancia de que allí había un negocio funcionando hasta hace poco. En otros, como el caso de Panisol que se ha trasladado al centro, tan sólo queda la huella del nombre. Antonia es una de las empresarias que se han visto obligadas a cambiar el letrero de rebajas por el de liquidación final. Desde su tienda Negra ha sufrido la caída en picado de las ventas. «No salen las cuentas». Antonia, que prefiere no dar su apellido, señala que «son muchas cosas las que hay que pagar y muy poco el dinero que se ingresa en el negocio. Es la seguridad social, el alquiler que es abusivo teniendo en cuenta los tiempos actuales, pagar a los trabajadores, mantener el local.» Todo sube menos las ventas. Antonia es propietaria de varias tiendas distribuidas por España. «He llegado a tener hasta 40 pero en el último año he cerrado 14, dos de ellas en Cádiz». El establecimiento de La Laguna lo abrió hace tres años, en plena crisis, pensando que es en los tiempos difíciles cuando hay que apostar pero se ha chocado con la realidad. Como ella, muchos de los establecimientos como la boutique Nissa apuran las últimas oportunidades comerciales antes de echar el cierre definitivo. Algunas autoescuelas como La Laguna tampoco han prosperado. «La crisis se ceba con todo tipo de negocios», relata Antonia, quien recuerda que la depresión económica golpea a todos los sectores y actividades.

A unos 100 metros de la tienda Nega, hay otro local que lleva dos meses anunciando un final inminente. Se trata de Ourika, un local que abrió hace más de cinco años y que intenta atraer la atención de los últimos compradores con precios de todo a un euro. «No creo que pasemos de esta semana», cuenta el encargado. La crisis aprieta y ha decidido poner fin a su negocio aunque mantiene otra tienda en Chiclana con la esperanza de que ésta sí prospere.

Punto y final

Dentro de dos semanas, Rosi Ramírez le dirá adiós a cuarenta años de negocio. Su cara, tras el mostrador lo dice todo, pero aún así resume su situación con la siguiente frase: «La gente tiene miedo a gastar», no hay otra explicación. Su padre llegó a este local de la calle Ciudad de Santander en los años 70, cuando ella apenas había cumplido cinco. «Al principio puso una tienda de muebles pero los clientes tenían problemas para pagar las letras así que cambió el negocio por una cristalería y marquetería» a la que le puso de nombre El Pasaje. Entre esas cuatro paredes ha vivido casi toda su vida: «Mi madre hasta traía la comida aquí». Su padre estuvo al mando de la cristalería hasta que murió hace ya seis años y fue cuando ella se puso al frente del negocio. «Desde entonces esto ha ido de mal en peor porque la gente no quiere gastarse el dinero», explica mientras atiende a sus últimas clientas.

Pasea de arriba abajo con la calculadora para aplicar los descuentos propios de un cierre. «En cuanto he puesto todo al 70% ha comenzado a venir clientela, pero a mí esto ya no me salva porque estoy vendiendo muy por debajo del coste de producción». Lo único que quiere Rosi es venderlo todo y olvidar la tienda. «Nunca pensé que iba a cerrar. Me hacía ilusión jubilarme en esta tienda, mantener un poco de historia. Pero es imposible». Lo mismo ha pasado con otros negocios de esta calle. «Desde que cerraron la plaza y cambiaron el tráfico hace poco más de un año, han ido cerrando también todos los negocios, se los han cargado uno por uno», relata su madre. Rosi prefiere echar la culpa a un factor determinado: «La gente no compra y si no gasta no hay beneficios».