Apresamiento del obispo Díaz Sanjurjo.
UNA LUPA SOBRE LA HISTORIA

Una guerra olvidada

Más de cien años antes de la contienda de Vietnam, españoles y franceses iniciaron una cruenta batalla en la región en venganza por el asesinato de misioneros cristianos

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Cuando en 1964 los 'marines' de los Estados Unidos desembarcaron en Vietnam, iniciando una larguísima contienda, nadie se acordó de que en 1858, 106 años antes, los españoles también desembarcaron en el mismo lugar comenzando una sangrienta guerra.

Es un hecho cierto, tremendamente olvidado, pero cierto; fue la llamada guerra de la Conchinchina, celebrada en un extenso territorio luego conocido como Vietnam del Sur, en donde los españoles tuvimos una presencia prolongada e importante. Y sobre todo, tuvimos una guerra, larga y costosa.

Todo empezó con unos misioneros que trataban de cristianizar a los nativos, en su mayoría budistas. Entre los misioneros se encontraba un obispo español, al que se había nombrado vicario de Tonkin, una zona de protectorado francés que supone casi todo lo que ahora se conoce como Vietnam del Norte.

Aquellos misioneros desarrollaban su labor de apostolado cuando, una revuelta religiosa en la ciudad de Nam Dihn, acabó con la vida de varios de ellos, entre los que se encontraba el obispo de la Orden de Santo Domingo, José María Díaz Sanjurjo, elevado posteriormente a los altares.

En Vietnam gobernaba la dinastía Nguyen y en aquel momento su emperador era Tu Duc, considerado como el último emperador independiente de Vietnam.

Como todos sus antecesores, era un celoso conservador que odiaba la apertura de su país, cerrando sus fronteras a todo lo que pudiera suponer modernización y forzando la salida del país de los extranjeros, sobre todo, los integrantes de comunidades cristianas. Los predicadores no se quisieron marchar y se inició una persecución instigada por el propio Tu Duc que acabó el 20 de julio de 1847, con el arresto y condena a muerte de varios de los misioneros, entre ellos el obispo, cabeza visible de la iglesia.

Aquella acción salvaje fue muy sentida en España y en Francia, países que decidieron una operación de castigo contra la irracional actitud del emperador vietnamita.

Francia, por medio de su ministro de Asuntos Exteriores, comunicó al Gobierno español que el emperador francés, Napoleón III, había decidido enviar una escuadra a las costas de Conchinchina con la intención de exigir del emperador respeto absoluto para la vida de los ciudadanos europeos habitantes en aquel país. El homólogo español trasladó la decisión francesa al gobierno de Isabel II. De inmediato se decidió secundar la iniciativa y se ordenó a la escuadra de Manila que acompañase a los franceses.

Las pretensiones de Francia iban mucho más allá del restablecimiento del respeto a sus ciudadanos y tras ese escenario se escondía el inicio de una etapa de expansión que desde tiempo atrás se tenía pensada.

El poderío colonial español declinaba y comenzaba el británico, con fuerte presencia en la India. Francia quería también un trozo de la tarta asiática y la ocasión era inmejorable para justificar ante el mundo la agresión a un país con el que no se estaba en guerra.

Casi todo el esfuerzo inicial en aquella contienda lo hizo Francia, porque España, con todos los frentes de la descolonización abiertos, era incapaz conseguir una flota con la que apoyar a sus aliados. Además de las colonias americanas, en proceso de independencia, Marruecos estaba en pie de guerra y en Asia la lucha contra la piratería ocupaba a gran parte de nuestro escaso potencial naval. Así que, en un primer momento, se unió a los doce barcos franceses, un único buque español, el Elcano que, además, era de escasa potencia artillera.

Hasta agosto del año siguiente no llegó la escuadra combinada a las costas de DaNang.

Poco tiempo después, el Elcano fue sustituido por el vapor Jorge Juan, con seis cañones y 175 tripulantes y después se unieron a la flota la goleta Constancia y la corbeta Narváez, así como un regimiento de Infantería, dos compañías de Cazadores, tres secciones de artillería y fuerzas auxiliares, compuestas por filipinos. En total, el contingente español era de tres naves y 1.650 hombres, al mando del coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote.

La primera intención fue atacar la bahía de DaNang, con la finalidad de capturar la capital, que entonces era Hué, situada a un centenar de kilómetros al norte. DaNang cayó en poder de la escuadra combinada que desembarcó sin mayores problemas, pero la marcha hacia el norte, por selvas intrincadas, impidió que la sorpresa jugara a favor de los vietnamitas que, prevenidos, defendieron fuertemente la capital, imposibilitando su conquista. En otro caso, la guerra hubiera sido mucho más corta, pues conquistada la sede imperial y apresado Tu Duc, se hubiera acabado el conflicto.

La fuerza atacante cambió de estrategia, comenzando a asediar desde el mar, más efectivo, a la vez que menos complicado, gracias a la potencia de fuego de la artillería francesa.

A lo largo de toda la costa se producen violentas escenas de guerra desde los primeros días del mes de septiembre de 1858. Sin un posicionamiento claro del ejército combinado, se realizan acciones de castigo sobre fortificaciones costeras, como las situadas en la desembocadura del río Ki-Hoa que vierte sus aguas en la bahía de DaNanag, y que tuvo lugar desde el día 6 de octubre, hasta que se consiguió tomar esas fortificaciones semanas después, muy importantes para un posterior avance sobre la capital, que se resistía tanto que se optó por desviar los ataque hacia el sur, a la zona de Saigón, capital de la llamada Conchinchina, hoy Ciudad Ho Chi Minh, en honor del líder comunista y primer presidente de la República Democrática de Vietnam.

Saigón tenía más de cien mil habitantes y el 17 de febrero de 1859, fue asaltada y tomada por la fuerza combinada, destacando el heroísmo de algunos frailes dominicos metidos a soldados. Pero la respuesta vietnamita no se hizo esperar y poco después la ciudad, en donde ondeaban las banderas de Francia y España, fue sitiada por miles de vietnamitas, contra la defensa de apenas 900 soldados, de los que cien, eran españoles. Seis meses duró el asedio hasta que se pudo enviar, desde España, un contingente de fuerzas llamadas 'expedicionarias' que llegaron a Saigón en 1860 al mando del coronel Carlos Palanca.

Como pasa casi siempre en este país nuestro, la situación en la que se encuentra el ejército español en la Conchinchina, es poco preocupante para nuestro gobierno y el coronel Palanca, que actúa no solamente como jefe de las fuerzas españolas, sino como plenipotenciario de su majestad, la reina, se encuentra con un panorama desolador.

No se reciben suministros, ni dinero, no se repone el material, ni las bajas de soldados, en fin, una situación deplorable que de inmediato pone en conocimiento del Gobierno español, junto con un plan serio de ataque que permitiría una fuerte presencia española en aquellas tierras, lo mismo que estaba persiguiendo Francia. España, por medio de sus ministros de la Guerra y de Estado, hacen caso omiso a las peticiones del militar y el contingente español desaparece poco a poco, tras cinco años de encarnizada y heroica lucha.

El propio coronel Palanca, tras su regreso a España, se encargó de hacer pública la realidad de lo ocurrido, que era sistemáticamente silenciada por el Gobierno que no dio publicidad a aquella guerra. Pero el coronel lo proclama, acusando al gobierno de dejadez y de haber provocado una retirada vergonzosa, mientras nuestros aliados, los franceses, continuaban combatiendo.

Por fin, tras numerosas acciones militares, que llevaron a la conquista de toda la Conchinchina, el emperador Tu Duc pide la paz que se firma el 23 de mayo de 1862, aceptando todas las condiciones que le impone Francia y entre las que se contempla la libertad religiosa de todo el que habite en el país y se asume la presencia de Francia como potencia proteccionista. Desgraciadamente ya no estábamos presente en la firma de aquel acuerdo, porque después de haber batallado durante cinco años y haber dejado un reguero de muertos que no sirvieron para nada, nos habíamos retirado. Desconozco si, como ocurriera recientemente en Irak, en aquella ocasión los soldados franceses nos despidieron con cacarear de gallinas.

Para Francia, aquello no había hecho nada más que empezar y un año después ocupa Camboya, el enemigo mortal de Vietnam; diez años después todo el norte de Vietnam, hasta la China. A principios del siglo XX, Francia había conseguido unificar, bajo su hegemonía, toda la zona que se conocía como Indochina, mientras España experimentaba una reacción parecida a la delicuescencia que es aquella propiedad que tienen algunos sólidos de disolverse en el aire.